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Si la coalición semáforo se traslada a Bruselas, la UE puede perderse
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Esteban González Pons

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Si la coalición semáforo se traslada a Bruselas, la UE puede perderse

La política económica y social europea no va a depender de la cantidad de primeros ministros socialdemócratas que se sienten en el Consejo, pero sí la estabilidad política y el futuro de la construcción federal europea

Foto: El canciller alemán, Olaf Scholz. (EFE/Pool/Filip Singer)
El canciller alemán, Olaf Scholz. (EFE/Pool/Filip Singer)

El otro día, mi tocayo Esteban Hernández utilizaba aquí términos todavía inéditos en la política española como 'desglobalización'. Una novedad para un país cuya política lleva 15 años surfeando sobre la misma ola semántica y roto en dos mitades parlamentarias irreconciliables. Pasan los años y no cambian los temas, como si el mundo se estuviera quieto y a los políticos nos bastase con comentar la actualidad. Nuestro debate político consiste en una charla de ascensor sobre lo que dice la radio. Pero el mundo no se está quieto; qué va, al contrario, el mundo corre. Decía Hernández que esa 'desglobalización' a los europeos nos produce nostalgia y es cierto, pero la vuelta de los socialdemócratas a la cancillería alemana nos produce muchísima más.

Resulta incalculable el número de artículos publicados estos días hablando de la vuelta de los socialistas, como si alguna vez se hubieran ido. Me gustaría recordar que Olaf Scholz fue el ministro de Finanzas de Angela Merkel hasta el último minuto, pero, en fin… Algún líder de los nuestros ha llegado a sostener que la exigua victoria del SPD en las elecciones alemanas representa un clamor popular de regreso a las políticas protectoras del siglo pasado. Lo dicho, nostalgia socialdemócrata de parte de unos políticos incapaces de entender nada de lo nuevo que pasa y, lo que es peor, de imaginar soluciones nuevas.

Foto: Los líderes de la coalición semáforo alemana, encabezados por el futuro canciller, Olaf Scholz. (EFE/Clemens Bilan)

La policrisis en que estamos inmersos ya no tiene que ver con la redistribución de beneficios en una sociedad industrial, sino con el acceso a la renta en una sociedad desindustrializada. Lo diré de forma simplista: hacer la transición a la economía verde en Europa será relativamente fácil, después de todo ya casi no tenemos fábricas que contaminan, se las hemos regalado a los asiáticos, conque aquí esa transición no la pagarán los empresarios, la pagarán los consumidores. Por otra parte, si ningún gigante tecnológico es europeo, si no estamos preparando el viaje a Marte, si somos los últimos en la carrera hacia la inteligencia artificial, si nuestra industria de bandera es el turismo…, no parece que la situación pueda compararse con los tiempos de Willy Brandt o Helmut Schmidt, cuando el mundo iba de producir automóviles y electrodomésticos, y los trabajadores de mono azul eran europeos.

La política económica y social europea no va a depender de la cantidad de primeros ministros socialdemócratas que se sienten en el Consejo, ojalá fuera tan fácil, pero sí la estabilidad política y el futuro de la construcción federal europea, si es que esa vuelta de los socialistas a la cancillería se interpreta con nostalgia y prejuicios.

Foto: El Bundestag alemán aplaude a Olaf Scholz tras ser elegido nuevo canciller de Alemania. (Reuters)

Hasta ahora, el proceso europeo ha sido impulsado conjuntamente por democristianos y socialdemócratas, lo mucho o poco que se haya conseguido avanzar es mérito de ambas fuerzas políticas por igual. De hecho, la gran coalición que rige el Gobierno europeo desde Bruselas se considera reflejo natural de la gran coalición que hasta la semana pasada nos daba estabilidad a todos desde Berlín. La gran coalición europea, a la que desde 2019 se han sumado los nuevos liberales de Macron y los antiguos liberales del belga Verhofstadt, ha dado no solo estabilidad política a la Unión Europea, sino que ha permitido hacer frente con éxito a desafíos como el Brexit, o la constante impugnación de los planteamientos más europeístas por parte de la extrema derecha y la izquierda populista.

Sin embargo, a partir de ahora, nos enfrentamos a dos condiciones nuevas: por un lado, la recién estrenada coalición de gobierno alemana (llamada 'coalición semáforo') excluye a los democristianos (el partido mayor del Parlamento Europeo y el de la presidenta de la Comisión Europea) y, por otro lado, tanto en Berlín como en París los democristianos están en la oposición.

Foto: Christian Odendahl, en un imagen de archivo. (Getty)

Será muy fuerte la tentación socialdemócrata de reproducir en Bruselas la coalición semáforo de Berlín, de hacer una traslación sencilla de lo que ha sucedido en Alemania como si fuera lo que conviene a Europa. Pero si la nostalgia socialista excluyera al Partido Popular Europeo de posibles nuevos acuerdos de gobernabilidad continental, o si el propio PPE se autoexcluyera asumiendo un papel destructivo de oposición política, se producirían daños difíciles de reparar en el ya maltrecho chasis de la UE: la extrema derecha y la derecha se confundirían y sus objetivos también, y la política europea se transformaría en política de partido, sustituible por otra, por tanto.

Las elecciones francesas de primavera y la renovación de las instituciones europeas que toca a partir de enero van a tener una capital importancia en este sentido.

Por lo que respecta a Francia, por empezar con los pies en el suelo, la candidata socialista al Elíseo no supera actualmente ni el 3% en intención de voto. La de los Republicanos, o sea la del PPE, sin embargo, Valérie Pécresse, ha entrado en las encuestas como un cohete. Según las últimas publicadas, quedaría segunda en la primera ronda y podría ganar a Macron en la segunda. La división del voto de extrema derecha juega a su favor. Solo con que entrase en la votación final ya sería muy probable un triunfo del centro derecha en las siguientes legislativas y un posterior Gobierno de cohabitación entre Macron y ella. Las apuestas por Pécresse juegan al alza.

Foto: Zemmour, durante su visita a Londres. (Reuters/Tom Nicholson)

En cuanto al sistema de renovación de mandatos comunitarios a media legislatura, habría que aclarar que funciona como un engranaje. Cada movimiento, por pequeño que sea, conlleva una reacción en cadena que afecta a un número indeterminado de cargos que pueden verse desplazados de su puesto, a fin de que no se altere el equilibrio político y geográfico que debe imperar en la Unión.

Tras los comicios de 2019 se acordó un reparto de poder que dejaba la presidencia de la Comisión en manos de los democristianos, la presidencia del Consejo en manos de los liberales y la presidencia del Parlamento y del Eurogrupo en manos de los socialdemócratas. En otras palabras, la alemana Ursula von der Leyen se pondría al frente de Berlaymont, el italiano David Sassoli ocuparía la silla del Parlamento, el portugués Mário Centeno retendría la del Eurogrupo y el belga Charles Michel dejaría su puesto de primer ministro para pasar a ocuparse del Consejo.

Foto: Viktor Orbán. (Reuters)

¿Cuál es el problema que surge ahora, justo cuando toca renovar algunos mandatos? Pues varios, en realidad. El primero de ellos, y no es asunto menor, es que el PPE ha pasado de ser la fuerza dominante en el Consejo a quedarse solamente con ocho sillas, las de Lituania, Letonia, Austria, Eslovenia, Croacia, Rumanía, Chipre y Grecia. Ni un solo Gobierno de Europa occidental está en manos del PPE. Tampoco el Gobierno de ningún país fundador.

El segundo, que hay una tradición parlamentaria según la cual la presidencia del Parlamento debe cambiar de manos a mitad de legislatura. Y siempre se ha respetado. Es verdad que el alemán Martin Schulz fue presidente durante dos mandatos, pero ¡en dos legislaturas distintas! Y eso pone contra las cuerdas las pretensiones del actual presidente, David Sassoli, de repetir o de los socialdemócratas de presentar un candidato alternativo.

Foto: La vicepresidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola (PE)

El tercer problema es que el socialista que estaba al frente del Eurogrupo dimitió al año para poder ser presidente del Banco de Portugal, y quien le sucedió no fue otro socialista, sino un popular irlandés, Paschal Donohoe.

De todo esto se desprende una lectura, y es que, justo cuando los socialdemócratas creen estar en el pico de la ola, la realidad les impone que van a pasarse los dos años y medio que quedan de legislatura europea sin ningún cargo relevante en las instituciones comunitarias. Y eso es un dulce amargo de tragar.

Por lo tanto, vaticino que habrá una batalla encarnizada para que alguno de los puestos que están en fase de renovación provenga de las filas de los socialistas europeos. El problema es que, en teoría, la que debería ser la alternativa más fácil, retener la presidencia del Parlamento que ya ocupan, se les ha puesto cuesta arriba por dos razones.

Foto: El Secretario General de la Unión Por el Mediterráneo, Nasser Kamel (EFE/ Ángel Díaz)

La primera, la existencia de un pacto público firmado por liberales, socialdemócratas y conservadores para que en la segunda mitad del mandato sea un candidato del PPE quien tome las riendas del Parlamento.

El segundo problema, no menos grave, es que los socialistas pretenden volver a presentar a Sassoli, un hombre de 65 años, con la excusa de que, por culpa de la pandemia, no ha podido ejercer su mandato como le hubiera gustado. Pero en mi opinión, y por eso no presenté mi propia candidatura, es el turno de una mujer. La última vez que una mujer presidió el Parlamento fue en el siglo pasado. Desde 1952, hemos tenido 29 presidentes y dos presidentas, esa galería de retratos da vergüenza.

La otra alternativa socialista pasaría por moverle la silla del Consejo a Charles Michel, que también renueva su mandato ahora. Algo que a su vez dejaría a los liberales desahuciados, justo cuando acaban de resurgir en Alemania de la mano de la coalición semáforo y a pocos meses de que Macron, el líder liberal europeo, se enfrente a la reelección en una pelea por el Elíseo que se prevé a cara de perro.

Foto: Banderas de la Unión Europea (UE) ondean frente a la sede de la Comisión Europea. (EFE) Opinión
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Una coalición entre socialdemócratas, liberales y verdes en el Parlamento Europeo no es técnicamente posible en estos momentos, aunque desde filas socialistas se esté reclamando. Sencillamente, no dan los números. Pero podría ser una opción de futuro. Y podría comenzar precisamente por el Consejo, donde socialdemócratas y liberales, pese a la ausencia de los verdes, suman 14 sillas (siete cada uno), frente a las ocho de los populares tras la salida de Merkel, dos de extrema derecha y tres independientes. Esta maniobra empujaría al PPE a la oposición, lo que no resulta aconsejable en las eternas circunstancias constituyentes de la UE. ¿Se imaginan una fractura a la española entre Gobierno y una oposición en Europa, que democristianos y socialdemócratas no se dirigieran la palabra? El proceso de construcción europea se congelaría en el mejor de los casos y se iría a paseo en el peor.

Ni Europa siente nostalgia socialdemócrata ni la sentirá democristiana si Valérie Pécresse llega a ganar en Francia. Europa no se construyó contra nadie y no deberíamos empezar ahora con ese conflicto tan 'hispano-español'.

Foto: Ursula Von der Leyen durante un pleno de Estrasburgo. (Reuters)

El problema de fondo es que una coalición que deje fuera al centro derecha o al centro izquierda puede funcionar (o no, pero eso depende de la aptitud política de los participantes) en democracias plenamente consolidadas, pero no en democracias que están todavía en construcción, como la europea.

La política europea entra pues en riesgo de españolización, ojalá aquí sí se impongan el discernimiento y la altura de miras y no se rompa la gran coalición, al menos para los asuntos constitucionales. Tengo miedo de que también en Bruselas los democristianos se conviertan en fascistas y los socialdemócratas en bolivarianos. Ay, contra Merkel todos vivíamos mejor.

El otro día, mi tocayo Esteban Hernández utilizaba aquí términos todavía inéditos en la política española como 'desglobalización'. Una novedad para un país cuya política lleva 15 años surfeando sobre la misma ola semántica y roto en dos mitades parlamentarias irreconciliables. Pasan los años y no cambian los temas, como si el mundo se estuviera quieto y a los políticos nos bastase con comentar la actualidad. Nuestro debate político consiste en una charla de ascensor sobre lo que dice la radio. Pero el mundo no se está quieto; qué va, al contrario, el mundo corre. Decía Hernández que esa 'desglobalización' a los europeos nos produce nostalgia y es cierto, pero la vuelta de los socialdemócratas a la cancillería alemana nos produce muchísima más.

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