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La UE no sale en 'No mires arriba' y nadie se ha dado cuenta
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Esteban González Pons

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La UE no sale en 'No mires arriba' y nadie se ha dado cuenta

En la reciente película 'No mires arriba​', de la que todo el mundo habla estos días, se parodia el mundo contemporáneo, en especial las inútiles instituciones públicas, y la Unión Europea no aparece ni mencionada

Foto: Foto: Pixabay/Mediamodifier.
Foto: Pixabay/Mediamodifier.
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En política, solo hay una cosa peor que salir ridículo en una caricatura, no salir. No ser relevante. En la reciente película 'No mires arriba', de la que todo el mundo habla estos días, se parodia el mundo contemporáneo, en especial las inútiles instituciones públicas, y la Unión Europea no aparece ni mencionada. Cuando resulta obvio que el planeta debe ser salvado, los norteamericanos se preguntan por lo que hacen los chinos o los rusos, pero no los europeos. Supongo que ante el riesgo de que un meteorito choque con la Tierra nosotros estaríamos esperando a que se cumpla el plazo para reunir al Consejo, buscando la unanimidad en el Consejo o soportando el veto en el Consejo de Polonia y Hungría, que considerarían esa piedra espacial una indeseable inmigrante no cristiana en sus territorios. Una especie de mena de las galaxias, vaya.

Este es el principal problema europeo: la insignificancia internacional. Si no eres nadie, no cuentas para nadie. Y se convierte en una carencia especialmente dañina en este recién estrenado 2022 en el que retos como la tensión militar entre EEUU y Rusia, la expansión del covid, la crisis global de la energía y los suministros, la inflación, el regreso a los intereses de la deuda pública y a la inquietante prima de riesgo de los países o el retroceso de la democracia en la escena pública, por poner solo algunos ejemplos, van a servir para situarnos a todos en el escalafón mundial antes de señalar dónde vamos cada uno en la parrilla de salida económica y financiera. Se ha dicho que la globalización pierde fuerza, pero no es verdad, nada se desglobaliza, únicamente están cambiando los actores de ese proceso imparable: ya no somos los individuos, vuelven a ser las naciones. Y ahí es donde la UE se convierte en una institución transparente.

Foto: Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, junto a Vladimir Putin, presidente ruso, en una reunión en Sochi en febrero de 2019. (Reuters/Sergei Chirikov) Opinión

No nos ponemos de acuerdo en casi nada y aquí no manda nadie, esa es la verdad. Y para colmo somos una potencia políticamente muy inestable, sometida a un proceso electoral permanente. De los 27 Estados de la UE, siempre hay uno en campaña o precampaña electoral y, además, suele ser alguno de los decisivos. Este 2022 no va a ser diferente en tal sentido. Para hacernos una idea del vacío de poder con el que arrancamos el curso, solo hay que conectar la salida de Merkel con la interinidad de Macron, el cual, pese a su alarde de presidente de turno de la UE, no deja de tener frente a sí sus propias elecciones en el mes de abril.

Por cierto, para aquellos que difunden que Sánchez no puede celebrar generales cuando tocan porque España estará ejerciendo la presidencia de turno de la UE, ahí está Macron celebrando las presidenciales francesas durante su presidencia europea. Otra milonga europea de esas que nos cuentan.

Foto: Emmanuel Macron durante el bicentenario de Napoleón Bonaparte. (EFE/Michel Euler)

En este sentido, echemos un vistazo a lo que tenemos por delante, pues las elecciones en más de media docena de capitales reconfigurarán, sin duda, la distribución de poder dentro de la Unión Europea y harán de este 2022 otro curso en el que sobrevivir lidiando con la incertidumbre electoral. Se dice que las elecciones nacionales no son europeas, pero afectan a la estabilidad europea, y mucho.

Comenzaremos con la mirada puesta en nuestros hermanos portugueses, que acudirán a las urnas antes de que finalice el mes de enero. La ruptura del pacto de gobierno entre el Partido Socialista y sus socios a la izquierda forzó al presidente de la República a disolver la Asamblea y convocar comicios anticipados. La mala noticia será que, casi con toda probabilidad, veremos a la ultraderecha portuguesa sentada en la Asamblea como tercera fuerza política.

A diferencia de España, en Portugal la extrema izquierda no ha formado parte del Gobierno. Sin embargo, gracias a ella, el PS se ha beneficiado de cierta estabilidad parlamentaria, ya que ha recibido su apoyo parlamentario sistemático en los últimos seis años, tanto del Bloco de Esquerda (el equivalente a nuestro Unidas Podemos) como del PCP, el Partido Comunista Portugués, un dinosaurio político, quizás el único marxista-leninista que quede en Europa.

Foto: El primer ministro portugués, Antonio Costa. (EFE)

Las encuestas y los debates televisivos de la campaña, ¡de solo 25 minutos cada uno! (una especie de mesa de 'First dates' político), permiten anticipar una sociedad portuguesa dividida en dos, entre izquierda y derecha, sin mayorías estables. Si el PS gana, que es lo más probable, buscará una mayoría con sus socios de la extrema izquierda, esta vez pagando un alto precio que posiblemente los llevará a integrarse en el Gobierno, a la Sánchez-Iglesias. Si ganara el PSD, el partido de centro derecha, necesitaría el apoyo del resto de la derecha conservadora (CDS-PP) y liberal (Iniciativa Liberal), rechazando, 'a priori', el apoyo de la extrema derecha del nuevo partido Chega! (¡Basta!, en español).

La alternativa portuguesa se sitúa entre una gran coalición a la alemana o una división radical entre derecha e izquierda a la española. El PSD, el PP español, para entendernos, celebró un congreso en diciembre en el que se enfrentaron dos candidatos, uno a favor de buscar la coalición con los socialistas y otro en contra, y ganó el primero. El primer ministro y candidato socialista, António Costa, de momento se opone insistentemente a esa opción, pero estamos en campaña. Veremos si Portugal se acaba convirtiendo en nuestro aprendiz de polarización o en nuestro ejemplo de consenso.

En enero también tendremos nuestra dosis habitual de drama italiano, pues toca renovar la presidencia de la República. Además, esta vez la elección no viene exenta de polémica. El principal candidato al puesto era el actual primer ministro, Mario Draghi, nombrado por Matarella tras el colapso del Ejecutivo de Conte. Pero ser elegido presidente de la República le obligaría a abandonar la jefatura del Gobierno, lo que supondría automáticamente la implosión de la por otro lado tumultuosa coalición gubernamental. El otro nombre en liza es, como no podía ser de otra manera, Silvio Berlusconi, que, a sus 85 años, aspira una vez más a jugar un papel decisivo en la política italiana.

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters)

El desconcierto del cuerpo electoral, formado por cerca de 1.000 electores entre diputados, senadores y cargos regionales, podría acabar forzando al actual presidente Matarella a reconsiderar su decisión de abandonar el cargo. Algo tampoco ajeno a la tradición italiana. El anterior inquilino de El Quirinal, Giorgio Napolitano, enemigo íntimo de Berlusconi, tuvo que aceptar un segundo mandato ante la imposibilidad de consensuar un nombre para sucederlo. Italia siempre resulta incomparable con los demás.

Y llegará abril, el mes más caluroso de este año, políticamente hablando. Nada menos que tres países tendrán que acudir a las urnas. En Eslovenia, el primer ministro de centro derecha, Janez Janša, que sigue gozando de cierta popularidad, se enfrentará a una oposición decidida a retratarle como un autócrata peligroso para la democracia.

Foto: Irene Joveva. (Parlamento Europeo)

Hungría será el plato principal del mes, con un Viktor Orbán que, por primera vez desde 2010, verá peligrar su mandato. La oposición ha logrado unirse en torno a un único candidato, que además es católico y de centro derecha (ha recibido el apoyo del PP europeo), golpeando así a la estrategia de Orbán donde más le duele, ya que esta vez no podrá acusar a su contrincante de ser un comunista ateo y peligroso, como suele hacer con todo el que le lleva la contraria.

Y el postre electoral de abril llegará nada menos que con las francesas, se celebran presidenciales y parlamentarias. Unos comicios cuyo interés, como se imaginan, trasciende las fronteras del propio país. Macron se juega ser un presidente de un solo mandato, como lo fueron sus dos predecesores inmediatos, Hollande y Sarkozy, o ser un presidente con un legado, como Chirac, Mitterrand o incluso el mitificado De Gaulle.

Juega a favor de Macron que todo lo que queda a su izquierda sigue en desbandada. El Partido Socialista no levanta cabeza. Su candidata, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, no supera el 4% de intención de voto en la última encuesta. Y los otros dos candidatos conocidos, el populista Mélenchon y el ecologista Jadot, no superan ninguno el 10%.

Foto: Valérie Pécresse en un mitin en París. (Reuters/Tessier) Opinión

También que la extrema derecha se presenta esta vez dividida entre dos candidatos. La conocida Marine Le Pen y el polémico periodista y tertuliano Éric Zemmour, cuya campaña solo está sirviendo para hacer a la primera una candidata mucho más digerible para determinado sector de la derecha.

La buena noticia para la democracia francesa es que Los Republicanos ha optado por fin por situarse otra vez en el centro del tablero político, con una candidata de perfil moderado y atractivo para la inmensa mayoría del centro derecha francés. Valérie Pécresse tiene experiencia de gobierno, se la entiende cuando habla y escucha a todos los sectores de la sociedad, sin exclusiones.

Si hiciéramos caso a las encuestas, Macron ganaría a Pécresse en segunda vuelta, aunque por una diferencia escasa. Pero los problemas para el presidente francés no habrían hecho más que empezar, porque en junio tendrán lugar las elecciones parlamentarias, donde su partido tiene muchas posibilidades de salir corneado. Por lo que ya advierto de que a partir del verano puede que veamos en París un Gobierno de cohabitación, con un presidente Macron constitucionalmente dedicado a dirigir la política exterior y una primera ministra Pécresse a cargo de la política interior.

Foto: El canciller alemán, Olaf Scholz. (EFE/Pool/Filip Singer) Opinión

Y 2022 nos deparará aún alguna elección más, como la de Irlanda del Norte, en mayo, y donde por primera vez el Sinn Féin puede convertirse en el partido mayoritario por encima del unionista DUP, y todo gracias al Brexit. Para muchos analistas políticos en Dublín y en Londres, la idea de una Irlanda reunificada ha salido del escenario de los improbables para convertirse en una posibilidad muy real. También habrá elecciones en Malta, y presidenciales en Austria.

Como se ve, 2022 será un año políticamente bastante entretenido. Con las elecciones alemanas de septiembre, arrancó un nuevo ciclo electoral que ya no se detendrá hasta los comicios europeos de 2024. Créanme, necesitamos más continuidad y estabilidad política si queremos que se burlen de nosotros en la próxima película de meteoritos.

En política, solo hay una cosa peor que salir ridículo en una caricatura, no salir. No ser relevante. En la reciente película 'No mires arriba', de la que todo el mundo habla estos días, se parodia el mundo contemporáneo, en especial las inútiles instituciones públicas, y la Unión Europea no aparece ni mencionada. Cuando resulta obvio que el planeta debe ser salvado, los norteamericanos se preguntan por lo que hacen los chinos o los rusos, pero no los europeos. Supongo que ante el riesgo de que un meteorito choque con la Tierra nosotros estaríamos esperando a que se cumpla el plazo para reunir al Consejo, buscando la unanimidad en el Consejo o soportando el veto en el Consejo de Polonia y Hungría, que considerarían esa piedra espacial una indeseable inmigrante no cristiana en sus territorios. Una especie de mena de las galaxias, vaya.

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