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El día que Esperanza Aguirre masticó hormigas
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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El día que Esperanza Aguirre masticó hormigas

A mí todo esto me recuerda a las bodas de mis tíos, cuando yo era pequeño. Había un momento en que, avanzado el convite, los adultos perdían los papeles

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Como sabe usted, señora, Adorno dijo que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Yo iba a decir que con escribir columnas tras la aparición de Esperanza Aguirre en El Hormiguero pasa tres cuartos de lo mismo, pero aquí me tiene presto y valeroso, luz y guía de Occidente o al menos intermitentes en el arcén de esta franja horaria. Aún me estoy recuperando. Lo que lea usted en las próximas líneas ha de quedar entre usted, yo y mi psiquiatra.

¿Lo vioo estaba mirando otra cadena? Fue como el desembarco de una valkiria. Aguirre arrasó el plató y se llevó a Pablo Motos por delante, no sobrevivieron ni Trancas y Barrancas, siempre tan ocurrentes y tan risueñas. Allí hablaba la señora y los demás intentaban que se les viera un poco. Mucho ha llovido desde los tiempos en que las preguntas las hacía Pablo Carbonell en Caiga quien caiga. Ahora no servía de nada el desparpajo que permitió a Motos torear a un Diego el Cigala borracho.

Desde el minuto uno, Aguirre embridó al presentador y cabalgó sobre su grupa. Se había traído un iPad con el que pretendía abroncar a laSexta por manipular sus palabras (qué otra manipulación peor que mezclar las palabras de una con las de Eduardo Inda, nos preguntábamos nosotros), y le dio a la tableta un nuevo uso que abrirá nuevas oportunidades de negocio para Apple: reventar el ritmo de un programa.

En Madrid parece que los candidatos hayan pasado por un 'after' antes de enfilar el ayuntamiento

Aguirre buscaba un pantallazo del entrecomillado falso que le calzaron en La Sexta Noche. Pablo Motos aguardaba en silencio, miraba a la señora manejar el iPad con la expresión desesperada del profesor de informática de un asilo de ancianos,paralizado como el público del plató, que finalmente aplaudiría cómo y cuando Aguirre lo ordenase. Así, convertida en regidora y presentadora de El Hormiguero, Aguirre habló de lo que quiso y desplegóuna anarquía espiritualcapaz de cerrar una multinacional de la comunicación. Hasta tal punto condujo ella el programaque a Pablo Motos le sobró un minuto y, por no hacer más conatos de preguntas, los dedicó a la tentativa de bailar un chotis con su invitada.

Ridículo colofón a un programa que habría sido el último de no ser por la rápida intervención de las ambulancias y los bomberos.

Siempre he pensado que Barcelona es infinitamente más aburrida que Madrid, y las luchas por la alcaldía son una buena muestra de ello. En los últimos tiempos he tratado con todos los candidatos para Barcelona, son gente seria y formal, personajes con los que te dormirías si te invitasen a dos cervezas. En Madrid, sin embargo, parece quehayan pasado todos por unafterantes de enfilar el ayuntamiento.

Hay, por supuesto, lugar para el aburrimiento: ahí tenemos a García Montero importando el tedio desolador de los recitales de poesía españoles a la alta política municipal. Tendremos que premiar a Izquierda Unida por los paréntesis de descanso que nos da su candidato en un momento en que el viejo bipartidismo se ha soltado la melena.

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Carmona y Aguirre, que juntos suenan a empresa de ñapas y fontanería, se han deslizado al lado más salvaje de la política. Cierto que el listón estaba muy alto: hay que superar el relaxing cup of café con leche de la Botella y aquella espeluznante forma de versionar a Alejandro Sanz con que Simancas se liberó de la responsabilidad de tener votantes. ¿Se acuerda, señora?

–Bueno, que a lo mejor me lo merezco... etc.

Bien. Pues con tan altos ochomiles de la vergüenza ajena, Carmona y Aguirre se han retado en una batalla sin cuartel para conquistar todos los recovecos del bochorno. Si él va a tertulias, ella las revienta. Si ella rema en el Retiro, él promete que habrá naumaquias en el estanque cuando los votantes lo hagan alcalde. Que él canta My Way en el programa de María Teresa Campos, pues ella obliga a Pablo Motos a cantar con ella el mantón de Manila en inglés.

A mí todo esto¿sabe a qué me recuerda? A las bodas de mis tíos, cuando yo era pequeño. Había un momento en aquellos raros acontecimientos en que, avanzado el convite, los adultos perdían los papeles. Uno, que era un niño y por lo tanto era abstemio todavía, sabía que había que esconderse de los mayores cuando empezaban a hablar muy alto, porque de lo contrario alguna tía borracha podría sacarnos a bailar, o algún tío taja querría contarnos con voz pastosa que se iba mucho de putas cuando era un poco mayor que nosotros.

Bien. Quedan pocas semanas para las municipales. Creo que ha llegado el momento de que los votantes seamos sensatos y tomemos una decisión: escondernos debajo de las mesas y gritar tapándonos los oídos. La próxima batalla dialéctica entre los candidatos seguramente se libre en un colegio mayor lleno de Erasmus. Aguirre y Carmona se pondrán a beber calimocho con un embudo y un tubo. Quien caiga primero habrá perdido.

Y estará muy bien, porque beber es lo único que puede ayudarnos a estas alturas.

Como sabe usted, señora, Adorno dijo que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Yo iba a decir que con escribir columnas tras la aparición de Esperanza Aguirre en El Hormiguero pasa tres cuartos de lo mismo, pero aquí me tiene presto y valeroso, luz y guía de Occidente o al menos intermitentes en el arcén de esta franja horaria. Aún me estoy recuperando. Lo que lea usted en las próximas líneas ha de quedar entre usted, yo y mi psiquiatra.

Esperanza Aguirre Antonio Miguel Carmona Pablo Motos