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Orbán y Pablo Iglesias dicen lo mismo sobre los medios de comunicación
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Orbán y Pablo Iglesias dicen lo mismo sobre los medios de comunicación

El iliberalismo es el nuevo enemigo de la democracia representativa y del Estado de derecho. Ya no es solo populismo: China, Rusia y Trump le han dado una base teórica y una legitimidad económica

Foto: El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. (Reuters)
El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. (Reuters)

En España, entusiasmados como estamos metiéndonos el dedo en el ojo unos a otros y haciéndole agujeros al barco, se sabe poco y mal quién es Viktor Orbán y a qué se dedica, y no digamos Kaczynski, Bavis o Abela. Lo admitamos o no, se trata de una anomalía tan humillante como que nuestra clase dirigente entienda el catalán o salude en vasco, pero sea absolutamente incompetente en inglés. Lo digo porque toda Europa está preocupada por la deriva política y económica que puede producirse (si no se está produciendo ya) como consecuencia de la ideología iliberal de los mencionados, menos nosotros, que seguimos incomunicados en nuestra burbuja guerracivilista.

¿Burbuja, he dicho? El aislamiento de España es más bien de invernadero, porque nos calentamos solos. Desde el siglo XIX, nuestras revoluciones liberales, nuestros movimientos obreros, nuestro fascismo, nuestro comunismo, nuestro milagro económico o nuestra Constitución democrática no han sido sino reflejo de lo que antes ya había sucedido en el resto de Europa; sin embargo, cuando los fenómenos políticos nos llegan, los españolizamos y los exprimimos apasionadamente como si se nos hubieran ocurrido a nosotros.

Viajamos en el tren de la Historia de Europa, aunque en vagón aparte, y nos parece que el paisaje pasa por la ventanilla solo para nosotros.

Foto: Viktor Orbán. (Reuters)

Pues bien, en el resto de Europa se ha escrito mucho en estos últimos días sobre la ruptura el pasado miércoles entre Fidesz, el partido el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el Grupo PPE en el Parlamento Europeo, del que forma parte el Partido Popular. Pero en España, casi nada.

Muchas voces respetables y respetadas opinan que los populares europeos hemos contemporizado hasta el exceso con los desmanes de Orbán, que por cierto vienen de lejos, y que de aquellos barros estos lodos. Sin embargo, otras voces, no menos respetadas, sostienen que haber soltado la mano de Orbán lo deja libre para liderar un movimiento iliberal y antieuropeo que abarque partidos tanto de la derecha como de la izquierda. Si Orbán y la Liga italiana se unen al grupo de los polacos de Kaczynski, los iliberales se convertirán en el tercer grupo en la Cámara europea, por delante del de Macron. ¿Qué era mejor, entonces? Con ese dilema hemos vivido los últimos años los diputados del PPE.

Si Orbán y la Liga italiana se unen al grupo de los polacos de Kaczynski, los iliberales serán el tercer grupo en la Cámara europea

Los alemanes de la CDU, por no ir más lejos, temen que un Orbán fuera del PPE encabece un Brexit húngaro o una división europea entre el este y el oeste. Y razones no les faltan para justificar esta inquietud.

Pues el dilema pervive, porque Orbán ha salido del grupo parlamentario, pero sigue siendo miembro del Partido Popular Europeo. Una asamblea política en junio o el congreso de noviembre tendrán que adoptar una decisión a este respecto. Si Orbán no se marcha antes, claro.

Vaya por delante, para despejar cualquier atisbo de duda, que mi pensamiento político se sitúa en las antípodas de Orbán. Tengo pocas dudas de que el primer ministro ha deslizado Hungría por una peligrosa vertiente antiliberal, similar a la polaca. Si uno hiciese caso al corazón, hace tiempo que Viktor Orbán y Fidesz deberían haber estado fuera del PPE, aunque si algo nos ha enseñado la historia es que el corazón es mal consejero para los asuntos de Estado.

Foto: Viktor Orbán, primer ministro húngaro. (Reuters)

La única razón por la que el grupo del PPE no expulsaba a Fidesz era porque, estando dentro, era más fácil controlar sus desenfrenos e impedir que sus acciones desestabilizasen aún más el proceso de construcción europea. Algunos dirán que sin éxito. Yo prefiero ver el lado positivo. Sin la presión del PPE, es probable que Hungría no hubiese aceptado el mecanismo sobre Estado de derecho para el control del presupuesto y los fondos europeos, por ejemplo.

Pero está claro que la paciencia tiene un límite. Y ese límite hace tiempo que se ha visto rebosado. Por eso, dentro del Grupo PPE, pusimos en marcha una reforma de nuestros estatutos que nos permitiese sancionar comportamientos pocos éticos o contrarios a los valores europeos, como el que tuvo un eurodiputado húngaro justo antes de las Navidades llamando nazi a Manfred Weber, diputado alemán y presidente de nuestro grupo parlamentario.

Esa reforma de los estatutos, de la que yo mismo fui el ponente, no buscaba una sanción directa a Fidesz, sino articular legalmente los mecanismos para que los repetitivos ataques de Fidesz a nuestros principios y valores no volviesen a quedar impunes en el orden interno.

Foto: Viktor Orbán. (Reuters)

Tras cerca de dos meses trabajando, habíamos logrado un cierto consenso sobre la reforma. Pero estábamos abiertos al debate, como no podía ser de otra manera. Un grupo político no cambia sus estatutos de la noche a la mañana sin la necesaria discusión interna.

Y Viktor Orbán torpedeó esa posibilidad de compromiso el domingo 28 de febrero por la noche, cuando nos comunicó por carta, firmada como primer ministro de Hungría, que no había negociación posible: o retirábamos la reforma de estatutos o cogería a sus 12 de los 13 diputados que forman la delegación húngara del PPE y se iría.

Podemos sentarnos a hablar y a negociar, pero lo que nunca vamos a hacer es aceptar chantajes

El propio Orbán rompió todos los puentes. Como tuve ocasión de expresar el miércoles 3 de marzo, el día de la votación de los nuevos estatutos del Grupo PPE, podemos sentarnos a hablar y a negociar, pero lo que nunca vamos a hacer es aceptar chantajes. En vez de dividirnos, lo que hizo Orbán fue aglutinar opiniones, hasta entonces dispersas, en una mayoría hastiada de su comportamiento. La reforma de estatutos salió adelante con el 85% de votos a favor y Orbán cumplió su amenaza: los húngaros de Fidesz abandonaron el Grupo PPE.

¿Todos los húngaros? Todos no, pero sí la mayoría.

Lo diré claro: Orbán no se ha ido del Grupo PPE porque defienda sus creencias, se ha tenido que ir porque el PPE defiende las suyas.

La carta con que Orbán se ha despedido del Grupo PPE termina diciendo: “Ahora [fuera del PPE] debemos construir un derecho democrático europeo que ofrezca un hogar a los que no quieren migrantes, ni multiculturalismo, ni han caído en la locura gay, que defienden las tradiciones cristianas y respetan la soberanía de las naciones”. Después de quitarse la careta, lo cierto es que semejante declaración casa mal con los principios y valores de la democracia cristiana europea que reconstruyó la paz del continente tras la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Parliamentary elections in poland

El del PPE es un grupo amplio y heterogéneo, el mayor del Parlamento Europeo. Con muchos matices y puntos de vista diferentes. Quien considere este aspecto una debilidad es que no ha entendido en qué consiste Europa. Al contrario que otras formaciones, que hacen de la doctrina ideológica un tótem monolítico, en el PPE creemos en la diversidad como punto de partida del proyecto comunitario.

Pero al margen de las consideraciones nacionales, existe un mínimo común denominador. Creemos en el proyecto de la Europa federal, inclusiva, solidaria y respetuosa con la legalidad internacional. Y creemos en la democracia, los derechos fundamentales y las libertades públicas, la separación de poderes y el Estado de derecho como principios fundamentales de nuestra vida política.

Orbán se ha convertido en aquello contra lo que dice luchar. Un déspota que, en la mejor tradición de la izquierda comunista, ha acabado por confundir Estado y partido; por ejemplo, mandó la carta de renuncia de sus diputados —ni siquiera les ha dejado tomar a ellos la iniciativa— con el sello oficial de la oficina del primer ministro.

Foto: Viktor Orbán.
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Así que no, no esperen que esté contento por la marcha de Fidesz, porque quiere decir que Orbán se ha quitado de encima la última correa democrática que le apretaba. Y esa liberación se ha dejado notar a las pocas horas, cuando el líder magiar ha hecho pública su intención de crear un nuevo frente iliberal. Los partidos más extremistas del hemiciclo comunitario han tardado poco en abrirle las puertas. Y esperan la suma de algunas delegaciones nacionales que hoy están en los grupos socialista y liberal también. El iliberalismo no entiende de derechas o izquierdas.

Como en la película de Ridley Scott, Orbán era el 'alien' que vivía en nuestro estómago, pero ahora que se ha escapado ya no es solo un problema para el PPE, sino para todos los partidos, porque el iliberalismo no es conservador, es revolucionario, en el mismo sentido que lo fueron el fascismo o el comunismo, pero no conservador. Sigan al vicepresidente segundo del Gobierno español y lo comprobarán. Por si no se lo han contado: Orbán dice sobre los medios de comunicación y los periodistas exactamente lo mismo que Pablo Iglesias, exactamente lo mismo.

El iliberalismo es el nuevo enemigo de la democracia representativa y del Estado de derecho. Ya no es solo populismo: China, Rusia y Trump le han dado una base teórica y una legitimidad económica. Que no nos dividan a los demócratas.

En España, entusiasmados como estamos metiéndonos el dedo en el ojo unos a otros y haciéndole agujeros al barco, se sabe poco y mal quién es Viktor Orbán y a qué se dedica, y no digamos Kaczynski, Bavis o Abela. Lo admitamos o no, se trata de una anomalía tan humillante como que nuestra clase dirigente entienda el catalán o salude en vasco, pero sea absolutamente incompetente en inglés. Lo digo porque toda Europa está preocupada por la deriva política y económica que puede producirse (si no se está produciendo ya) como consecuencia de la ideología iliberal de los mencionados, menos nosotros, que seguimos incomunicados en nuestra burbuja guerracivilista.

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