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Esteban González Pons

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¿Usted cree que Putin es un asesino?

Una cosa es pensar que Putin tiene poco aprecio por la vida de sus oponentes políticos y otra cosa bien distinta es decirlo sin pelos en la lengua ante una audiencia planetaria

Foto: El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (EFE)
El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (EFE)

La semana pasada China y Rusia anunciaron que construirán conjuntamente la primera estación espacial en la luna. La noticia apareció en la sección de ciencia de los medios, sin que se extrajeran las extraordinarias connotaciones políticas del anuncio. Los primeros en explotar la luna serán dos naciones que mitifican su pasado comunista, que no son democracias y no respetan el Estado de derecho ni los derechos humanos, que unidas representan el mayor mercado mundial y cuyo potencial militar sumado puede destruir el planeta Tierra unas cuantas veces.

Lo diré con otras palabras: China y Rusia van a compartir su tecnología espacial y sus investigaciones al respecto. Si eso no nos pone los pelos de punta, es que realmente no nos enteramos de nada.

¿Cómo hemos llegado hasta este punto? ¿Cuándo perdimos la ventaja política que obtuvimos tras la Guerra Fría? ¿Desde cuándo el poder destructor de los grandes enemigos de la libertad ha dejado de inquietarnos? No tengo las respuestas, quizá solo podría alcanzarlas quien se atreva con una teoría del todo sobre la decadencia de Europa, pero sí puedo afirmar que hace mucho, muchísimo, que no entendemos lo que ocurre en Rusia, que no sabemos cómo relacionarnos con Rusia, que carecemos de una política elaborada sobre el trato y la confianza que cabe establecer con Rusia.

Foto: Emmanuel Macron conversando con Vladimir Putin en junio de 2020. (Reuters)

El caso chino es aún peor. Hemos pasado, en 30 años, de enviar a nuestros empresarios a invertir allí a verlos venir a comprar nuestras empresas, nuestras viviendas e incluso nuestros clubs deportivos. China está sumando a su área de influencia grandes zonas de África, Sudamérica o los Balcanes sin que queramos reaccionar. El miedo a la competencia nos paraliza.

Y, como colofón a este desconcierto de Occidente ante las dictaduras del siglo XXI, podemos añadir la reciente salida de pata de banco del líder del mundo libre.

—¿Es Putin un asesino? —pregunta el entrevistador.

—Lo creo —responde el líder del mundo libre.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (EFE)

A ojos del presidente de Estados Unidos, pues, Putin es un asesino que además pagará por ello. George Stephanopoulos, exconsejero político del presidente Clinton reconvertido en presentador de las noticias, lanzó la pregunta sabiendo de la facilidad de Joe Biden para pisar charcos. Y el demócrata no falló a los pronósticos, entrando de lleno como un toro a un capote rojo. Si no lo han visto, les recomiendo el video.

A los titulares informativos no tardaron en sucederle las esperadas consecuencias. Desde el Kremlin pidieron a su embajador en Washington que hiciera la maleta rumbo a Moscú. La acuñada frase de “llamar a consultas” es la forma diplomática de indicar que se ha cruzado una delgada y peligrosa línea roja. Días después, Putin retó a Biden a una conversación a dos, pero abierta a todos los medios de comunicación, invitación que el presidente estadounidense rechazó alegando que bastante trabajo tiene ya en casa como para ponerse a discutir sobre lo divino y lo humano en conferencia virtual con su par ruso.

Foto: Vladimir Putin, presidente de Rusia. (EFE)

Todo apunta a que, efectivamente, a Biden se le soltó la lengua más de lo necesario. Una cosa es pensar que Putin tiene poco aprecio por la vida de sus oponentes políticos y otra cosa bien distinta es decirlo sin pelos en la lengua ante una audiencia planetaria. Algunos llaman a esto hipocresía, pero en política, y más cuando hablamos de relaciones internacionales, se trata simplemente de sentido de Estado. Por eso creo que la provocación de Biden no estaba justificada, ni por el momento ni por las circunstancias.

Este exceso del presidente americano sirve de contrapunto a la desastrosa visita a Moscú de nuestro ministro europeo de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, el cual fue del todo incapaz de responder con la contundencia que cabría esperar a la sobreactuación de su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, que literalmente puso de vuelta y media a la Unión Europea con nuestro primer diplomático de cuerpo presente, blanco como la nieve e incapaz de frenarle los pies. Una cosa es ser educado y no caer en provocaciones y otra bien distinta es dejar que te pinten la cara sin inmutarte.

Foto: El alto representante junto al ministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov. (EFE)

Las actuaciones de Biden y Borrell, uno por exceso y el otro por defecto, son la ejemplificación perfecta de la incapacidad que tiene Occidente para cogerle la medida al gigante ruso.

Cuando uno es criador de alces en Alaska o de renos en Finlandia, se puede permitir el lujo de decir sobre Putin lo que le venga en gana. Cuando se es el responsable del servicio exterior de la UE, primer ministro de un Gobierno europeo o presidente de Estados Unidos, la cosa cambia. Y mejor que así sea por el bien de todos.

Las actuaciones de Biden y Borrell son el ejemplo perfecto de la incapacidad que tiene Occidente para cogerle la medida al gigante ruso

Tal vez las palabras de Biden estaban muy bien pensadas, y lo que quería era mandar un mensaje claro a Putin de que hay un nuevo inquilino en la Casa Blanca. Aunque, vista una y otra vez la respuesta, no es lo que parece a primera vista, sobre todo si tenemos en cuenta que el presidente estadounidense tiene cierta fama de entrañable bocazas, razón por la cual ya durante la campaña y ahora en el despacho oval su equipo se cuida y mucho de dejar que hable sin un guion establecido.

Hay que reconocer, sin embargo, que si hay un campo político en el que Biden tiene sobrada experiencia es el de la política exterior. Su pertenencia al poderoso Comité de Asuntos Exteriores del Senado de forma prácticamente ininterrumpida desde 1973 lo acredita. Durante su mandato como vicepresidente, fue uno de los principales artífices del diseño y puesta en marcha de la agenda internacional del presidente Obama, incluyendo el deshielo con Cuba y el pacto nuclear con Irán. Por eso cuesta tanto calibrar las palabras del otro día.

Si esto ha sido una acción premeditada o solo el desliz de un mal día, es algo que está por ver. En cualquier caso, es obvio que la Administración demócrata tratará en los próximos meses de redefinir las reglas de juego de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, con algunos conflictos latentes como Siria o Afganistán de por medio.

Más allá de las sanciones contra Putin y algunos jerarcas del Kremlin, Europa sigue sin una dirección política clara y definida

¿Y la Unión Europea, qué? Pues eso me gustaría saber a mí. Porque más allá de las sanciones contra Putin y algunos jerarcas del Kremlin, Europa sigue sin una dirección política clara y definida. Sencillamente no sabemos qué hacer con Rusia.

Una vez más estamos jugando al tactismo y el movimiento corto, cuando lo que la situación requiere es estrategia y visión a largo plazo. Y Rusia tiene una visión de su política exterior anclada en más de 300 años de historia y experiencia. Saben qué lugar geográfico ocupan en el continente euroasiático. Quien parece haberlo olvidado es Europa.

Sobre el papel queda muy bien llamar a Putin “asesino”. Aunque si vamos a definir nuestra política exterior en base a un catálogo de malos y buenos, ya podemos ir abriendo el abanico porque detrás de Putin vienen otros nombres como Xi Jinping, Al Sisi o Rouhani, entre otros. Que unos tengan predilección por el veneno frente a la horca o el asesinato por encargo no los hace mejores ni peores.

Foto: Vladimir Putin y Xi Jinping. (Reuters)

La política exterior europea necesita hacerse adulta. Nunca podremos entendernos con Rusia si antes no hacemos el esfuerzo de entender a Rusia. Tenemos fijación con Putin, cuando lo cierto es que Putin no hace otra cosa sino continuar una tradición que viene de lejos. Si algo tiene la política exterior rusa es que es predecible. Lleva siéndolo tres siglos. Integridad territorial, acceso a aguas templadas y zonas de influencia. Y todavía no lo hemos entendido.

Igual que somos capaces de llegar a acuerdos con Pekín para cerrar acuerdos comerciales o de cambio climático a pesar de sus graves violaciones de derechos humanos, más motivos aún tenemos para hacerlo con Rusia. Es urgente, es necesario y además no hay alternativa. La Unión Europea puede desaparecer, pero Rusia seguirá ahí 100 años después de que haya muerto Putin. Rusia, Estados Unidos y China juegan una partida secular de ajedrez en el tablero mundial de la geoestrategia. Y los europeos aún estamos aprendiendo a distinguir los peones de la dama.

Y mientras tanto, en la Luna ni habrá Europa, ni lo que Europa significa.

La semana pasada China y Rusia anunciaron que construirán conjuntamente la primera estación espacial en la luna. La noticia apareció en la sección de ciencia de los medios, sin que se extrajeran las extraordinarias connotaciones políticas del anuncio. Los primeros en explotar la luna serán dos naciones que mitifican su pasado comunista, que no son democracias y no respetan el Estado de derecho ni los derechos humanos, que unidas representan el mayor mercado mundial y cuyo potencial militar sumado puede destruir el planeta Tierra unas cuantas veces.

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