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¿Por qué ha pasado la UE de abrir mercados a levantar murallas?
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¿Por qué ha pasado la UE de abrir mercados a levantar murallas?

La seguridad del suministro energético es quizás el problema más acuciante a que nos enfrentaremos en el corto plazo, pero no el último. Y Europa parece estar perdiendo el pulso

Foto: Banderas de la Unión Europea (UE) ondean frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas, Bélgica. (EFE)
Banderas de la Unión Europea (UE) ondean frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas, Bélgica. (EFE)

Antes nos preguntábamos en Europa cómo liderar el comercio mundial, buscábamos exportar nuestros valores en un planeta globalizado; ahora discutimos quién va a pagar los muros de nuestras fronteras. Al igual que los romanos al final de su recorrido histórico, nos importa más levantar murallas en el 'limes' que continuar con los tratados de libre comercio internacional o ampliar la Unión Europea en los Balcanes.

¿Qué ha ocurrido? Durante la pandemia, el año y pico que duró el confinamiento, mientras dormíamos, el mapa mundial ha cambiado su centro de Europa al Pacífico, y al despertar hemos descubierto que somos irrelevantes, que estamos pasando de ser el gran imperio a la gran colonia. Por lo que respecta a la economía digital, ya lo somos.

Foto: Banderas de la Unión Europea (UE) ondean frente a la sede de la Comisión Europea. (EFE) Opinión
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Eso y que la UE, y este es el gran síntoma, se ha convertido en el imán de todas las crisis. Sin resolver ninguna, las cogemos todas. Padecemos crisis existencial, institucional, sobre el Estado de derecho, migratoria, climática, económica, financiera, energética, laboral, cultural… Somos ese muchacho, o muchacha, no quiero incidir en la crisis heteropatriarcal, que cada día que va al colegio le pegan una nueva enfermedad. No hay una lacra mundial que no esté presente en Europa, ya ni siquiera la pobreza.

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La Unión Europea está a la vez inmunodeprimida y presa de un proceso autoinmune. Ni en sus mejores sueños pensaron los altos mandos del ejército austríaco que acabarían copando las portadas de medio mundo. Todo a raíz de un vídeo difundido a principios del mes pasado donde elucubraban con la posibilidad de un gran apagón eléctrico. No podían haber elegido mejor momento, justo cuando se ha hecho obvio que eliminamos las nucleares demasiado deprisa porque lo pedían los ecologistas, que no aseguramos el suministro de gas porque venía de Rusia, que paramos del todo nuestras importaciones energéticas porque estábamos de confinamiento… Que creíamos que el mundo nos iba a seguir en nuestro desmantelamiento industrial y está siendo al revés: el hueco industrial que dejamos lo ocuparon Estados Unidos y China.

La crisis energética es la última en llegar y viene a sumarse a una larga ristra de miserias que asolan el continente desde inicios del tercer milenio. Los felices noventa, con la caída de la Unión Soviética, la reunificación alemana y la progresiva ampliación de la UE al este, han dado paso a una sucesión de desgracias que van desde la guerra de Irak al fracaso de la Convención Constitucional; del terremoto financiero de 2008 y sus posteriores réplicas económicas y sociales a la llegada masiva de migrantes y refugiados; de los golpes terroristas más salvajes a la guerra hibrida, desinformación e injerencias electrónicas con Rusia; del Brexit al desencuentro transatlántico con los Estados Unidos de Trump; de la deconstrucción del Estado de derecho liderada por Polonia y Hungría a la desolación por la muerte y miseria traídas por el covid; de la pérdida de identidad del proyecto comunitario, ya nadie sabe hacia dónde vamos, a la falta de suministros de materias primas y componentes a que nos enfrentamos en la actualidad y que, junto con el precio de la energía, disparará la inflación… ¿Me he olvidado de la deuda soberana y la prima de riesgo? No les quitaría el ojo a partir de enero.

La diferencia entre este momento histórico y otros del pasado es que nunca habían confluido tantas crisis al mismo tiempo

La diferencia entre este momento histórico y otros del pasado es que nunca habían confluido tantas crisis al mismo tiempo. Porque, aunque ocupen menos minutos de telediario, los migrantes siguen agolpándose a las puertas de Europa, y ya no solo al sur, ahora también al norte a través de Lituania, Letonia y Polonia. Aunque oigamos hablar menos de ello, Europa sigue teniendo un problema de seguridad con el terrorismo, que no ha desaparecido, solo se ha aletargado. Y nuestra relación con Estados Unidos y el vínculo transatlántico, aunque ha mejorado considerablemente respecto a la época de Trump, tampoco es que sea fluida como en el pasado. Y por mucho que Putin esté algo más ocupado manteniendo a la oposición encarcelada, sus injerencias en asuntos europeos y sus intentos de desestabilización no han terminado. Y podría seguir…

Llegó el covid, obligó a todos a ponerse en hibernación, al menos en Europa lo hicimos, nos dormimos y cuando hemos despertado nos damos cuenta de que el mundo que nos rodea ya no es el mismo que conocíamos. Porque mientras unos dormíamos, otros aprovecharon para hacer previsión y provisión. Y nosotros en cambio descubrimos de golpe y porrazo una nueva realidad para la que no estamos preparados.

Foto: Foto: Reuters.

El precio del gas y la falta de abastecimiento para este invierno es solo el inicio. Y si en Europa la cuestión ya ocupa la agenda de la Comisión, el Parlamento y el Consejo, en España tenemos razones para preocuparnos.

Primero, porque tenemos un Gobierno que parece no tener ni idea de qué hacer con el problema de la energía y que va dando palos de ciego, como demuestran el estupor y el rechazo que han provocado sus propuestas en la última reunión de ministros del ramo.

Foto: La ministra Teresa Ribera, junto al embajador en Argelia, Fernando Morán. (EFE)

Y segundo, porque vemos a la vicepresidenta acudiendo a Argelia a negociar que no nos cierren el gasoducto, y volverse de allí diciendo que no nos preocupemos pero que… ¡nos lo cierran! Buen trabajo… Y ahora nos garantizan que la solución son los buques metaneros, los que transportan gas licuado. El problema con el que parecen no haber contado los sesudos asesores del Gobierno es que, a estas alturas, gran parte de la flota global de estos buques ya está reservada por otras potencias más previsoras como Brasil o China.

La seguridad del suministro energético es quizás el problema más acuciante a que nos enfrentaremos en el corto plazo

La seguridad del suministro energético es quizás el problema más acuciante al que nos enfrentaremos en el corto plazo, pero desde luego no el último. Y lo que me preocupa es que Europa parece estar perdiendo el pulso. Es como si no nos enterásemos de cómo y hacia dónde se mueve el planeta. O peor aún, como si nos diera igual, porque los europeos, como los españoles, estamos a nuestras cuitas internas. La UE se ha convertido en una moderna representación del holandés errante, vagando por la geopolítica sin saber llegar a ningún puerto.

Lo último, el debate, poco escuchado en España, por cierto, de si se puede financiar con dinero europeo la construcción de murallas en las fronteras. Al margen de la cuestión legal o de si se puede tener una valla para impedir el paso masivo de inmigrantes (no nos olvidemos de que en Ceuta y Melilla las tenemos), lo que realmente debería inquietarnos es que, de un tiempo a esta parte, los europeos estamos más centrados en cerrar nuestras fronteras que en abrirlas.

La UE ha pasado la infancia, pero no ha llegado a la edad adulta, se ha quedado atrapada en una eterna adolescencia

Antes éramos la región que miraba al mundo con confianza y optimismo. Hicimos del libre comercio nuestra bandera. Ahora parece que recelemos de cualquier vecino (y eso que algunos de ellos son para darles de comer aparte, como Erdogan o Lukashenko). Hasta ponemos impedimentos a los acuerdos comerciales que nos resultan esenciales para sobrevivir, como algunos hacen con Mercosur.

La triste realidad, y que debe ser formulada, es que no sabemos ni quiénes somos ni qué queremos ser. La UE ha pasado la infancia, pero no ha llegado a la edad adulta, se ha quedado atrapada en una eterna adolescencia, en la que lo único que sabe hacer es sentirse incómoda, encerrarse en el cuarto y mirarse al espejo, pero es incapaz de hacer nada para arreglar sus problemas.

Foto: El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. (EFE)

Recordemos Afganistán, epítome de nuestra desastrosa (por no decir inexistente) política exterior. La catástrofe que supuso la planificación estratégica de la evacuación nos dejó a los europeos con cara de tontos. Y con razón, principalmente porque en esta planificación no tuvimos nada que ver. Esperamos a que Washington nos dijera qué día y a qué hora despegaría su último avión, y después todos los gobiernos europeos fuimos corriendo como pollos sin cabeza para sacar a nuestros nacionales y aliados del avispero talibán.

Me temo que solo hay dos alternativas. O nuestros gobiernos (y nuestras sociedades también) empiezan a entender de una vez que el mundo se está configurando en grandes regiones geoestratégicas y que fuera de la UE no somos nada, o lo mejor es que vayamos asumiendo el fin del proyecto europeo y que el último cierre la puerta y apague la luz, que está muy cara.

Antes nos preguntábamos en Europa cómo liderar el comercio mundial, buscábamos exportar nuestros valores en un planeta globalizado; ahora discutimos quién va a pagar los muros de nuestras fronteras. Al igual que los romanos al final de su recorrido histórico, nos importa más levantar murallas en el 'limes' que continuar con los tratados de libre comercio internacional o ampliar la Unión Europea en los Balcanes.

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