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Wiertz, 60
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Guía práctica para no perderse el eclipse de sol alemán
Por primera vez en muchos años, los alemanes llegan a las urnas sin tener la más remota idea de quién será el próximo canciller. Y es que la sombra de Merkel sigue pesando demasiado
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Diecinueve días faltan para que se celebren las elecciones alemanas y las encuestas siguen sin pronosticar un ganador. Ningún partido se acerca siquiera al 30% de intención de voto. Por primera vez en muchos años, los alemanes llegan a las urnas sin tener la más remota idea de quién será el próximo canciller. Y es que la sombra de Merkel sigue pesando demasiado.
La 'chica', como la llamaban despectivamente sus enemigos hace casi dos décadas, cuando crecía políticamente al abrigo del eterno canciller Kohl, ha acabado convirtiéndose en la 'mutti', la madre de la patria para muchos alemanes sin importar su ideología, una 'mamá' que no abronca ni grita, sino que explica y razona las cosas y trata a los ciudadanos como adultos, no como niños.
No le ha faltado, sin embargo, un nada desdeñable instinto 'killer' para deshacerse sin ruido de los pocos enemigos públicos que han osado atentar contra su poder, incluso cuando tuvo que matar a su padre político, el canciller Kohl.
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Tras más de tres lustros en la cancillería, lo cierto es que los niveles de apoyo popular que conserva la canciller siguen batiendo récords. Por eso los tres candidatos con alguna posibilidad de ganar las elecciones han tenido que adaptar sus campañas electorales para presentarse como herederos y no como un simple recambio de Merkel.
El primero de ellos es el candidato de su propio partido, Armin Laschet, ministro-presidente de Renania del Norte-Wesfalia, y hombre encargado por sus huestes de conservar el Gobierno federal bajo mando de la CDU-CSU de Adenauer, Kohl y Merkel.
Laschet es un político de perfil profesional, que juega la baza de la experiencia en la Administración regional y la de ser un candidato sin estridencias, dispuesto a continuar el legado de la canciller. Sin embargo, su campaña se ha visto lastrada por algunos errores.
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El último, muy sonado. Estaba Laschet visitando una de las zonas de Alemania devastadas por las inundaciones de verano que causaron más de 180 muertos, en la región de la que él mismo es el presidente, y las cámaras le grabaron riéndose justo cuando el jefe del estado pronunciaba unas palabras de consuelo a las víctimas. Algo que nos puede suceder a cualquiera, pero que le sucedió a él en campaña electoral. El incidente, conocido ya en Alemania como el 'laschetlacht' le ha costado más de cinco puntos en las encuestas, situándolo por debajo de su principal competidor, el socialdemócrata Olaf Scholz, y eso a pesar de haberse disculpado públicamente.
El incidente ha traído a muchos a la memoria lo ocurrido en las elecciones de 2002, cuando el candidato democristiano, Edmund Stoiber, parecía tener todo a favor para derrotar al socialdemócrata Schröder y todo el mundo lo daba ya como nuevo canciller. Hasta que ocurrieron unas inundaciones muy similares a las de ahora y Stoiber ni se dejó ver por las zonas afectadas, mientras que Schröder, calzado con botas de agua, no dejó de recorrer el país. Stoiber perdió las elecciones y Schöder revalidó mandato como canciller. Por cierto, Stoiber fue candidato de la coalición CDU-CSU porque se consideró que la otra candidata era demasiado irrelevante. Se llamaba Angela Merkel.
La segunda contendiente con opciones de hacerse con el sillón de Merkel es Annalena Baerbock, la líder de los Verdes y por unos meses fulgurante estrella del panorama político alemán. Hasta que, como a Lachet, una serie de gafes han acabado por hundirla en las encuestas. El primero de ellos fue un problema fiscal, cuando no declaró al Parlamento federal una serie de ingresos entre 2018 y 2020. El segundo, un problema curricular, cuando se demostró que había exagerado su participación en dos organismos internacionales. El tercero, al descubrirse indicios de plagio en un libro que publicó precisamente para la campaña electoral y que se podía haber ahorrado.
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Baerbock no será canciller, pero las posibilidades de que se siente en el Gobierno incluso con el cartel de vicecanciller son muy altas. La última vez que los verdes formaron parte del Ejecutivo alemán fue entre 1998 y 2005, cuando Joschka Fischer ejerció de vicecanciller y ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Schröder, convirtiéndose en uno de los políticos más populares de Alemania, sin importar el espectro político.
La ventaja con que cuenta Baerbock es que nunca hasta ahora el cambio climático había ocupado un lugar tan destacado en la política alemana, hasta el punto de convertirse en uno de los elementos centrales de campaña. Incluso el ala más conservadora de la CDU ha pedido a su candidato una agenda climática más ambiciosa. El mundo al revés. O no.
Si consigue entrar en el Gobierno, será un nuevo hito en la consagración de un partido ecologista que, siguiendo la estela de sus colegas austríacos, ha apostado finalmente por políticas realistas y pragmáticas en vez de las salidas de pata de banco a las que nos tienen acostumbrados los verdes con pegatina comunista que habitan por el sur de Europa.
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El tercer candidato y quien, hoy en día, parece tener la mano ganadora es el socialdemócrata Olaf Scholz. Es el invitado inesperado en esta contienda, al que muchos auguraban un trágico destino similar al de sus antecesores, empezando por Martin Schulz, exitoso presidente del Parlamento Europeo que acabó derrotado por Merkel primero y por sus compañeros socialdemócratas después. Sin embargo, Scholz ha sabido mantenerse a flote haciendo aquello que mejor funciona en la política alemana: pasar desapercibido y no cometer errores de bulto.
No obstante, el candidato socialdemócrata no es un desconocido. Ya fue secretario general del SPD en la época de Schröder y ministro de Merkel en el primer Gobierno de la Gran Coalición. Y desde 2018 es el vicecanciller y ministro de Finanzas. No ha estado exento de polémicas, alguna de las cuales casi le acaba costando el puesto, como el escándalo 'wirecard' ligado a su labor como ministro. Pero Scholz, que ha trabado una peculiar y estrecha relación con Merkel —hasta el punto de que la canciller ha tenido que desmentir en público que su candidato sea Scholz y no el de su propio partido—, se ha ganado fama de solvente y de serio, y ahora, cuando quedan apenas dos semanas para las elecciones, su buen nombre juega a su favor frente a los traspiés de sus contrincantes.
La política alemana tiene estas cosas, Scholz se ha convertido en el candidato preferido de los alemanes, no porque suponga ruptura, sino precisamente porque supone continuidad con Merkel. Tan asumido está este argumento que la campaña socialdemócrata se ha lanzado a usar el término 'kanzlerin' para referirse a su candidato, aun cuando es la voz femenina para canciller, la que se usa cuando se habla de Merkel.
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Pero, al margen de los candidatos, estas elecciones parecen destinadas a ser las más reñidas de la historia reciente de Alemania y con altas posibilidades de que lleguemos a 2022 con Merkel todavía ejerciendo de canciller interina a la espera de la formación de Gobierno, superando así al propio Kohl, que permaneció en el cargo 16 años y 26 días. Las diferentes variantes de coalición son tantas y tan dispares que hacer un pronóstico ahora mismo es imposible. Trataré sin embargo de identificar aquellas que tienen más posibilidades.
La 'Große Koalition' parece tener los días contados. Es la que ha servido de sustento a Merkel en tres de sus cuatro mandatos (2005-2009, 2013-2018 y 2018-2021). Aunque ambos partidos siguen siendo mayoritarios, si las encuestas no yerran, esta vez el número de escaños no será suficiente para formar otro matrimonio a dos. Y aun si fuese así, cabe preguntarse si sería lo deseable.
Por lo que ahora mismo todas las dudas están en saber quiénes podrían ser los integrantes de ese 'ménage à trois' que parece destinado a gobernar los designios de Alemania los próximos cuatro años.
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Los nombres de las posibles coaliciones se fijan en el argot político alemán según los colores que representan a los partidos (negro para CDU-CSU, rojo para SPD, amarillo para los liberales y, obvio, verde para los Verdes) y las banderas de los países en que esos colores se juntan. Así, las alternativas que más suenan son:
- Coalición Kenia: CDU-CSU, SPD y los Verdes.
- Coalición Jamaica: CDU-CSU, los liberales y los Verdes.
- Coalición Alemania: CDU-CSU, SPD y los liberales.
- Coalición semáforo: SPD, los liberales y los Verdes.
Una coalición a dos entre la CDU y los Verdes era posible cuando ambos despuntaban en las encuestas, pero ahora el experimento austríaco no parece fácil de emular.
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La última opción, posible aunque improbable, y desde luego no exenta de riesgo, es una coalición del SPD con los Verdes y el partido antisistema de izquierdas Die Linke (su Podemos). Scholz ha sido presionado en público para decir que no se aliará con los radicales de izquierda, de la misma manera que los liberales y los democristianos han dejado claro que con los radicales de derecha de AfD (el Vox germano) no irán ni a la vuelta de la esquina. Sin embargo, el socialdemócrata ha sido incapaz de despejar las dudas, afirmando solo que nunca pactaría con un partido que no defienda la permanencia de Alemania en la OTAN.
En cualquier caso, ocurra lo que ocurra, está claro que se abre un nuevo capítulo no solo en la historia de Alemania sino también de Europa. Merkel nunca ha sido europeísta convencida, sino por necesidad. Y no lo ha ocultado. Pero, aun así, ha dejado una huella indeleble en el proyecto europeo. Tal vez no por haber impulsado la integración, pero sí desde luego por haber evitado que el proyecto naufragase en la tormenta de la crisis financiera y la tormenta de la crisis migratoria que nos han azotado desde prácticamente el inicio de su mandato.
Aviso para navegantes. Lo que ocurre en Alemania tiene consecuencias para toda Europa. La inestabilidad política en Berlín se acusa también en España. A todos nos conviene que haya cuanto antes un Ejecutivo alemán solvente, porque no olvidemos que en la primavera de 2022 habrá elecciones presidenciales francesas. Si París y Berlín están fuera de juego, los enemigos de Europa, dentro y fuera de nuestras fronteras, tendrán el terreno abonado para seguir sembrando de minas el proyecto de integración europeo.
Diecinueve días faltan para que se celebren las elecciones alemanas y las encuestas siguen sin pronosticar un ganador. Ningún partido se acerca siquiera al 30% de intención de voto. Por primera vez en muchos años, los alemanes llegan a las urnas sin tener la más remota idea de quién será el próximo canciller. Y es que la sombra de Merkel sigue pesando demasiado.