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Cultura libre, vaya patraña
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Cultura libre, vaya patraña

Quiero invitarles a pensar sobre una mentira gorda de nuestro tiempo. Este es un texto urgente. Un texto desesperado. -Avanti. La cultura, la información, el conocimiento: son bienes

Quiero invitarles a pensar sobre una mentira gorda de nuestro tiempo. Este es un texto urgente. Un texto desesperado.

- Avanti.

La cultura, la información, el conocimiento: son bienes inasibles, son cosas que en la era digital dejan de ser cosas y se convierten en flujo, en aire, en respuesta inmediata de bits al pulsar un botón. Antes un libro, la película o el disco estaban protegidos por su precio, a veces excesivo. No todos los ciudadanos podían acceder a la cultura. La cultura era un privilegio. ¿Es verdad lo que digo?

- No. No, no es verdad.

Las bibliotecas se nutrían con las novedades literarias y hacían acopio del fondo editorial. Los videoclubs daban por cien pesetas casi cualquier película y la televisión las emitía también, con el estorbo de la publicidad. Grabábamos cintas a nuestros amigos. Decir que la cultura libre viene con internet es dar por hecho que antes de internet la gente pobre era inculta. Y lo cierto es que nadie, en los años ochenta, se consideraba inculto por ser pobre. Había muchas vías para acceder a la cultura sin dejarse los cuartos. El Estado, con todas sus flaquezas, con todos sus excesos, garantizaba el acceso del pueblo al conocimiento. Y las editoriales y productoras tenían margen para abaratar precios. ¿Recuerdan la colección de libros a cien pesetas de Alianza?

- Pero entonces llegó internet.

En los años ochenta nadie se consideraba inculto por ser pobre. Había muchas vías para acceder a la cultura sin dejarse los cuartos

Es fascinante, queridos amigos, la falacia que representa la red. Una legión de blogueros subnormales aparecieron en las tertulias televisivas para decirnos que internet representaba la democratización final de la cultura. ¿Cómo es que nadie reparó en que llamaban ignorantes a quienes nacieron en los cuarenta, en los cincuenta, en los sesenta del siglo pasado? ¿Cómo es que nadie se sintió insultado? Jugando al juego de la desmemoria, los sucesivos Enriques Dans reivindicaban internet como la solución a problemas que no existían.

- Internet os hará libres.

¿Libres de qué?, me pregunto yo.

- De pagar por la cultura.

Eso es. Pero ¿a quién? Siempre hay alguien sacando dinero. Lo que no se paga al prescriptor de la cultura se paga al telefonista. La popularidad de estos filisteos de la cultura libre subió como la espuma y, en pocos años, menos de una década, el mensaje había calado entre la ciudadanía. La cultura es libre, la información es libre, el saber es libre, chillaban. Pero mis padres podían acceder a todo esto y no había internet.

Mis padres eran gente normal, nada acaudalada, y tenían libros de Nietzsche, de Sartre, de Umbral y de Unamuno. Compraban los libros baratos de Bruguera, los de Espasa Calpe, luego Austral, o iban a bibliotecas. Leían con avidez y atención el periódico, escuchaban la radio, conversaban. Se prestaban libros traídos de México por encima de la dictadura, discos de Inglaterra, fotografías pornográficas sacadas de quién sabe dónde. La cultura era libre, tan libre como ahora. Costaba un poco más conseguirla. Había que tener verdadero interés.

- ¿Qué quiere decir cultura libre?

El discurso de la cultura libre es una legitimación de la piratería, y la piratería es una legitimación de los intereses de las telefónicas. Nada más. Yo soy el primero que ha descargado ilegalmente contenidos culturales. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? Hay películas imposibles de encontrar en el circuito comercial y discos que jamás volverán a reeditarse al alcance del clic en el ordenador. Pero ¿son esas rarezas las que generan debate? No. Una legión de internautas descargan absolutamente todo sin el menor asomo de culpa, legitimados por infraseres dispuestos a justificar esta conducta en pos de una democratización falaz del conocimiento. Porque sabemos que la piratería está arruinando a mucha gente. Los músicos sobreviven gracias al directo, pero ¿alguien sabe cuánto cuesta la película más barata? ¿Alguien sabe cuánto dinero pierde un editor para darle a un escritor la posibilidad de llegar al lector?

- Los precios son muy altos.

En Alemania hay un compromiso entre el estado y la cultura igual que aquí hay un compromiso entre el estado y las empresas de telefonía

Cierto. El fulgor de internet coincide con la disolución del Estado. El Estado ya no sufraga, como cuando mis padres eran jóvenes, el gasto que supone la cultura. Y el sector empresarial de la cultura, al recibir las pérdidas, tiene que subir el precio. Una odiosa pescadilla colimordedora.

- Es más, el Estado sube el IVA de la cultura.

¿No es sospechoso? En manos de los lobbies telefónicos, el Estado no legisla contra el pirata ni ayuda al ciudadano en el acceso cultural. Mientras editores, productores, guionistas, directores y escritores ven diezmado el pago por su trabajo o su inversión, el Estado favorece a las empresas de telefonía. Curiosamente, expresidentes y exministros ocupan cargos en las cúpulas de estas compañías. De verdad, ¿cultura libre?

Si los contenidos pirata estuvieran perseguidos, sería absurdo que una compañía telefónica nos ofreciera tantos gigas al mes y nos cobrase tanta pasta por acceder a internet. Los apóstoles de la cultura libre son portavoces de las empresas de telefonía, únicos entes interesados en esta sangría de la propiedad intelectual. Nos han vendido el cuento de que tenemos derecho a la cultura libre cuando el acceso, antes de internet, ya era posible. Favoreciendo los intereses de quienes nos ponen el ADSL, una piara de fariseos y ladrones monta su discurso populista. Y este discurso de la cultura libre ha calado más de lo que uno puede soportar.

Dato: en Alemania te llega una multa si descargas contenido pirata. Cada bit se paga.

Sí. Pero en Alemania hay plataformas de descarga legal y barata. Hay un compromiso entre el Estado y la cultura igual que aquí hay un compromiso entre el Estado y las empresas de telefonía. ¿Qué hay de los usuarios? En Holanda, me contaba mi madre, la gente deja las bicicletas sin candado por la calle. ¿Sabe usted cuántas bicicletas se roban cada día en Barcelona?

- Más de doscientas.

Es hora de legislar. De callar la boca a los hipócritas. De pedir al Estado un compromiso con la cultura y no con las empresas telefónicas. Productoras y editoriales tendrán que poner mucho de su parte para abaratar sus productos. Los tiempos han cambiado, los precios deben bajar, puesto que el coste distribución del contenido digital es menor. Pero es abominable el aire satisfecho de los que incitan a la piratería. Aceptemos que está mal, aunque lo hagamos. Y exijamos al Estado que deje de bailar el agua a las telefónicas. Que defienda a la cultura defendiendo a los que hacen posible, con su esfuerzo, su inversión y su talento la existencia de la cultura.

Quiero invitarles a pensar sobre una mentira gorda de nuestro tiempo. Este es un texto urgente. Un texto desesperado.

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