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No te preguntes cuándo empezará la próxima guerra, sino cuándo empezó
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Esteban González Pons

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No te preguntes cuándo empezará la próxima guerra, sino cuándo empezó

Nos enfrentamos a la escalada de un conflicto con Bielorrusia que no tiene desescalada posible, ya que con Bielorrusia no mantenemos interlocución, y ¿cómo vamos a dialogar con un vecino con el que no nos hablamos?

Foto: Situación de la frontera entre Bielorrusia y Polonia. (EFE/EPA/Oksana Manchuk)
Situación de la frontera entre Bielorrusia y Polonia. (EFE/EPA/Oksana Manchuk)

Si en lo más crudo del invierno, en plena nevada, alguien abandona a una familia desnuda en la puerta de tu casa, es obvio que tienes obligación de acogerla, pues de otro modo morirá de frío, pero no resulta menos evidente que ese alguien te está agrediendo al someterte a semejante presión, que busca desestabilizarte, mostrar tu vulnerabilidad y provocar una respuesta temperamental por tu parte. Esto es lo que ocurre en la frontera de la Unión Europea con Bielorrusia.

La situación es extremadamente delicada: nos enfrentamos a la escalada de un conflicto con Bielorrusia que no tiene desescalada posible, ya que con Bielorrusia no mantenemos interlocución, y ¿cómo vamos a dialogar con un vecino con el que no nos hablamos? Para entendernos con Bielorrusia deberíamos dirigirnos a Rusia que, con una mano, mueve la marioneta de Lukashenko mientras que, con la otra, nos vende el gas que precisamos para no morir nosotros mismos de frío. No es fácil sortear el problema.

Foto: Frontera polaca con Bielorrusia. (Reuters/Kacper Pempel)

El jefe del Estado Mayor de la Defensa británico dijo el domingo a 'The Guardian' que el Reino Unido debería estar preparado para una guerra con Rusia, aunque él no cree que Putin desee que sea una “guerra caliente”. Por lo pronto, ayer se reunieron los ministros europeos de Exteriores y Defensa, y los mismos de Defensa se verán hoy con el secretario general de la OTAN. Y el primer ministro polaco ha anticipado que su país valora invocar el artículo 4 del Tratado de la OTAN (consultas entre aliados ante un ataque exterior), que es el previo al 5 (legítima defensa armada conjunta). El mero hecho de sugerirlo en público debe interpretarse ya como una invocación.

En efecto, Polonia no es el más paciente de los socios europeos para soportar un desafío exterior. A su Gobierno, un conflicto con Bielorrusia le puede venir de perlas para legitimarse y alejar el foco de la tensión que mantiene con la Comisión Europea a raíz de sus reiteradas violaciones del Estado de derecho. Digamos que tanto al actual Gobierno polaco como al dictador bielorruso no les incomoda que la situación en la frontera se complique, y que eso resulta una agravante añadida a la ya de por sí endeble estabilidad del área.

Foto: Migrantes intentan cruzar la frontera entre Bielorrusia y Polonia. (Reuters/Scheglov)

El Gobierno polaco, para que se vea cómo enfoca la cuestión, al mismo tiempo que ha rechazado la ayuda del Frontex (policía europea de inmigración) ha aceptado la presencia de ingenieros militares británicos en la zona. O sea, que para ellos la solución a esta crisis no va de ayuda humanitaria ni de la UE, sino de aliados militares. Como digo, el Gobierno polaco puede convertirse en el primer colaborador del dictador bielorruso.

Sin olvidar que Rusia está aprovechando el momento para moverse en Ucrania. No apartemos la vista de los movimientos de tropas rusas que el Gobierno de Ucrania ha denunciado en torno a la conflictiva región del Dombás. Fuentes de Inteligencia europea anticipan una posible ocupación efectiva del Ejército ruso del territorio ucraniano del Dombás, lo que nos conduciría a un escenario imposible de soportar para la dignidad de nuestros principios europeos, justo en la estación climática en la que no podemos prescindir del gas ruso.

Foto: Soldados polacos hacen guardia frente a la frontera con Bielorrusia. (Reuters/Irek Dorozanski)
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Precisamente, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, que también está hoy en Bruselas, dijo ayer: “Cuando vemos inmigrantes usados como armas, cuando vemos desinformación usada como arma, cuando vemos el suministro de gas usado como arma, y soldados y sus fusiles… No se trata de elementos separados, sino de partes de una estrategia para desestabilizar Europa”.

¿Y si lo de Bielorrusia solo fuera una maniobra de distracción respecto de lo que va a ocurrir en Ucrania?

Dicen los británicos en las reuniones de alto nivel de la OTAN que de la próxima guerra no nos deberíamos preguntar cuándo empezará, sino cuándo empezó. Esta reflexión es la que están haciendo ahora mismo las cancillerías del norte de Europa y los despachos de Bruselas ante la crisis que se está viviendo en la frontera con Bielorrusia. Si acaso no estaremos ya en los prolegómenos de un conflicto mayor sin que nos estemos dando cuenta de ello.

Foto: Migrantes, en la frontera de Polonia con Bielorrusia. (Reuters)

Si es usted de prensa diaria (temo el día en que perdamos esa costumbre), se habrá levantado últimamente con fotografías de cientos de personas en medio de la nada, apelotonadas entre policías armados, tiendas de campaña mal pertrechadas, alguna que otra hoguera y una valla. Imágenes que nos recuerdan a algunos de los peores momentos del drama de refugiados que vivimos hace pocos años en las costas del sur de Europa. Pero esta vez no hablamos de Lesbos o de Siracusa ni de las Islas Canarias, sino de lugares más remotos e inhóspitos y de nombres apenas pronunciables como Kuźnica Białostocka, Rukla o Pabradé, de la frontera entre Bielorrusia y Lituania, Letonia y Polonia.

La tentación de algunos en las últimas semanas ha sido circunscribir estos hechos a una nueva crisis migratoria, cuando lo cierto es que el problema migratorio es, dicho sea esto con todas las matizaciones exigibles, meramente instrumental. Se trata solo de la punta de un iceberg mucho más grande, que esconde su base en las tensiones geopolíticas de dos regiones, la Europea occidental y la euroasiática, que tienen dos formas muy diferentes de ver el mundo y las relaciones internacionales.

Foto: Foto: Reuters.

Las relaciones entre Minsk y las capitales europeas están prácticamente rotas desde que en 2020 Lukashenko reprimiese de manera violenta las manifestaciones ciudadanas convocadas contra su fraude electoral, y se volvieron más complicadas todavía cuando, menos de un año después y en un incidente todavía no aclarado, las autoridades bielorrusas, usando sus fuerzas armadas, fueron capaces de desviar y hacer aterrizar un avión con destino Lituania para detener a un opositor político y a su novia.

Desde entonces, el Consejo Europeo ha aprobado un régimen de sanciones económicas y políticas contra Lukashenko y sus acólitos. En total, según la documentación oficial del Consejo, las sanciones se aplican ahora a 166 personas y 15 entidades, además de la prohibición de que los transportistas bielorrusos sobrevuelen el espacio aéreo de la UE y accedan a sus aeropuertos.

Y ahora mismo, mientras se publica este artículo, es más que probable que el Consejo esté imponiendo una quinta ronda de sanciones que ahogarán aún más la ya de por sí maltrecha economía bielorrusa.

Foto: Josep Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. (EFE)

Algunos se preguntan, casi ingenuamente, qué gana el dictador Lukashenko con una provocación como esta. Craso error. La pregunta es qué pierde la UE con este enfrentamiento.

Debemos expandir nuestro marco visual, salir de Minsk y movernos al menos unos 675 kilómetros al este, hasta llegar a otra capital, Moscú, porque es allí donde toda esta operación geopolítica cobra sentido. Como algún medio se encargaba de recordar esta semana, Rusia es el elefante en la habitación del que nadie habla. Y Putin, el verdadero cerebro detrás de la crisis.

Este pasado 4 de noviembre, es decir, en plena escalada de la tensión con la Unión Europea, Putin y Lukashenko firmaron un total de 28 programas de integración, incluyendo una novedosa doctrina militar conjunta.

Foto: Robert Biedrón (c), en una imagen de archivo. (EFE/EPA/Aleksander Kozminski)
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Bielorrusia, por sí sola, no tiene capacidad financiera ni operativa para montar una operación como la que padecemos. Estamos hablando del traslado de miles de emigrantes desde países como Turquía, Irak, Líbano, Jordania, Siria, Qatar, Irán, Pakistán o Emiratos Árabes Unidos, eso requiere de un nivel de coordinación y planificación que no está al alcance de Lukashenko. Existen pocas dudas de que el dinero y la logística provienen de Moscú. Además, no estaríamos ante un fenómeno nuevo. Aunque a muchísima menor escala, Rusia ya hizo algo parecido en 2016 a través de su frontera ártica con Finlandia y Noruega. Los métodos delatan.

Es un hecho que quien más beneficiado sale de esta crisis no es Bielorrusia, sino Rusia. A través de un solo golpe, Putin logra dos objetivos siempre ambicionados por él. El primero, desestabilizar la Unión Europea, provocando nuevamente tensiones entre las capitales por la sempiterna cuestión de la migración y, además, a costa de un socio siempre conflictivo como es Polonia. El segundo, al recrudecerse las sanciones y cerrarse los grifos financieros, amén de una escalada de la tensión en la frontera, se refuerza la dependencia económica, política y militar de Bielorrusia respecto de Rusia, y en particular la de Lukashenko respecto a su persona.

Foto: Marcha del día de la Independencia en Polonia en 2017 (EFE)

Si me preguntan cómo acabará todo esto, la verdad es que no lo sé. La UE no dispone de una fuerza militar propia, y esperemos que el asunto no acabe incendiándose tanto como para que la echemos de menos. Pero ha sabido utilizar, muy acertadamente, diría yo, sus recursos de 'soft power', al poner en preaviso a las compañías aéreas que serán excluidas del espacio aéreo comunitario si siguen fletando aviones hacia Minsk y al avisar a los países de origen de estos vuelos de que serán incluidos en la lista de sanciones.

Para bien o para mal, este es solo un capítulo más de la guerra híbrida a la que nos tiene sometidos Rusia. Hace pocos días, lo dijo bien claro su ministro de Asuntos Exteriores, acusándonos de ser los responsables de esta crisis por predicar las bondades del modo de vida europeo. Ese es verdaderamente el germen del problema: Europa, con sus libertades, su democracia y su Estado de derecho, representa una amenaza existencial para el poder autocrático ruso. Lo que temen no son nuestros soldados, sino nuestras parejas gais dándose la mano por la calle. Nuestra libertad es su enemigo.

Si en lo más crudo del invierno, en plena nevada, alguien abandona a una familia desnuda en la puerta de tu casa, es obvio que tienes obligación de acogerla, pues de otro modo morirá de frío, pero no resulta menos evidente que ese alguien te está agrediendo al someterte a semejante presión, que busca desestabilizarte, mostrar tu vulnerabilidad y provocar una respuesta temperamental por tu parte. Esto es lo que ocurre en la frontera de la Unión Europea con Bielorrusia.

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