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Europa debate su futuro, mientras España solo el de Cataluña
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Esteban González Pons

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Europa debate su futuro, mientras España solo el de Cataluña

¿Es posible que una democracia funcione hoy, sin caer en el 'trumpismo', tan enérgicamente como puede hacerlo una autocracia? Ese es uno de los grandes retos de Europa los próximos años

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Bruselas. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Bruselas. (EFE)

El jueves pasado, en Salzburgo, el canciller austriaco, el jovencísimo Sebastian Kurz, me dijo: “Esteban, China ha construido un hospital en 10 días, la Unión Europea en 10 días no convoca ni una reunión, dado que los plazos de convocatoria son más largos”. Por supuesto que se trataba de una exageración porque ese nuevo hospital chino no puede compararse ni de lejos con cualquiera de los europeos, pero el ejemplo servía para poner de manifiesto el conflicto actual entre eficacia del poder absoluto y burocratización causada por los controles democráticos. ¿Es posible que una democracia funcione hoy, sin caer en el 'trumpismo', tan enérgicamente como puede hacerlo una autocracia? Ese es uno de los grandes retos a los que tendrá que hacer frente Europa en los próximos años.

Las personas que sufren una amputación suelen desarrollar un miembro fantasma, una mano ya inexistente con la que intentar rascarse la coronilla o un pie invisible con el que querer dar una patada a una lata. La Unión Europea está haciendo esto mismo con Reino Unido. Hemos desarrollado una Gran Bretaña fantasma y seguimos como si el Brexit no hubiera sucedido. Primero, durante la primera fase, respondimos a su fuego político con meros argumentos económicos, del tipo “fuera os aguarda la ruina”. Después, en esta segunda fase y dado que no se han arruinado, vamos a abrir con ellos una negociación comercial rutinaria, como si fuesen Canadá o Japón.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters)

La pérdida de Gran Bretaña ha causado una herida de pronóstico reservado al proyecto europeo, por la que puede desangrarse o que puede acabar gangrenándose. Primero, porque se va la nación que ganó las dos guerras mundiales y una economía de primer orden. Segundo, porque pone de manifiesto que la Unión Europea es reversible. Tercero, porque los británicos intentarán organizar una alianza alternativa dividiendo otra vez Europa en dos, y si no al tiempo. Cuarto, porque detrás de Boris Johnson hay una estrategia económica, consistente en convertir su país en un gigantesco Singapur, bien conectado a los EEUU, que busca hacernos competencia desleal en nuestro propio mercado, por eso no están tan preocupados por si fracasa el acuerdo comercial como por no quedar sujetos a la normativa comunitaria. Pero, sobre todo, en quinto lugar, porque, sin los ingleses, la Unión Europea ya no cuenta más que con Francia para no acabar convirtiéndose solo en el área natural de expansión de Alemania.

La Unión Europea surgió de la paz entre alemanes y franceses con los británicos en el papel de vigilantes del ímpetu germánico. No es casualidad que desde que los británicos empezaron a marcharse los alemanes poco a poco hayan ido perdiendo el miedo a copar todos los puestos directivos en las instituciones europeas.

España y Polonia podrían reequilibrar la relación de Alemania con el resto de la Unión. Pero España se ha dado un gobierno social-populista que despierta más recelo que confianza entre los socios, en particular entre los del este, y Polonia está inmersa en una involución interna con muy mal color. Con Italia no se puede contar, ya que todo apunta a que Salvini será el próximo primer ministro. Y en estas, no nos queda más esperanza que aguardar a que Macron no pierda las próximas presidenciales ante Le Pen, sin quitarle el ojo, claro, a las consecuencias que traería la descomposición de la gran coalición de centro alemana, este lunes un poco más débil tras la anunciada dimisión de Annegret Kramp-Karrenbauer (AKK) como líder de la CDU y candidata a suceder a Merkel.

placeholder Annegret Kramp-Karrenbauer, durante la comparecencia en la que ha presentado su dimisión. (Reuters)
Annegret Kramp-Karrenbauer, durante la comparecencia en la que ha presentado su dimisión. (Reuters)

¿Ya no hay líderes políticos europeos? No, lo que ya no hay son líderes políticos europeístas, que no es lo mismo. Y tampoco hay un modelo para la Unión Europea tras el Brexit. Para el conjunto de los actuales primeros ministros, la Unión es suficiente como está, aunque se encuentre a medio hacer. No tienen ningún interés en culminar su diseño. Y así todos y cada uno de ellos. También Merkel y Macron defienden en cada reunión del Consejo sus respectivos intereses nacionales sin prestar atención a un supuesto interés común que ya ha desaparecido de todos los discursos políticos.

Apelar a la memoria de los padres fundadores tampoco es un recurso útil, dado que las nuevas generaciones de europeos han olvidado la guerra y dan la paz por supuesta. El recuerdo de la guerra fue el gran argumento fundacional. Y también porque no sabemos qué respuesta darían hoy Adenauer, Monnet, Schuman, de Gasperi o Churchill a la migración masiva, a las 'fake news', a la colonización digital de Europa, al expansionismo chino, al cambio climático o a la deriva populista de los Estados Unidos.

Foto: La presidenta de la Unión Cristianodemócrata (CDU), Annegret Kramp-Karrenbauer. (EFE)

Los políticos europeos cada vez nos comportamos más como politólogos y menos como políticos. Cada vez damos más importancia a ganar elecciones y menos al para qué. Y de este modo las políticas europeas van pasando de la necesidad a la moda.

Si queremos que la Unión Europea juegue en primera división internacional y compita con los más grandes, debemos mantenerla grande y defender que siga siendo grande. No es ese el camino que hemos tomado.

Como dijo Jean-Claude Juncker, en Europa hay dos tipos de países: los países pequeños y los que aún no saben que son pequeños.

Hemos entrado en el debate a muerte de la democracia liberal contra las democracias iliberales, del europeísmo contra el nacionalismo

Hemos entrado en la edad del debate a muerte de la democracia liberal contra las democracias iliberales, del europeísmo contra el nacionalismo, de la democracia representativa contra la dictadura de la mayoría, del Estado de Derecho contra el Derecho hecho a medida, de la digitalización colectiva contra la libertad de los individuos, de la robotización contra el mercado laboral, del cambio climático contra las necesidades energéticas, de los medios de comunicación contra el enjambre de redes sociales, de la inmigración contra la despoblación… El viejo mundo de la sólida sociedad posindustrial, con sus millones de consumidores, sus grandes centros de producción y su protección social, se está licuando y dando lugar a un inseguro universo virtual. Ya no hay dos realidades, una analógica y otra digital, solo existe la realidad digital y lo analógico no es otra cosa que aquella parte del mundo viejo que no ha muerto todavía.

Y en este escenario la gran pregunta es: ¿qué Unión Europea queremos? O mejor. ¿Seguimos queriendo que exista la Unión Europea?

Los que, como yo, estamos convencidos de que los Estados Unidos de Europa serían la única posibilidad de que nuestro continente mantenga a salvo su soberanía en los próximos 50 años, debemos empezar a decirlo alto y claro, y a hacer campaña europeísta en el contexto nacional. Ya sé que eso en la España de hoy es muy difícil (no más que en los países de nuestro alrededor, por cierto), que la España de hoy se ha vuelto a encerrar en su propia burbuja de conflictos civiles en los que la construcción o destrucción de la propia España concentran todo nuestro esfuerzo intelectual, que volvemos a aislarnos como en el XIX y el XX, que ahora que teníamos cogido el tren de la Historia nos estamos volviendo a bajar, pero no hay que cansarse de repetirlo: el tema es cómo terminamos Europa, no cómo terminamos con España. Circular contra dirección solo te garantiza tener un accidente, como siempre.

Frente a este panorama incierto, la presidenta Von der Leyen tomó la iniciativa de convocar una conferencia sobre el futuro de Europa que, poco a poco, se va abriendo camino.

El Consejo Europeo, en diciembre de 2019, ha encargado por fin a la presidencia rotatoria actual, Croacia, que proceda a definir una posición sobre el contenido, alcance, composición y funcionamiento de esta conferencia.

Aunque son evidentes las similitudes de esta conferencia con la antigua “Convención para el futuro de Europa” que se convocó en 2002-2003, y de la que salió el fallido proyecto de Constitución Europea, hay dos diferencias fundamentales entre ellas.

La primera es que entonces era un momento de optimismo. Como la Declaración de Laeken (2001) que convocó la Convención recordaba, la unificación de Europa parecía inminente. Estábamos a punto de ampliar la Unión a más de 10 estados miembros y la economía iba a toda marcha. Hoy, en cambio, Europa vive sus horas más lúgubres, estamos todavía sufriendo las consecuencias de la crisis económica, la Unión se ha hecho más pequeña, y, gracias al euroescepticismo, la unidad de Europa está más en entredicho que nunca.

placeholder El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en una comparecencia en Madrid. (EFE)
El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en una comparecencia en Madrid. (EFE)

La segunda es la participación en la misma. La Convención, quizá cometiendo un pecado capital que a la larga la hizo fracasar, ignoró la presencia de los ciudadanos. Había sociedad civil, por supuesto, pero los ciudadanos como tal no tuvieron voz hasta que hablaron en referéndum. Hoy plantear siquiera una reforma de los tratados a espaldas de los ciudadanos no solo es impensable, sino que sería el fin inmediato del proyecto europeo. Un harakiri en toda regla.

La Conferencia debería empezar su trabajo el 9 de mayo de 2020, coincidiendo con el 70 aniversario de la Declaración de Schuman y el 75 aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Y debería concluirlo en un máximo de dos años, es decir, durante la presidencia rotatoria francesa en el primer semestre de 2022 y, en todo caso, antes de las elecciones de 2024.

Todos los políticos de Bruselas (no hay tantos, este es el cielo de los funcionarios) están pendientes de esta conferencia sobre el futuro de Europa, convencidos de que nuestro porvenir se va a jugar en ese terreno. ¿Por qué en España nadie habla de ella? Ah, es verdad, perdón por olvidarlo, es que aquí estamos con lo de la negociación gobierno a gobierno con Cataluña. Qué importante para la globalización que se nos viene encima debe ser lo de Junqueras, pero no te lo creas.

El jueves pasado, en Salzburgo, el canciller austriaco, el jovencísimo Sebastian Kurz, me dijo: “Esteban, China ha construido un hospital en 10 días, la Unión Europea en 10 días no convoca ni una reunión, dado que los plazos de convocatoria son más largos”. Por supuesto que se trataba de una exageración porque ese nuevo hospital chino no puede compararse ni de lejos con cualquiera de los europeos, pero el ejemplo servía para poner de manifiesto el conflicto actual entre eficacia del poder absoluto y burocratización causada por los controles democráticos. ¿Es posible que una democracia funcione hoy, sin caer en el 'trumpismo', tan enérgicamente como puede hacerlo una autocracia? Ese es uno de los grandes retos a los que tendrá que hacer frente Europa en los próximos años.

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