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¿Por qué la Bélgica inviable funciona mejor que la España viable?
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¿Por qué la Bélgica inviable funciona mejor que la España viable?

Pues porque ellos dialogan sin descanso para resolver sus 'conflictos belgo-belgas' y a nosotros no se nos ocurre nada mejor que matarnos a garrotazos

Foto: El nuevo primer ministro belga, Alexander De Croo. (Reuters)
El nuevo primer ministro belga, Alexander De Croo. (Reuters)
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En general, se coincide en que España se enfrenta a su peor crisis desde la Guerra Civil y que, sin embargo, los políticos españoles en lugar de colaborar para resolverla parecemos empeñados en agrandarla, si es que eso fuera posible. El inconsciente colectivo de nuestro pueblo ha entendido toda la vida que aquella sentencia del famoso verso 20 del 'Cantar de mío Cid' que dice “Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor”, tal y como se suele interpretar, fue una sentencia premonitoria acerca del destino de España como patria. Malos políticos durante el Imperio, el Siglo de Oro, la Ilustración, la revolución liberal, las revoluciones obreras, las guerras mundiales y, ahora, justo ahora, en pleno desastre del covid, otra vez malos señores para los buenos vasallos.

Ser político español resulta desesperante, consiste en contemplar impasible cómo nuestra incapacidad para conversar entre nosotros termina dando el voto de calidad en todos los debates decisivos a los enemigos de España, a los nacionalistas/independentistas periféricos y a los guerracivilistas de extrema izquierda o de extrema derecha. Y así España se ve cada día más reducida y más dividida. Esta semana, igual que la pasada, volverá a suceder.

Con más de 50.000 muertos, cerca de un millón de contagiados, la economía hundida, el desempleo galopando, los servicios públicos asfixiados, la cultura expirando, las pequeñas y medianas empresas y los trabajadores autónomos sin fuelle, los ancianos viendo cómo se les va la vida confinados y en apariencia ninguna solución próxima, es indignante que nuestro debate político se centre en la Guerra Civil, el modelo de Estado, el control del CGPJ, las competencias que corresponden a cada Administración, las ambiciones de los independentistas catalanes, la moción de censura o las sucesivas ocurrencias del aparato propagandístico de la Moncloa.

Foto: Xxxi cumbre ibérica

Cuando me preguntan cómo se nos ve desde Europa, respondo la verdad: no nos critican por padecer la enfermedad con mayor extensión que los demás, eso les puede ir sucediendo a todos por turno, ni porque la crisis económica nos esté golpeando más fuerte, esto se puede explicar con números, lo que nadie entiende, y cuando digo nadie es nadie, es que nos estemos muriendo y perdamos el tiempo insultándonos y tirándonos del pelo unos a otros.

¿Predestinación ibérica? No, Portugal está a salvo del autoodio. Más bien nos pasa que hemos desprestigiado tanto el oficio de la política que finalmente hemos conseguido que sea un oficio sin prestigio.

La percepción catastrófica sobre nuestra política nacional está más extendida de lo que queremos creer. Cuando la prensa internacional proyecta una sombra sobre las posibilidades españolas de salir rápido de la crisis sanitaria y económica, no está influida tanto por los datos como por los políticos, se fían de nuestros empresarios, pero no de nuestros gobernantes. Un país con nuestro potencial no tendría mayor problema para gobernarse con éxito si tuviera una política más sensata, menos cortoplacista. Permítanme decirlo así: España sería un país mejor si tuviera una política más profesional.

Yo vivo en Bélgica desde hace seis años. Considero que influyo en las instituciones europeas mejor desde aquí. Conque me resulta inevitable comparar cómo estamos viviendo la lucha contra la pandemia en Bruselas y cómo se vive en España, qué consecuencias está teniendo aquí y qué consecuencias en nuestro país.

España sería un país mejor si tuviera una política más profesional

Dice mi casero que Bélgica es un caos viable y yo empiezo a pensar que España resulta lo contrario, un orden inviable. Bélgica es un país imposible y, sin embargo, es también un país donde los políticos no estorban. La pregunta que me hago entonces es: ¿por qué Bélgica, siendo un Estado que no debería funcionar, funciona, y España, siendo un Estado que debería funcionar, no funciona?

La pasada semana, el periódico 'Le Soir', el principal diario francófono belga, se hacía eco de la disputa entre las regiones flamenca y valona por la gestión de los fondos de recuperación. El 'casus belli' es que, de los 5.000 millones que el Consejo ha atribuido a Bélgica, Flandes ha reclamado quedarse con tres. La división y los reproches entre las dos comunidades nacionales que componen este país se barruntan ya en el horizonte. Nada nuevo bajo el lívido sol belga.

Lo significativo de la noticia es que esta clase de enfrentamientos forma parte de una categoría política tan de aquí como los gofres, la de los llamados 'conflits belgo-belges'. Es decir, conflictos de belgas, entre belgas y a la belga que, pese a todo, tienen remedio dialogando mucho. Justo lo que les falta a nuestros 'conflictos hispano-españoles'.

¿Por qué Bélgica, siendo un Estado que no debería funcionar, funciona, y España, siendo un Estado que debería funcionar, no funciona?

Los 'conflits belgo-belges' forman parte de una tradición del país, sin la cual sería imposible entender o tratar de explicar la heterogénea idiosincrasia de este pequeño Estado, más producto de la accidentada historia europea que de una auténtica identidad colectiva.

Bélgica es un país capaz de hablar tres lenguas (no olvidemos la siempre marginada comunidad germana), pero incapaz de entenderse en ninguna de ellas. Un país que no tiene rey de Bélgica, sino rey de los belgas. Que ha estado más tiempo sin Gobierno que el Irak de la ocupación post-Sadam y que, sin embargo, a sus habitantes no se les movió ni un pelo por eso, porque la economía seguía creciendo y el paro descendiendo.

Un país siempre al borde del colapso, al menos a los ojos de los extraños, y, sin embargo, imperturbable al paso de los tiempos desde 1830. En 2030, celebrarán 200 años de pasmosa unidad.

Foto: Una imagen de las calles de Madrid recogida por la agencia Reuters. Opinión

Lo otro que dice mi casero es que lo único belga que existe de verdad es la selección de fútbol, que todo lo demás, incluido el rey, son acuerdos de conveniencia.

Pues bien, la única explicación posible a tanta estabilidad reside en eso que se ha dado en llamar 'los compromisos a la belga', brillantemente explicados por el periodista español Jacobo de Regoyos en su libro titulado 'Belgistán', que debería reeditarse y repartirse con la credencial a todos los políticos españoles la primera vez que salimos elegidos para el Congreso.

El río de la desintegración

Esos compromisos, que como dice Jacobo son infinitos e incomprensibles para casi todos, son un ejemplo de moderación y autocontrol, y han permitido evitar que la sangre de la política 'belgo-belga' llegue al río de la desintegración.

Solo así puede entenderse que Bélgica cambie de primer ministro como quien se cambia de calcetines. El último lleva menos de tres semanas en el cargo. Y la que antes era primera ministra ha pasado a ser viceprimera ministra y ministra de Exteriores sin que a nadie se le arrugue la cara. Y eso que, siendo primera ministra en funciones en sustitución del anterior primer ministro, también en funciones, afrontó con bastante éxito la primera oleada del covid.

Sí, pese a los apuros periódicos, el país sigue en pie, y no como uno cualquiera, sino como una de las economías más estables de Europa.

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Así que, cuando desde la lejanía veo lo que ocurre en mi patria, en España, y veo lo que ocurre aquí en Bélgica (ya no oso ni compararnos con Italia, Francia o Alemania), reconozco que me entra cierta tristeza apática.

¿Cómo es posible que un país con una tradición histórica tan reciente, uno de los más jóvenes, de hecho, con una división cultural tan acentuada y con una organización política tan compleja, sea capaz de poner a liberales, socialistas, verdes y democristianos de acuerdo no solo para formar gobiernos sino también para sacar adelante los asuntos más urgentes, y que en España, donde tenemos lazos históricos mucho más sólidos y antiguos, donde poseemos un sustrato cultural común y donde contamos con al menos tres partidos de Estado sentados en el hemiciclo, esa alianza de fuerzas constitucionalistas sea completamente imposible? ¿Qué estamos haciendo al revés?

Es difícil de entender que en España se anime a la confrontación desde el Gobierno

Visto desde la perspectiva europea, es difícil de entender que en España se anime a la confrontación entre españoles desde el Gobierno de la nación. Muy difícil de comprender que sea el propio presidente del Gobierno quien tolere que los cimientos de la convivencia democrática entre españoles se dinamiten desde los sillones de su Consejo de Ministros.

Complicado de encajar que quienes se envuelven todos los días en la capa de Don Pelayo para defender su particular concepto de España lo hagan a costa de despreciar a los que tienen o tenemos una idea distinta. Para entendernos, una España que divide entre buenos y malos españoles nunca será la España de todos.

Cuesta, sí, cuesta, aceptar que en nuestro país estemos perdiendo, si es que no la hemos perdido ya del todo, la capacidad de respetarnos y la cultura suficiente como para al menos pretender que nos entendemos. Nos oímos, pero no nos escuchamos. Y hemos empezado de nuevo a gritar.

De los males de la patria todos tenemos una parte de culpa que asumir. Ni me saco de en medio, ni sacaré a mi partido. Tampoco seré tan cínico de decir que los políticos son los malos y el resto, sociedad, medios de comunicación, empresarios, sindicatos, son todos unos santos inocentes.

Conflictos hispano-españoles

El primer paso para arreglar algo que no funciona es asumirlo. Y España no tendrá arreglo hasta que los españoles asumamos que no hay mayor enemigo para nuestro progreso que nosotros mismos y nuestros 'conflictos hispano-españoles'.

Y sin embargo, y pese a todo, no me considero pesimista. Más bien al contrario, soy un optimista irredento. No existe más destino para una nación que aquel que libremente forjan sus ciudadanos. Nuestro futuro no depende tanto de nosotros como de las generaciones venideras, que a lo mejor demuestran algo más de juicio que la nuestra. Al menos, gestionemos el presente con madurez, como adultos, con eso habremos hecho suficiente por la patria.

¿Por qué Bélgica, que es un Estado imposible, funciona, y España, que es un Estado viable, no? Pues porque ellos dialogan sin descanso para resolver sus 'conflictos belgo-belgas' y a nosotros no se nos ocurre nada mejor que matarnos a garrotazos cuando nos encontramos ante un 'conflicto hispano-español'. Nunca pensé que lo diría: aprendamos de Bélgica.

En general, se coincide en que España se enfrenta a su peor crisis desde la Guerra Civil y que, sin embargo, los políticos españoles en lugar de colaborar para resolverla parecemos empeñados en agrandarla, si es que eso fuera posible. El inconsciente colectivo de nuestro pueblo ha entendido toda la vida que aquella sentencia del famoso verso 20 del 'Cantar de mío Cid' que dice “Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor”, tal y como se suele interpretar, fue una sentencia premonitoria acerca del destino de España como patria. Malos políticos durante el Imperio, el Siglo de Oro, la Ilustración, la revolución liberal, las revoluciones obreras, las guerras mundiales y, ahora, justo ahora, en pleno desastre del covid, otra vez malos señores para los buenos vasallos.

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