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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Elecciones pueblerinas 2015

Llegan las elecciones municipales. Pasan los coches de propaganda electoral y echo de menos a alguien que nos asegure que no se permitirá a los alcaldes reanudar la recalificación

Foto: Aguirre durante la presentación de los los taxis que llevarán estas dos semanas en sus puertas traseras carteles electorales. (EFE)
Aguirre durante la presentación de los los taxis que llevarán estas dos semanas en sus puertas traseras carteles electorales. (EFE)

Pasan coches con altavoces por las calles de mi pueblo. No es el circo ni el tapicero, es la democracia municipal. La voz con promesas de renovación viene envuelta en una música bestia de hace lo menos tres legislaturas. Tanto estruendo me induce a valorar la sordera como única alternativa política, pero no todo el mundo lo ve así: salen las señoras al ruido como los caracoles cuando patina el sol en la piedra llovida. Acostumbradas al furgón del panadero, caen en la trampa. Volverán a casa sin pan pero con viseras de plástico, con abanicos de cartón, bolígrafos, caramelos, folletos y lo más importante: sobres y listas.

–Usted lo mete en la urna, o estos cierran el ambulatorio.

En el fondo es pantomima porque aquí se conoce todo el mundo. ¿Es que vas a votarle al Mochuelo? ¿Y tú vas a votarle al Hijo la Tuerta? ¡Amos, anda! Un carnaval donde hijos, nietos y bisnietos de la Jaca y la Giñape se disfrazan y el pueblo les ríe la gracia. Son las cuatro de la tarde, la calle huele a siesta y a sol, y Pepita se amodorra con Amar es para siempre. Entonces pasa por Doctor Fleming el peyó del candidato pepero y detrás el forfocus del soe. Para bajar los himnos, Pepita sube la tele con cara de fastidio. Tanta murga la desvela.

A mí me llena de melancolía.

Dicen que la burbuja inmobiliaria estalló. Lo dicen como si fuera cosa acabada, un cohete, un petardo, pum y santas pascuas, podemos volver a empezar

Las municipales no son eso que se ve en tele. Su verdad no está en los puntos programáticos ni en los tertulianos de laSexta, está al otro lado de las tapias, en los solares y los terrenos baldíos que rodean los pueblos. Está más allá de las últimas filas de chalés adosados y vacíos, sí: las municipales son esa cosa siempre a medio hacer que no huele a Ralph Lauren, sino al yeso y la tortilla de patatas que mastica el encofrador a la hora del almuerzo.

Dicen que la burbuja inmobiliaria estalló. Lo dicen como si fuera cosa acabada, un cohete, un petardo, pum y santas pascuas, podemos volver a empezar. Pero en este país sin imaginación, las burbujas proliferan como en una sartén de tomate frito. En el pueblo empiezan a verse grúas nuevas, y extraños edificios proliferan a las afueras.

Son pocos pero son, como escribió César Vallejo.

Vivimos en un país de albañiles en paro y toda esa gente tiene que trabajar. En cuanto a grúas, va a ser clave lo que salga de las municipales. Juan el Loco, compañero de clase mío, con catorce años fue para el instituto con sonrisa triunfal y un puñado de billetes y le dijo al profe:

- Me dejo los estudios, que cobro más que tú.

Juanillo el Loco, me contaron, ha estado yendo a Cáritas porque tuvo críos y no había obras. Pero tranquilo, Juanillo, que los precios de la vivienda remontan, remontan como los salmones, para desovar trabajos en lo alto del río, y también las huevas de la próxima quiebra nacional.

Seguro que tendrán a los alcaldes de su parte. Porque los alcaldes han sido, con diferencia, los más burros de la política nacional. Ejemplo: un alcalde de mi pueblo salió a dar un pregón. ¡Hemos alquitranao todas las calles!, dijo. Los asistentes oyeron que el secretario le susurraba al oído: asfaltado, asfaltado. El alcalde se interrumpió un instante y retomó el discurso: ¡es verdá, han faltao dos o tres, pero las vamos a alquitranar también!

Es esperpento, pero no es chiste. Real como la vida misma, ese alcalde hizo muchas obras y dio trabajo a mucha gente. Se le quería en el pueblo y se le echa de menos. Bien nos vendría otro como él, dicen en el bar. Más alcaldes como él, más constructores como aquellos, más acuerdos, más recalificación, ¡más crédito!

Los alcaldes han sido, con diferencia, los más burros de la política nacional

Quizás Valencia sea el paradigma de una política municipal que, en connivencia con la Autonomía, destruye por completo una región a base de dar trabajo en obras, pero ocurre lo mismo en casi todas partes. Es un universo que gira en torno a alcaldes y concejales corruptos, siempre amigos de constructores.

El balance de cuatro décadas de democracia municipal son miles de pueblos feos e iguales, con sus plazas anodinas y sus parques raquíticos, polideportivos tumorales, auditorios presuntuosos para orquesta de poca monta y ferias de congresos a las que no irá ni Dios. Un país circuncidado de rotondas y claveteado de pilones de cemento, un país de pelotazo, de ricos brutos. En manos como las del alcalde alquitranador se amasó nuestro subdesarrollo.

Pero ahora llegan elecciones municipales. Hemos aprendido, dicen, y va a cambiar todo. Pasan los coches de propaganda electoral y echo de menos a alguien que nos asegure que no se permitirá a los alcaldes reanudar la recalificación.

Y por un momento, pese al escándalo, no oigo nada.

Pasan coches con altavoces por las calles de mi pueblo. No es el circo ni el tapicero, es la democracia municipal. La voz con promesas de renovación viene envuelta en una música bestia de hace lo menos tres legislaturas. Tanto estruendo me induce a valorar la sordera como única alternativa política, pero no todo el mundo lo ve así: salen las señoras al ruido como los caracoles cuando patina el sol en la piedra llovida. Acostumbradas al furgón del panadero, caen en la trampa. Volverán a casa sin pan pero con viseras de plástico, con abanicos de cartón, bolígrafos, caramelos, folletos y lo más importante: sobres y listas.