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Y así muere el Parlamento Europeo, con un fuerte aplauso
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Esteban González Pons

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Y así muere el Parlamento Europeo, con un fuerte aplauso

Una cosa es mantener un Parlamento Europeo virtual durante una época de emergencia sanitaria y otra bien distinta consolidar ese tipo de parlamentarismo, o, peor aún, considerarlo un adelanto para la democracia del futuro

Foto: Sesión plenaria del Parlamento Europeo. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)
Sesión plenaria del Parlamento Europeo. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)

Con un gesto que recuerda a Julio César aceptando con desinterés fingido la dictadura vitalicia o a Napoleón repitiendo esa escena el 18 brumario, el senador Palpatine, alzando los brazos tal y como corresponde a un sumo sacerdote, proclamó el final de la República y el comienzo del Imperio Galáctico. Previamente, el tonto útil del senador Jar Jar Binks, un gungan del planeta Naboo, le había ofrecido poderes extraordinarios, que Palpatine aceptó renuente, haciendo mohín de disgusto y proclamando su falso amor a la democracia. Todos los desastres políticos los provocan tontos útiles, incapaces de prever las consecuencias que acarrean sus bienintencionadas acciones.

Pongo este ejemplo, que pertenece a la saga 'Star Wars', porque el Parlamento Europeo siempre me ha recordado a ese Senado Galáctico por el innumerable conjunto de fenotipos regionales, idiomas hermosos, algunos sin vocales, y vestuarios variados, incluso decididamente desenfadados, que ahí se concentran. También porque de tontos útiles quiero escribir hoy y estos constituyen la variedad de político dominante en Bruselas.

Foto: Sesión plenaria del Parlamento Europeo en Bruselas. (EFE)

A finales de primavera, cuando parecía que la peste había pasado ya, el presidente David Sassoli impulsó un debate aparentemente constructivo sobre lecciones aprendidas durante la pandemia que, sin embargo, en mi opinión, nos está conduciendo a un callejón sin salida, eso sí, con las mejores intenciones. Seleccionó a un grupo de diputados de todas las orientaciones ideológicas, nos constituyó en 'focus group' (en mi vida he pertenecido a comisiones, subcomisiones, ponencias, seminarios…, pero era mi primer 'focus group', lo juro) y nos pidió que señalásemos cuáles de las medidas extraordinarias adoptadas por el Parlamento Europeo durante el confinamiento merecerían continuar cuando regresáramos a la vida normal.

El debate se centró de inmediato en la necesidad o no de presencia física de los diputados para que el Parlamento funcione, y en eso seguimos. Aún no hemos alcanzado ninguna conclusión, pero me temo que al final se abrirá la puerta al parlamentarismo en línea, lo que resulta paradójico, ya que el Parlamento Europeo sigue comprando y ampliando edificios en tanto que la Comisión Europea, ante la previsión de un mayor número de funcionarios teletrabajando en el futuro, ha empezado a venderlos.

Foto: La vicepresidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola (PE)

Es cierto que el Parlamento, con más de 700 diputados y miles de asistentes y funcionarios provenientes de los 27 países europeos, que además viajan constantemente, era y es un supermercado 'gourmet' para el covid; que se realizó un esfuerzo extraordinario para celebrar plenos y comisiones a distancia, sin necesidad de que nadie que no pudiera asumir el riesgo de contagio se desplazase a Bruselas; que fue difícil porque no solo había que asegurar las conexiones, sino que también se debía ofrecer traducción simultánea de las intervenciones en 23 lenguas y seguridad, incluso secreto, a la hora de votar, y que todo eso se consiguió con éxito. Solo hubo un mes en que el Parlamento cerró del todo, y creo que fue más por histeria que por necesidad.

Se puede decir que gracias a internet la Unión Europea ha contado con su Parlamento pese al coronavirus. Y es importante, porque sin el Parlamento no se habría podido sacar adelante el plan de compra de vacunas, ni el Marco Financiero Plurianual, ni el plan de recuperación llamado Next Generation EU.

Ahora bien, una cosa es mantener un Parlamento Europeo virtual durante una época de emergencia sanitaria y otra bien distinta consolidar ese tipo de parlamentarismo, o, peor aún, considerarlo un adelanto para la democracia del futuro.

Foto: Sede del Parlamento Europeo en Bruselas (EFE)

Los argumentos que dan los partidarios de que, cuando termine la pandemia, se mantenga la condición de Cámara virtual del Parlamento Europeo son principalmente cuatro:

1. Ecológico. Si los diputados europeos no necesitan viajar para reunirse, se reduce la huella de carbono que producen con sus desplazamientos semanales en avión, tren o coche. Tampoco duermen en hoteles ni comen o cenan en restaurantes, por lo que dejan de contaminar fuera de su hábitat, contribuyendo a trasladar la idea de que debemos tender hacia una economía de proximidad.

2. Económico. La factura de desplazamientos se reduciría considerablemente. Imaginemos un Parlamento Europeo que no tuviera que pisar físicamente la sede de Estrasburgo una semana cada mes, obviamente, sería una institución mucho más barata.

Foto: Edificio del Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia. (Reuters)

3. Cercanía a la circunscripción. Si los eurodiputados no se movieran del lugar donde son elegidos, porque asisten por videoconferencia a sus plenos y comisiones, estarían mucho más cerca de sus electores y conocerían de primera mano muchos de los problemas a los que deben hacer frente y que de ordinario se les escapan.

4. Calidad de los comparecientes. Comprobamos durante lo peor de la pandemia que, si los citábamos para comparecer a través de sus ordenadores, podíamos contar con los mayores expertos mundiales sobre cualquier materia y mantener con ellos debates ciertamente inspiradores.

Foto: Imagen: Enrique Villarino.
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¿Y cuáles son los argumentos en contra? Mencionaré los cuatro que me parecen más relevantes:

1. Desconocimiento de Europa. No debemos confundir circunscripción con representación. Los diputados se eligen en circunscripciones, pero representan a la nación entera. En España, por ejemplo, un diputado al Congreso por Valencia es elegido en la provincia valenciana, mas representa a la nación entera y no solo a los valencianos. Pues lo mismo en el nivel continental, los miembros del Parlamento se eligen en sus países, aunque representan a toda la Unión Europea. Si los eurodiputados españoles no salieran de sus aldeas, ¿cómo sabrían nada de lo que sucede en Finlandia, Irlanda o Grecia? Ni siquiera de Portugal podrían decir algo más que lo cerca que queda de Extremadura.

2. Incapacidad de construir consensos. La democracia europea, siendo sus ciudadanos tantos, tan distantes y distintos, se basa en la suma, en el consenso. Y el consenso exige horas, fraternidad y discernimiento, lo contrario de lo que ofrecen las videoconferencias. Una democracia de puras mayorías y minorías acabaría por romper la política continental. El lema de la UE es 'Unidos en la diversidad', si no nos vemos frecuentemente, estrechamos lazos, hablamos en los intermedios, negociamos, cedemos…, si todo se resuelve con el sí o no de una votación a distancia, habría que cambiarlo por 'Divididos en la inmensidad'.

Foto: El Parlamento Europeo. (EFE)

3. La identificación del que vota. En un voto desde el ordenador particular, hoy por hoy, es imposible certificar quién está votando. Seamos serios, en una situación de emergencia podemos aceptar que se sacrifique alguna de las garantías que toda votación parlamentaria debe ofrecer; sin embargo, convertir semejante inseguridad en cotidiana resulta un atrevimiento injustificado. Por no mencionar que muchos votos dependen de decisiones que se toman según el resultado de votaciones anteriores y que votar en línea obliga a plantillas rígidas de votación que imposibilitan cualquier cambio de punto de vista en función de las mayorías que se estén produciendo.

4. Un Parlamento es también una imagen, una voz, una presencia: la de un pueblo debatiendo, deliberando, decidiendo. No es lo mismo escuchar a un líder hablar desde una tribuna que desde la cocina de su casa o con una librería a su espalda recreada por el programa de videoconferencia.

A todo eso, yo añado un argumento que me parece más importante: la democracia representativa se basa en que un representante se desplaza, precisamente, para representar a un número elevado de representados. Por eso su mandato no es imperativo, porque los representados son muchos, porque se supone que necesita margen para negociar con otros representantes y porque la distancia impide consultar cada decisión. Pero, si proponemos una democracia en la que el representante ya no se desplaza para representar, surgen algunas preguntas de difícil contestación, como: ¿por qué solo un representante y no uno diferente según la especialidad de la reunión? O, si existe la tecnología para que el diputado no tenga que ir a Bruselas, ¿no existirá también para que cada uno de sus votos sea confirmado por el cuerpo electoral? O, más clara todavía, si el diputado puede votar desde su casa, ¿por qué no todos, por qué no prescindimos del representante y nos representamos solos?

Foto: 'Parliament' ('Parlamento') se puede ver en Filmin.

En este momento de confrontación ideológica entre democracia representativa y democracia directa, lo último que debería hacer un Parlamento es plantearse dar pasos en contra de la representación. Sin representación no hay Parlamento, es tan sencillo como eso. ¿Se imaginan al Senado de EEUU, o a la Cámara de los Comunes, o a la Asamblea Nacional francesa planteándose convertirse en un Parlamento virtual para que sus miembros vivan más cómodos? Yo no, pero el Parlamento Europeo se lo está planteando en serio en un 'focus group'.

Un problema adicional radica en que el 60% de los actuales eurodiputados son nuevos, solo conocen el Parlamento en línea de la pandemia, y resulta complicado explicarles a algunos de ellos por qué era mejor que los miembros de la Cámara hiciéramos el esfuerzo de salir de casa.

Al final, supongo que el cambio es inevitable, el Parlamento Europeo se irá convirtiendo poco a poco en un Parlamento virtual, en videoconferencia permanente. Y cuando esto finalmente suceda, remedando a la senadora y ex reina Padmé Amidala, ante el senador y canciller general Palpatine proclamando el Imperio Galáctico, diré a quien quiera escucharme: “Y así muere el Parlamento Europeo, con un fuerte aplauso”.

Por cierto, incluso el Senado Galáctico de 'Star Wars' era un Parlamento presencial.

Con un gesto que recuerda a Julio César aceptando con desinterés fingido la dictadura vitalicia o a Napoleón repitiendo esa escena el 18 brumario, el senador Palpatine, alzando los brazos tal y como corresponde a un sumo sacerdote, proclamó el final de la República y el comienzo del Imperio Galáctico. Previamente, el tonto útil del senador Jar Jar Binks, un gungan del planeta Naboo, le había ofrecido poderes extraordinarios, que Palpatine aceptó renuente, haciendo mohín de disgusto y proclamando su falso amor a la democracia. Todos los desastres políticos los provocan tontos útiles, incapaces de prever las consecuencias que acarrean sus bienintencionadas acciones.

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