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¿Pero qué demonios es la conferencia sobre el futuro de Europa?
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Esteban González Pons

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¿Pero qué demonios es la conferencia sobre el futuro de Europa?

La conferencia no está prevista en los Tratados, es por tanto un sucedáneo de Convención: puede debatir los mismos temas, se compondrá de forma parecida y se celebrará igual, pero no decide nada, solo sugiere ideas

Foto: Las banderas nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea ondean a la entrada del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia). (EFE)
Las banderas nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea ondean a la entrada del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia). (EFE)

El próximo domingo, volveremos a ver en televisión el plenario del Parlamento Europeo en Estrasburgo, engalanado como en las grandes ocasiones, y se nos anunciará que arranca la conferencia sobre el futuro de Europa. Así dicho casi suena a impulso constituyente, sin embargo, por paradójico que resulte, me temo que nadie sabe en realidad de qué va esa conferencia, excepto aquellos que nos dedicamos diariamente a los misterios europeos, claro está.

Pongamos que la cosa comenzó con el Brexit. Tras el portazo de los británicos, el modelo europeo sufrió tal golpe que todo el mundo estuvo de acuerdo en que era preciso, incluso urgente, disponer de una hoja de ruta para el porvenir de la Unión Europea. El presidente Juncker presentó entonces un Libro Blanco con distintos escenarios de futuro que no fue a ningún lado. Y el presidente francés, Emmanuel Macron, propuso como alternativa celebrar una conferencia para tratar este asunto. Pero, ¿qué es una conferencia? Pues un quiero y no puedo. Voy a explicarme.

Foto: Un simpatizante de la oposición polaca del PO sujeta una bandera europea en Varsovia. (Reuters)

A principios de este siglo, vivimos un instante de gran entusiasmo europeísta (entraba en funcionamiento el euro, se incorporaban los países del Este, el mercado interior iba viento en popa, fluía el crédito…), la posibilidad de alcanzar a ser los Estados Unidos de Europa parecía estar al alcance de nuestros dedos por primera vez desde que la idea de una Europa unida empezó a forjarse. Como los Tratados de aquel momento no preveían un órgano que pudiera dedicarse a reflexionar sobre esto reuniendo a todas las partes implicadas (Consejo, Comisión, Parlamento y parlamentos nacionales), se improvisó ese órgano y se le llamó: la Convención.

Se celebraron dos convenciones, una que aprobó la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (1999-2000) y otra (2000-2003) que propuso un proyecto de Constitución europea. Esta segunda bajo la presidencia de Giscard d´Estaing. La historia de ese proyecto de Constitución europea es bien conocida: fue rechazada en referéndum en Francia y en los Países Bajos. Y aquí se acabó el sueño de unos posibles Estados Unidos europeos, un golpe de realismo nacionalista lo dejó seco e inconsciente sobre la lona y para una larga temporada.

Cuando menos lo esperábamos, el nacionalismo había vuelto. No lo habíamos exterminado después de la II Guerra Mundial, como creíamos, no… Por lo visto, el nacionalismo, como el egoísmo, es inextinguible y hay que aprender a convivir combatiéndolo.

Foto: El Parlamento Europeo. (EFE)

El Tratado de Lisboa, con el que se puso remedio al fiasco, tuvo la delicadeza de incluir la Convención como un órgano institucional al que es preciso convocar para reformar los Tratados. Pero, claro, con la fama que le quedó, ¿quién se atreve a proponer una nueva Convención? Más aún, después del ridículo de la Constitución, ¿hay algún Gobierno europeo que se atreva con una reforma de algún Tratado? Aquel fracaso nos dejó una herida profunda en la ambición europeísta, al menos a una o dos generaciones de europeos.

Y vuelvo al Brexit. Justo al contrario que a principios de siglo, atravesamos un momento histórico en que la desaparición de la UE ya no es una hipótesis imposible —yo mismo siempre pensé que me moriría antes que la UE y ahora no estoy tan seguro—, desdeño comentar los archiconocidos enemigos del federalismo europeo que hoy se muestran más poderosos que nunca —el nacionalismo, el iliberalismo, el populismo, el intergubernamentalismo, la insolidaridad, las dos o tres velocidades de convergencia fiscal y financiera…—, para exponer un solo riesgo: si Marine Le Pen se alzase con la presidencia francesa la próxima primavera —algo que los sondeos no descartan—, Europa, tal y como está actualmente configurada, quedaría KO. La UE puede seguir sin Reino Unido, pero no sin Francia o Alemania.

Siendo conscientes de los riesgos que afrontamos y de la necesidad de reaccionar, y no existiendo nadie dispuesto a sugerir que se celebre otra Convención —que ahora sería más necesaria que nunca, por cierto—, nos hemos conformado todos con la idea esta de la conferencia. Así que a la pregunta “¿Qué es la conferencia?”, lo primero que cabe responder es que no se trata de una Convención.

Foto: Sede del Parlamento Europeo. Opinión
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La conferencia no está prevista en los Tratados, es por tanto un sucedáneo de Convención: puede debatir los mismos temas, se compondrá de forma parecida y se celebrará igual, pero no decide nada, solo sugiere ideas. Como he dicho antes, un “quiero y no puedo”, un gatillazo que no deja satisfecho a nadie y que, por eso, tampoco nadie objeta: los federalistas acudiremos con el objetivo de que la propuesta final sea que hay que convocar la Convención; los intergubernamentalistas, con el propósito de que se concluya que la UE está bien como está y que, en todo caso, habría que centrarse en los asuntos económicos y dejar los institucionales en manos del Consejo, y los nacionalistas, por su parte, con el objetivo de hacer patente que esta UE, burocratizada y cara, es la nueva URSS.

La falta de consenso sobre para qué sirve esta conferencia y los intereses divergentes con que se afronta hacen que, a cinco días de que tenga lugar la apertura simbólica, todavía sepamos muy poco sobre los asuntos que se tratarán, cómo se desarrollarán los trabajos del plenario o el número de personas que lo van a componer.

A estas horas de la tarde del lunes, mientras escribo esto, ni siquiera los que vamos a ser miembros de la conferencia tenemos información alguna que nos indique si tendremos que estar presentes el domingo en Estrasburgo o no. Se apura la negociación, por parte del Parlamento, para que la conferencia se parezca lo más posible a una Convención y, por parte del Consejo, para que no se parezca ni de lejos. Y así estamos desde hace casi dos años.

Foto: EC.

Las principales decisiones aún están por tomar. Entre lo poco que, por ahora, se diría pactado, cabe incluir que la conferencia tendrá un formato híbrido, con sesiones digitales y presenciales. Y que habrá foros de debate a escala europea, nacional, regional y local, pero también foros organizados por agentes, medios de comunicación y actores sociales, que podrán inscribirse en la conferencia y ofrecer sus valoraciones.

Algunos de estos foros, como los organizados por asociaciones de estudiantes, ya se han puesto en marcha sin esperar a que arranque la conferencia.

Las resoluciones fundamentales se adoptarán en sesión plenaria, donde estarán representados las instituciones europeas, los gobiernos y parlamentos nacionales y los ciudadanos.

Si les soy sincero, mi opinión es que corremos un alto riesgo de que esta conferencia se convierta en otro juguete roto que pasará sin pena ni gloria al abultado cajón de empresas frustradas de la UE. La pandemia y el bloqueo constante del Consejo han jugado perfectamente alineados contra la conferencia.

Foto: Una manifestación en Polonia (Reuters)

Me considero un realista con ambiciones. Sé hasta dónde podemos llegar en el corto plazo y cuáles son nuestras limitaciones, pero también sé que, sin aspiraciones ni metas que alcanzar, si nos dejamos amodorrar por la gestión rutinaria de los asuntos ordinarios sin atrevernos a pensar más allá de los marcos legales y conceptuales establecidos, el proyecto europeo estará más muerto que vivo. Hay que ambicionar para tomarse la molestia de levantarse y caminar, y la UE es una bicicleta por su fragilidad y su impulso; si se para, se cae.

Y ese es el riesgo que corremos si los gobiernos nacionales no empiezan a poner un poco de su parte. Porque hasta ahora, si de poner se trata, lo único que han puesto son palos en la rueda de la integración europea. Para recibir dinero, todos somos muy europeístas, pero hasta ahí podemos llegar. El europeísmo se acaba cuando entra el último euro en la cuenta. Así no se puede hacer Europa.

O nos tomamos Europa en serio o Europa se acabará.

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La integración económica, política y social de los Estados europeos no es una opción, sino una imperiosa necesidad. Al menos si queremos pintar algo en el mundo que regirá mañana. Y entiendan mañana no por el próximo siglo sino por la próxima década.

Y la conferencia sobre el futuro de Europa sería la ocasión perfecta para mantener ese debate y llegar a conclusiones compartidas.

No negaré, no obstante, que hay algo que me preocupa mucho, y es que se pueda crear la sensación de que es en la conferencia y no en los parlamentos nacionales o el Parlamento Europeo donde reside la voluntad popular. Lo mismo que durante años han tratado de hacer algunos movimientos políticos, tratando de convencernos, afortunadamente sin éxito, de que la democracia reside allí donde se encuentren los manifestantes de una mañana de domingo.

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El Consejo, en su afán por deslegitimar al Parlamento, está insistiendo en que al pleno de la conferencia asistan igual número de 'ciudadanos' que de miembros del Parlamento Europeo. A simple vista, es una idea popular —populista, diría yo— porque abre las instituciones a la gente de la calle, pero si hurgamos un poco más, plantea dos preguntas de respuesta inquietante: una, ¿quién elige a esos “ciudadanos asistentes”? Y dos, si los ciudadanos se representan a sí mismos, ¿a quién representamos los diputados del Parlamento Europeo, a la aristocracia bruselense? Si la conferencia se abre a los ciudadanos como si fueran el Tercer Estado, los diputados nos convertimos en los nobles o el clero de 1789. No es que el tema tenga mayor trascendencia, aunque vuelve a poner sobre la mesa la vocación deslegitimadora de la democracia europea que en la práctica suele guiar la tendencia intergubernamental del Consejo.

En todo caso, a partir del domingo, el debate sobre el futuro de Europa tendrá su cauce y su escenario. No lo perdamos de vista porque, seamos más o menos europeístas, lo cierto es que el futuro de España también se juega en esa cancha. Yo estaré ahí, ¿me acompañan?

El próximo domingo, volveremos a ver en televisión el plenario del Parlamento Europeo en Estrasburgo, engalanado como en las grandes ocasiones, y se nos anunciará que arranca la conferencia sobre el futuro de Europa. Así dicho casi suena a impulso constituyente, sin embargo, por paradójico que resulte, me temo que nadie sabe en realidad de qué va esa conferencia, excepto aquellos que nos dedicamos diariamente a los misterios europeos, claro está.

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