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Cuando los buenos son peores que los malos
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Cuando los buenos son peores que los malos

Empecemos por un ejemplo. José Bretón llevó el apellido surrealista hacia las costas de la novela negra con el asesinato de sus hijos. Cuando aquella figura

Empecemos por un ejemplo. José Bretón llevó el apellido surrealista hacia las costas de la novela negra con el asesinato de sus hijos. Cuando aquella figura encarnó al mal en la televisión, una oleada de furia recorrió el sistema nervioso de la opinión pública. Como aldeanos medievales armados de antorchas y rastrillos, toda una multitud lo cercó desde las redes sociales. Yo asistía a todo esto como espectador asombrado. Mientras la Justicia determinaba si era culpable, la opinión pública ya se había formado un juicio y emitía sus condenas. Unos cuantos tweets:

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Seguro que las personas que estamos llamando a declarar son buenas. Seguramente también son buenas las personas que van a la puerta de los juzgados a insultar a presuntos asesinos o ladrones. Pero lo que expresan tiene más que ver con el mal que con el bien. La sed de justicia provoca auténticas tropelías porque el bien aglutina multitudes, y la multitud es fisiológicamente incapaz de hacer el bien. Guy de Maupassant describía perfectamente a la multitud:

  • Observad esas cabezas apresuradas, ese montón de seres vivos. ¿Sólo veis gente reunida? Se trata de otra cosa, porque ahí se produce un fenómeno singular. Todas esas personas forman un ser especial, dotado de un alma propia, de una nueva y común manera de pensar que no parece, en absoluto, conformada por la media de las opiniones de todos.

Hay dos tipos de escritores: los recelosos que gruñen ante su plato y los generosos, que quieren contribuir a una vida literaria agradable, abierta y compartida. El señor Lorenzo Silva pertenece al segundo grupo y se deja los cuernos organizando un festival de novela policíaca: Getafe Negro. Allí se juntan lectores con escritores, presidiarios, policías, jueces y otros ladrones de guante blanco. Allí hemos podido reflexionar en grupo, como alcohólicos anónimos, sobre las implicaciones del crimen en la sociedad.

  • Yo ya sé cómo matar a mi suegra sin dejar huellas. ¡Gracias, señor Silva!

El miércoles participé en una mesa redonda con Carlos Salem, Marcelo Luján y Marta Sanz. Lo que iba a ser una charla a cuatro bandas sobre la actualidad del género terminó derivando en un simposio sobre el mal. Me dio por pensar que muchas veces son peores los que están en posesión del bien que los malos. Es fácil verlo en internet.

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Internet es un canal ancho para las aguas enfurecidas. No hay más que ver los comentarios anónimos de algunos periódicos, no hay más que seguir algunas cuentas de Twitter para acojonarse con las buenas personas

El siglo XXI no nos ha dado una bomba atómica como el siglo XX ni novelas de Corín Tellado. Pero en lo que llevamos caminado ha puesto a disposición de los individuos una forma nueva de arracimarse en multitudes. Internet es un canal ancho para las aguas enfurecidas. No hay más que ver los comentarios anónimos de algunos periódicos, no hay más que seguir algunas cuentas de Twitter para acojonarse con las buenas personas. Si el infierno existe, puede que sea un foro de internet lleno de mayúsculas.

- ESOS POLÍTICOS LADRONES, CHORIZOS, ESCORIA.

Con la presión y la temperatura social de España se podría cocer un pollo sin agua. La desigualdad y la falta de expectativas nos tienen amargados. Nuestra idea del bien se da de morros contra la injusticia. Los malos ganan, se van de rositas, se los nombra directores y ostentan cargos millonarios después de haber hundido un país. La buena gente honrada y trabajadora se siente impotente y cabreada. Marta Sanz, mi compañera de mesa en Getafe Negro, dijo que la publicidad que se da a sucesos criminales como el de Bretón es una cortina de humo. De acuerdo, pero yo diría que es algo más: un modo de liberar el vapor de esta olla a presión que llamamos país. Las buenas personas pueden llegar a ser una amenaza a la paz de los malvados.

- No hay más que ver cómo se las gastan los personajes de Jean-Claude Van Damme.

Le doy vueltas y vueltas al asunto y al final estoy dándome cabezazos contra el teclado. Para estos casos tengo un libro que siempre da en el clavo. Dice Michel de Montaigne:

- La flaqueza de nuestra condición nos empuja con frecuencia a la necesidad de valernos de medios malos para alcanzar un buen fin. Licurgo, el más virtuoso y perfecto legislador que nunca ha existido, inventó una manera muy injusta de instruir a su pueblo en la templanza. Hacía embriagarse a la fuerza a los ilotas, que eran sus esclavos, para que, viéndolos perdidos y sepultados por el vino, los espartanos sintieran horror por el desbordamiento de este vicio. Aún más injustos eran quienes permitían antiguamente que los criminales, sin importar la clase de muerte a la que estaban condenados, fuesen desgarrados vivos por los médicos, para observar al natural nuestros órganos interiores y establecer más certeza en su arte.

Parece que vamos como pollos sin cabeza pidiendo la cabeza de quien dicta la multitud. A veces se canaliza el odio contra un parricida o un corrupto, pero otras contra alguien que ha hecho declaraciones fuera de tono

Montaigne establecía una teoría del desahogo. A lo largo de la historia, la presión de la injusticia social se ha liberado con explosiones de ira enfocadas contra los malos equivocados. Gladiadores, quema de brujas, linchamiento público de ladrones y, más recientemente, la libre expresión de la ira en internet. Que se exprese el asco por los criminales es una chiquillada al lado de otras cosas que he visto. Todavía recuerdo cómo atacaban las hordas de biempensantes al director de cine Nacho Vigalondo, que no había matado a nadie y sólo hizo una broma en Twitter.

- Acabaron despidiéndolo de El País por esa broma.

Parece que vamos como pollos sin cabeza pidiendo la cabeza de quien dicta la multitud. A veces se canaliza el odio contra un parricida o un corrupto, pero otras contra alguien que ha hecho declaraciones fuera de tono. Como ocurrió cuando Hannah Arendt escribió Eichmann en Jerusalén: supuestos defensores del bien se transforman en auténticas hidras. Acaban dando más miedo que los malos. Y estos, como en las películas de James Bond, siguen engordando su cuenta corriente sin asustar a nadie.

Empecemos por un ejemplo. José Bretón llevó el apellido surrealista hacia las costas de la novela negra con el asesinato de sus hijos. Cuando aquella figura encarnó al mal en la televisión, una oleada de furia recorrió el sistema nervioso de la opinión pública. Como aldeanos medievales armados de antorchas y rastrillos, toda una multitud lo cercó desde las redes sociales. Yo asistía a todo esto como espectador asombrado. Mientras la Justicia determinaba si era culpable, la opinión pública ya se había formado un juicio y emitía sus condenas. Unos cuantos tweets:

José Bretón