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Financiamos los crímenes de Putin comprándole gas
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Esteban González Pons

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Financiamos los crímenes de Putin comprándole gas

Estamos en la obligación de dejar de hacer negocios con Rusia mientras esta siga gobernada por un tirano con ínfulas hitlerianas, aunque ello suponga renunciar a su petróleo, a su gas y a su carbón

Foto: Cadáveres de civiles en la calle en Bucha. (Reuters/Zohra Bensemra)
Cadáveres de civiles en la calle en Bucha. (Reuters/Zohra Bensemra)
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Esta semana se hace difícil escribir sobre cualquier otra cosa que no sean las atrocidades que el Ejército ruso está cometiendo en Ucrania. Las imágenes y los testimonios que nos llegan desde Irpin y Bucha, con civiles maniatados y asesinados a sangre fría, quemados, o enterrados en fosas comunes, nos traen a la memoria los recuerdos más oscuros de nuestra historia. Y algún día, de alguna manera, Putin deberá responder por estos crímenes de guerra.

No sabemos cuándo ni cómo, pero algún día acabará este conflicto. Y, cuando lo haga, habrá lecciones que, por nuestro propio bien, los europeos no deberíamos volver a olvidar. Entre ellas, que nunca más caigamos en la tentación de mercadear con nuestros principios a cambio de petróleo, carbón o gas. Durante demasiados años, hemos hecho la vista gorda con Putin. Hemos asistido al desmantelamiento ordenado y eficaz de la ya endémicamente débil democracia rusa, y callamos. Hemos visto cómo agredía militarmente o provocaba tensiones territoriales en países vecinos, especialmente con aquellos que, como Georgia, mostraban su interés por acercarse a Europa. Y volvimos a callar.

Nos importaba más, y no digo desde luego sin causa motivada, que a las calefacciones de nuestros hogares no les faltase suministro. La consecuencia, a día de hoy, el 47% de las importaciones de gas y el 25% del petróleo tienen origen en Rusia. Somos una colonia energética de Moscú y aún es ahora cuando nos estamos enterando.

Rusia no es la única ante cuyos desmanes cerramos los ojos. Lo mismo hacemos con China a cambio de nuestras relaciones comerciales, o con Irán para conseguir que vuelva al redil del pacto nuclear. Estados Unidos puede que empiece a hacerlo con Venezuela, para paliar el veto a las exportaciones de crudo ruso. En eso consiste la 'realpolitik'. En no meternos en granero ajeno cuando no es estrictamente necesario y en mirar para otro lado cuando los intereses estratégicos propios están en juego. Pero Putin ha hecho saltar por los aires las costuras de esa política inmoral, ha empezado una guerra cruel y sangrienta en el este de Europa, y nos pone a los europeos ante la tesitura moral de tomar decisiones trascendentales con base en nuestros principios y no en cálculos económicos.

Se ha acabado la edad de la inocencia para Europa. Estamos en la obligación de dejar de hacer negocios con Rusia mientras esta siga gobernada por un tirano con ínfulas hitlerianas, aunque ello suponga renunciar a su petróleo, a su gas y a su carbón. Y habrá que explicarles bien las consecuencias a nuestros ciudadanos.

Foto: Michel Eltchaninoff, autor de 'En la cabeza de Putin'. (Manon Jalibert)

Esta es, al menos sobre el papel, la intención de las cancillerías europeas. Así se desprende de la Declaración de Versalles del 11 de marzo y de las Conclusiones del Consejo del 25 de marzo. En Versalles, los 27 esbozaron una hoja de ruta para reforzar nuestras capacidades de defensa y reducir nuestra dependencia energética. Un plan, sin embargo, que carece todavía de consistencia. Por ahora, no es otra cosa que un bonito lugar común donde todos podemos estar de acuerdo. La teoría siempre suena bien hasta que llega la hora de ponerla en práctica. Especialmente si con ello ponemos en riesgo nuestras economías nacionales y las de nuestros ciudadanos.

Los líderes europeos pidieron a la Comisión que, de aquí a finales de mayo, elabore un plan detallado para la reducción de la dependencia energética europea de Rusia. También se ha dado luz verde a una serie de medidas de carácter preventivo de cara a lo que pueda ocurrir el próximo invierno, tales como la compra común de gas e hidrógeno, la finalización de las interconexiones eléctricas y la constitución de nuevas reservas de gas en toda la Unión.

Pero hay circunstancias que necesitan respuestas más urgentes. El Consejo de marzo se ocupó de recordar que el aumento desorbitado de los precios de la energía está repercutiendo ya de manera directa en el bolsillo de todos los consumidores europeos y, especialmente, de aquellos que son más vulnerables.

Por esta razón, el Consejo ha autorizado seguir haciendo uso del conjunto de herramientas económicas y fiscales diseñadas para la crisis del covid y ha abierto de manera formal un debate sobre otro conjunto de medidas urgentes que los gobiernos podrían usar de manera discrecional para reducir el precio del gas y frenar el efecto contagio en el precio de la electricidad, tales como las bonificaciones, las ayudas estatales, las rebajas fiscales o los límites a los precios.

Sin embargo, habrá que ver si estas medidas son suficientes para España que, una vez más, se encuentra a la cabeza de la crisis, con una inflación desbocada y unos precios de la energía desorbitados. Tanto es así que el Banco de España acaba de anunciar que el impacto de la crisis energética será el triple en nuestro país que en Europa.

Foto: Koska, ex guardabosques ahora voluntario del batallón 'Aidar' desplegado en Kovel (A.A.)
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Alicia Alamillos. Kovel (frontera Ucrania-Bielorrusia) K. A. P.

El Gobierno, noqueado porque sus cuentas han implosionado, cae en su propia trampa de culpar a la guerra de Ucrania de la escalada de precios cuando lo cierto es que, del conjunto de la Unión Europea, somos del grupo que menos dependencia tiene de Rusia, pues solo importamos el 10,4% del gas y el 5,6% del petróleo. Pero está fuera de toda duda que lo que ocurre en el norte tiene un efecto contagio inmediato en el sur. Ahora quiere sacar pecho porque el Consejo ha incluido en sus conclusiones de marzo una mención aliñada al gusto sobre la excepcionalidad peninsular.

Pero poco consuelo me parece que todo lo logrado sea un reconocimiento a la insularidad energética de España y Portugal, precisamente cuando esa insularidad es una de las rémoras más importantes de nuestro sistema energético y cuando una gran parte del sector eléctrico europeo ha mostrado ya su malestar por la incoherencia de reclamar unidad del mercado eléctrico europeo por un lado y abonar el terreno para la fragmentación mediante intervenciones regulatorias nacionales por el otro.

Foto: Jorge Sanz. (EC)

Dejando a un lado las cuitas ibéricas, lo importante es que Europa necesita diseñar y ejecutar una economía de guerra. Pero necesita aún más una estrategia energética de posguerra. Los Estados miembros deben tomarse en serio la independencia energética y las interconexiones. Dicho de otro modo, tenemos que ser capaces de garantizar que haya luz y calefacción desde Lisboa hasta Bucarest, la capital más oriental de la Europa continental, sin depender de los gasoductos rusos. Mirar al norte de África es una alternativa en el medio plazo, pero es insuficiente. Más aún si tenemos en cuenta que hablamos de un entorno altamente inestable, sometido a constantes tensiones políticas y territoriales.

Bruselas tiene instrumentos y capacidad para diseñar una estrategia energética autónoma. Aunque, no lo olvidemos, debe hacerse en estrecha cooperación con Washington. No se trata solo del gas, que nos afecta más a los europeos. Como algunos expertos han señalado, Rusia también podría cortar o limitar sus exportaciones de petróleo, lo que no solo tendría repercusión en Europa, sino también en Estados Unidos y el resto del mundo.

Foto: La crisis del petróleo de 1973.

Esto ha llevado a algunos analistas a recordar las medidas extraordinarias que tuvieron que adoptarse en algunos países como consecuencia de la crisis energética de 1970, y que incluyeron desde la supresión de la iluminación de los escaparates hasta el repostaje de combustible según número de matrícula y día de la semana.

Confiemos en que no sea necesario llegar a esos extremos. Pero la sola mención a este escenario debería ser suficiente para entender la gravedad de los hechos a los que nos enfrentamos.

En definitiva, el curso de la guerra en Ucrania no es la única incertidumbre que nos rodea ahora mismo. Si hemos de tomarnos en serio las amenazas rusas, Europa puede estar al borde de un apagón energético sin precedentes. Ocurra lo que ocurra, está claro que el abastecimiento seguro y estable de energía a precios asequibles es ya uno de los grandes temas sobre la mesa de la agenda comunitaria. Europa debe actuar y debe hacerlo rápido, o de lo contrario nos arriesgamos a una nueva crisis económica y social de consecuencias inimaginables. Una crisis que, esta vez sí, podría llevarse por delante el proyecto comunitario europeo.

Esta semana se hace difícil escribir sobre cualquier otra cosa que no sean las atrocidades que el Ejército ruso está cometiendo en Ucrania. Las imágenes y los testimonios que nos llegan desde Irpin y Bucha, con civiles maniatados y asesinados a sangre fría, quemados, o enterrados en fosas comunes, nos traen a la memoria los recuerdos más oscuros de nuestra historia. Y algún día, de alguna manera, Putin deberá responder por estos crímenes de guerra.

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