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Nos jugamos más con Mercosur que con el plan de recuperación
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Nos jugamos más con Mercosur que con el plan de recuperación

¿Por qué esta España de ahora, ensimismada en sus propias miserias, se olvida de América del Sur tan tenaz y persistentemente? Qué error, por favor, qué estúpido error

Foto: Un grupo de activistas de Greenpeace protesta contra Mercosur. (Reuters)
Un grupo de activistas de Greenpeace protesta contra Mercosur. (Reuters)
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¿Por qué esta España de ahora, ensimismada en sus propias miserias, se olvida de América del Sur tan tenaz y persistentemente? Qué error, por favor, qué estúpido error en el que nadie en nuestra posición incurriría.

La política bolivariana ha regresado y cabe preguntarse: ¿qué ha ocurrido mientras no estábamos atentos? ¿En qué momento se jodió todo?

La situación en Latinoamérica es otra vez en extremo preocupante. El terremoto provocado por los papeles de Panamá y el escándalo de la constructora Odebrecht sumieron la región en un océano de inestabilidad política, con numerosos legisladores, empresarios y hasta jefes de Estado encausados y condenados a penas de prisión.

Foto: Protestas en Perú. (Reuters)

Recordemos, por ejemplo, lo que acontece en el Perú, pues constituye una verdadera metáfora del problema de fondo.

El expresidente Alberto Fujimori sigue en la cárcel. El expresidente Alejandro Toledo está en Estados Unidos en arresto domiciliario hasta que se decida sobre su extradición. El expresidente Alan García se suicidó cuando la policía iba a detenerlo a su casa. El expresidente Ollanta Humala y su esposa permanecen a la espera de sentencia después de haber pasado varios meses en prisión preventiva. El expresidente Pedro Pablo Kuczynski también se encuentra en prisión preventiva. El hasta ahora presidente, Martín Vizcarra, acaba de ser destituido por el Parlamento en una decisión no carente de polémica, pues han sido legisladores bajo sospecha de corrupción los que han votado a favor de su caída. El presidente en funciones que le sustituyó duró menos de una semana en el cargo y el país vive ahora una tensa interinidad a la espera de nuevas elecciones.

El caso Vizcarra recuerda bastante al 'impeachment' contra la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, también bajo la sombra de Odebrecht. Su sustituto en Planalto, Michel Temer, fue detenido poco después de entregar el bastón de mando a Bolsonaro y continúa en arresto domiciliario. Y el muñidor del proceso de destitución de Rousseff, el presidente del Parlamento, ha acabado también en prisión.

Pero no se trata solo de Brasil o de Perú. Hemos visto lo que ha ocurrido en Bolivia tras la salida del poder de Evo Morales y el resultado de unos comicios que muestran un país profundamente dividido. En Guatemala, el presidente Alejandro Giammattei atraviesa una profunda crisis política que acabó la semana pasada con el Parlamento en llamas. Justo cinco años después de que otra crisis política con manifestaciones multitudinarias obligara al entonces presidente, Otto Pérez Molina, a renunciar al poder.

placeholder Evo Morales, aclamado a su vuelta a Bolivia. (Reuters)
Evo Morales, aclamado a su vuelta a Bolivia. (Reuters)

Chile, una de las democracias más estables hasta la fecha, se ha visto sacudida por un profundo malestar social que ha acabado por convencer a la clase política dirigente de la necesidad de iniciar una reforma constitucional que ponga fin al último legado de la dictadura pinochetista. En Argentina, tras cuatro años de mandato reformista, el kirchnerismo ha vuelto al poder. En Ecuador, el presidente Lenin Moreno aún está tratando de evitar las inferencias de su antecesor y examigo Rafael Correa, condenado por corrupción y huido de la Justicia ecuatoriana, compartiendo destino de prófugo con Puigdemont.

De Venezuela, Nicaragua y Cuba, nada que añadir a lo que ya se sabe, los tres se han convertido en los últimos parques temáticos del comunismo a costa de la persecución, hambre y muerte de su población.

Más allá de los terribles efectos del covid-19 sobre la región, la inestabilidad política, la polarización, la desaparición de fuerzas políticas moderadas, el mesianismo, el crecimiento de la pobreza y el desmoronamiento de la clase media parecen haberse asentado allí de forma definitiva. Dicho lo cual, Europa tiene su parte de responsabilidad en lo que ocurre. Sí, responsabilidad, sí, por no haber aprovechado el clima favorable de los últimos cinco años para impulsar una cooperación política y económica más robusta y permanente. Y en el caso español, esa responsabilidad debe verse como una verdadera culpa.

Mercosur, la alianza formada por Paraguay, Uruguay, Brasil y Argentina, equivale a la quinta economía del mundo si se toma en bloque

¿Lo último?, las dudas abiertamente expresadas por distintos Estados de la Unión Europea acerca de la conveniencia o no de firmar el acuerdo de libre comercio con Mercosur. Un acuerdo que, dicho sea de paso, lleva negociándose nada más y nada menos que 20 años.

Mercosur, la alianza comercial formada por Uruguay, Paraguay, Brasil y Argentina que, tomada en bloque, equivale a la quinta economía del mundo, constituye un destino para los productos europeos valorado en 45.000 millones de euros y en 23.000 millones en servicios. Y un destino para las inversiones europeas cifrado en 381.000 millones de euros.

Esta alianza comercial entre la UE y Mercosur supondría, en términos prácticos, la integración de un solo mercado de casi 800 millones de habitantes, casi la cuarta parte del PIB mundial y más de 83.000 millones de euros. No existe un Next Generation EU que ofrezca un motor de recuperación económica más potente.

De materializarse el acuerdo, se liberalizaría aproximadamente el 92% de las exportaciones en ambos sentidos, lo que supondría cerca de 4.000 millones de euros ahorrados anualmente en derechos de aduanas, lo que en esta época de carestía no es una cuestión menor. No debemos olvidar que, hasta la fecha, Mercosur sigue siendo un mercado muy cerrado a las exportaciones europeas, con altas barreras arancelarias y no arancelarias. De salir adelante, la UE tendría una importante ventaja comparativa respecto a otros competidores como China o Estados Unidos.

Foto: El presidente de Argentina, Mauricio Macri (c), participa en una sesión de valoración del acuerdo Unión Europea-Mercosur durante la Cumbre del G20 en Osaka, Japón. (EFE) Opinión
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Pues bien, pese a todo, como he dicho, cada día que pasa son más las voces que, a este lado del Atlántico, muestran su reticencia a aprobar definitivamente el acuerdo. Cosa no menor, puesto que la complejidad del texto negociado hace que el proceso de ratificación ya sea complicado sin necesidad de ayuda. Por explicarlo brevemente. Solo dentro de la Unión Europea, el acuerdo exige una triple ratificación, que pasa por unanimidad en el Consejo, unanimidad en los parlamentos nacionales y regionales, allá donde haya competencias (recordemos el caso del CETA con Canadá y el bloqueo del Parlamento regional de Valonia, en Bélgica), y mayoría en el Parlamento Europeo. Y por si todo eso no fuera suficiente, requerirá también unanimidad de los parlamentos latinoamericanos.

Dentro de los que se oponen al acuerdo, coexisten dos almas. Por un lado, quienes se posicionan en contra del libre comercio por sistema, porque creen que el comercio libre solo favorece a las multinacionales o porque creen que con este acuerdo estamos destruyendo el planeta. Por otro lado, están quienes defienden que hay que cerrar nuestro mercado europeo a las exportaciones extranjeras, y fomentar el producto y el consumo autárquico, aunque ello suponga asumir la escasez de determinados bienes y servicios. Dicho de otra manera, la izquierda antiglobalista y la derecha proteccionista, curiosas pero eficaces aliadas.

Unos y otros ignoran la realidad de un acuerdo tan complejo como este. Primero, porque incluye exigencias medioambientales en línea con los objetivos establecidos en el Acuerdo de París. Si la preocupación es la actitud del Gobierno de Bolsonaro con la Amazonia, la lógica parece indicar que será más fácil obligarle a cumplir lo firmado (este acuerdo) que lo que Brasil no ha firmado (París).

placeholder Protestas en contra de Mercosur. (Reuters)
Protestas en contra de Mercosur. (Reuters)

Segundo, se reconocen y protegen 357 denominaciones de origen de la UE, por cierto, el mayor número que haya jamás conseguido insertar en un tratado comercial la UE. Pero es que, además, se imponen unos esquemas de seguridad en materia de sanidad y seguridad alimentaria que son los que disfruta el ciudadano europeo. Toda importación procedente del Mercosur debe adaptarse a los estándares europeos.

Dicho de otra manera, la UE no abriría incondicionalmente sus mercados a los productos Mercosur, ni Mercosur a la UE. Para productos sensibles, el acceso al mercado europeo sería limitado y controlado; en muchos casos, incluso escalonado de manera progresiva en más de 15 años. Y en caso de posibles distorsiones por súbitos aumentos de las importaciones, la UE podría aplicar cláusulas de salvaguardia y mecanismos de compensación a los sectores afectados.

Soy el primero en defender que los acuerdos comerciales de la UE tienen que incorporar, necesariamente, aspectos políticos, tales como la protección de los derechos humanos, el fomento de la democracia y la lucha contra el cambio climático. Es la manera que tiene la UE de perfilar un mundo a menudo demasiado asilvestrado; cambiando democracia y libertad por comercio.

Por eso, creo firmemente que no podemos malograr la oportunidad que representa este acuerdo con Mercosur. No solo por las implicaciones económicas, sino también por las geopolíticas.

América es el continente que más se parece en valores morales a la Unión Europea, es nuestra continuación y nosotros somos la suya

En los actuales tiempos de recesión y coronavirus, desaprovechar los beneficiosos efectos del acuerdo más ambicioso cuantitativa y cualitativamente que haya negociado nunca la UE afectaría no solo a los ciudadanos y empresas de ambas regiones, sino también a la propia credibilidad de los Veintisiete como bloque político, poniendo en cuestión nuestros principios en favor del multilateralismo y de un sistema comercial basado en reglas.

América es el continente que más se parece en valores morales a la Unión Europea, es nuestra continuación y nosotros la suya. Renunciar a ser socios de América del Sur es dejar a China y sus empresas el campo libre y la puerta de Europa abierta. Nuestra verdadera resurrección económica depende más de Mercosur que del plan de recuperación.

Y además, si Europa se va de Sudamérica, los chinos no solo instalaran allí sus fábricas y su modo de fabricar, sino también su menosprecio por la democracia. Por paradójico que parezca, Mercosur es por donde continúa la construcción de la Unión Europea.

¿Por qué esta España de ahora, ensimismada en sus propias miserias, se olvida de América del Sur tan tenaz y persistentemente? Qué error, por favor, qué estúpido error en el que nadie en nuestra posición incurriría.

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