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Qué esperar de un Gobierno que confía en la 'buena fe' de Boris Johnson
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Esteban González Pons

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Qué esperar de un Gobierno que confía en la 'buena fe' de Boris Johnson

Como en el franquismo, la política internacional de ahora mismo en España es de manual, de apuntes de opositor a la carrera diplomática. O sea, no es política

Foto: Las banderas de Reino Unido y de la Unión Europea, antes de la reunión entre Johnson y Von der Leyen, el pasado día 9. (Reuters)
Las banderas de Reino Unido y de la Unión Europea, antes de la reunión entre Johnson y Von der Leyen, el pasado día 9. (Reuters)

Por desgracia, los españoles preferimos librar la guerra civil nuestra de cada día antes que involucrarnos en ninguna contienda mundial. Las grandes batallas políticas europeas se suceden una tras otra sin que España juegue nunca un papel relevante en ellas. Nosotros somos más de fusilar al vecino en nombre de unos valores santos que de defender la santidad de esos valores poniendo en juego, si fuera preciso, la propia vida.

Más de tres siglos sin héroes de los de Normandía, aletargados por el aislacionismo y el sentimiento de inferioridad, inevitablemente pasan factura. España es un gigante internacional retraído y automarginado. Desde el punto de vista mundial, la política española es de clausura. En el Congreso de los Diputados jamás, y digo 'jamás', se ventila un debate sobre asuntos internacionales entre los principales líderes parlamentarios y, cuando se discute sobre política europea, lo europeo de la discusión se transforma en la parte basura de la controversia porque, donde se gasta saliva de veras, es en el juego de culpabilizar al adversario. Sí, aquí el contrario nunca está simplemente equivocado, además debe ser siempre culpable de algo imperdonable.

Foto: EC.

Dejando a un lado que nuestra política para Latinoamérica merecería distinguirse del resto de la internacional como hacemos con la europea, que un debate regular con el presidente del Gobierno sobre América Latina sería más que recomendable y que las comparecencias del presidente se tendrían que producir no solo después, sino también antes de los Consejos Europeos, el Congreso debería darle la importancia que corresponde a la globalización. Cada problema que afrontamos hoy está más condicionado por las circunstancias políticas, económicas y sociales del espacio global que por las acusaciones que diariamente se cruzan unos partidos locales españoles contra otros.

Parece mentira, pero en España los políticos hemos abandonado la política internacional y la hemos delegado en las competentes manos profesionales de los diplomáticos. Es la política menos de Estado y más administrativa que se practica aquí, puesto que se confía totalmente en el rutinario quehacer cotidiano de embajadores y cónsules, lejos de la ambición de los políticos.

¡Pero si hasta consideramos que un político que no sea diplomático no puede hacer política internacional y que es una intromisión en la carrera profesional de estos funcionarios de alto rango que un político intente dar alguna directriz! Y no digamos ya representar a España…

Como en el franquismo, la política internacional de ahora mismo en España es de manual, de apuntes de opositor a la carrera diplomática; o sea, no es política.

En la Unión Europea, por ejemplo, España defiende sus intereses, pero nunca los intereses de la Unión Europea. Será porque eso es competencia de los diplomáticos del servicio exterior de la UE, supongo con ironía. Nosotros peleamos por nuestras cuotas y nuestros fondos, eso está bien, sin embargo, no se nos escucha combatir por tal o cual política general sobre cuotas o fondos. Se diría que, más allá de nuestro saquito, el interés europeo nos resulta ajeno. Que gobiernen ellos.

placeholder Boris Johnson y la presidenta de la Comisión Europea,  Ursula von der Leyen. (Reuters)
Boris Johnson y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters)

Nuestro país, por tamaño, población, PIB, cultura, historia… lo tiene todo para competir con Francia o Alemania en el liderazgo europeo. Ahora bien, cuando uno mira lo que ha pasado en los últimos meses con el fondo de recuperación constata que España, aparte de exigir solidaridad, no ha ido a Bruselas con ninguna propuesta que no fuera complementaria de otra francesa o alemana, que no ha jugado ningún rol destacado en las negociaciones y que ha permanecido muda en la polémica con Polonia y Hungría sobre vinculación de ayudas y respeto al Estado de derecho.

Haber llevado a la presidenta Von der Leyen a una videoconferencia con presidentes autonómicos es el momento estelar de nuestro Gobierno en este asunto. No me digan que no resulta aldeano.

¿En serio? ¿González Laya confía en la buena fe de Boris Johnson? Es naif. Que el Brexit nos pille confesados…

Si atendemos al Brexit, tres cuartos de lo mismo. Obviando que firmamos acuerdos fiscales con el Reino Unido sobre Gibraltar antes de que concluyeran las negociaciones con la UE, que somos quien más se juega en pesca, que Francia ha amenazado con vetar el posible acuerdo por esta causa, pero nosotros no, o que el ministro de Transporte se ocupa de todo menos de lo que puede ocurrir con Iberia y nuestras conexiones con Latinoamérica si esta semana todo saliera mal, el mensaje de nuestra ministra de Exteriores ayer sobre las consecuencias para la frontera con Gibraltar de una ruptura sin acuerdo fue: “Confío en la buena fe del Reino Unido”. ¿En serio? ¿González Laya confía en la buena fe de Boris Johnson? Es naif. Que el Brexit nos pille confesados…

placeholder Laya, ministra de Exteriores, tras su reunión con el primer ministro palestino. (Reuters)
Laya, ministra de Exteriores, tras su reunión con el primer ministro palestino. (Reuters)

La semana pasada, sin ir más lejos, la ciudad de León perdió la oportunidad de albergar la sede del futuro Centro Europeo de Ciberseguridad, una propuesta heredada de la anterior Comisión Europea y de su presidente Jean Claude Juncker, el primero que tuvo que hacer frente a la amenaza híbrida de las noticias falsas y la desinformación en las redes sociales y a los intentos de actores extranjeros de interferir en los procesos electorales del continente. Un Centro que trabajaría en estrecha colaboración con la Agencia Europea de Seguridad de las Redes y de la Información, que tiene su sede en Grecia.

Junto a la ciudad castellano-leonesa competían otras urbes europeas como Múnich, Varsovia, Bucarest, Bruselas, Vilna y Luxemburgo. Y no se puede decir que la candidatura española fuera frágil. En 2006 se había creado allí el Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación (INTECO), que pasó en 2014 a denominarse Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE). Sin duda este debía ser un aliciente para que León fuese la escogida, ya que permitiría crear sinergias entre los dos centros, el nacional y el europeo, con mismas prioridades y mismos objetivos.

Foto: Exterior del edificio del Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe) en León. (EFE)

Sin embargo, contra todo pronóstico de nuestro Gobierno, no es que León no llegase a la ronda final, sino que cayó en la primera fase con solo dos votos de veintisiete (uno de los dos el español, claro). Una vez más no fue la candidatura en sí lo que falló, sino la gestión política y diplomática de la misma por parte del Gobierno de España. Una muesca más en la larga lista de desatinos que han ido poco a poco mermando nuestra credibilidad dentro de Europa y fuera de ella.

El último gran ridículo ocurrió casi al tiempo que León caía eliminada en primera ronda. El Gobierno tuvo que enterarse por los medios de comunicación, nadie consideró necesario llamar a Madrid, de que el presidente Trump, en los últimos pero febriles coletazos de su presidencia, acababa de reconocer en nombre de los Estados Unidos la soberanía marroquí sobre el Sáhara.

Si dedicásemos a la política exterior la cuarta parte de la energía que dedicamos a solventar nuestras peleas territoriales, la cosa sería bien distinta

La decisión de aplazar por el coronavirus la cumbre de alto nivel entre España y Marruecos, prevista para este jueves 17, no hace sino demostrar lo perdidos que andan nuestros gobernantes cuando se mueven fuera de aguas domésticas. ¿Alguien cree que ese aplazamiento de una reunión con un Gobierno cuyo vicepresidente se declara amigo del Frente Polisario no tiene nada que ver con el reconocimiento norteamericano de la soberanía marroquí sobre el Sáhara? ¿Así vamos a resolver la presión migratoria sobre Canarias?

Foto: La ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya. (EFE)

La diplomacia de Marruecos nos gana todas las partidas. Este asunto pone de relieve y muy a las claras lo insignificante que se ha vuelto la burocrática política exterior española.

Me niego a aceptar el derrotismo de esos que dicen que España debe conformarse con jugar en la liga de los medianos. Primero, porque por situación geográfica, por nuestras infraestructuras portuarias y aeroportuarias, por nuestros vínculos históricos, económicos, culturales con otras regiones importantes del planeta, tenemos los mimbres para jugar en la liga de las grandes potencias. Y segundo, porque es deber de un Gobierno aspirar a ofrecer la mejor versión de nosotros mismos, dentro y fuera de nuestras fronteras.

Si dedicásemos a la política exterior solo la cuarta parte de la energía y los recursos que dedicamos a solventar nuestras peleas territoriales, la cosa sería bien distinta. El gran pecado de España es que los españoles nos hemos autoconvencido de que lo nuestro no son las grandes empresas internacionales sino las purgas internas.

Aunque, bien pensado, si después de 40 años de aprobar la Constitución, el Gobierno aún se está preguntando cómo organizar territorialmente España, ¿quién no se va a reír si nos proponemos organizar la UE? ¿Se imaginan a Pablo Iglesias dando lecciones a los líderes europeos? Pues eso, para qué insistir.

Por desgracia, los españoles preferimos librar la guerra civil nuestra de cada día antes que involucrarnos en ninguna contienda mundial. Las grandes batallas políticas europeas se suceden una tras otra sin que España juegue nunca un papel relevante en ellas. Nosotros somos más de fusilar al vecino en nombre de unos valores santos que de defender la santidad de esos valores poniendo en juego, si fuera preciso, la propia vida.

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