Es noticia
El viaje hasta San Juan
  1. Sociedad
  2. España is not Spain
Juan Soto Ivars

España is not Spain

Por

El viaje hasta San Juan

Sé que el reto de la vida es conservar la perspectiva. Para ayudarnos tenemos la capacidad de recordar. Para recordar tenemos la noche de San Juan

Foto: Celebración de la noche de San Juan. (Reuters)
Celebración de la noche de San Juan. (Reuters)

Somos hombres con la cara tiznada de carbón de lápiz desde que salimos de la forja del colegio. El colegio nos impuso su calendario. La noche de San Juan es el fin de año verdadero. En días como hoy, me tomo un rato para recordar.

Recuerdo esa tarde del 2 de marzo. Hemos acompañado al yayo Juan hasta la tumba de la yaya. Ocupa la esquina superior de un bloque de nichos que recuerda a una urbanización vacía de la burbuja inmobiliaria. Somos pocos, creyentes y ateos, tres generaciones de una familia con los ojos vueltos a lo alto. El tío Manolo reza una oración.

No creo en Dios, pero creo en la belleza y el descanso. A nuestro alrededor cantan los cipreses infestados de pájaros, más allá cae la tarde, dorada por los cerros del monte yeclano. Mi yayo era viajante de comercio. Otros tienen a Magallanes pero yo tengo a mi yayo. Cuando era niño odiaba los viajes. Llegar a casa era la victoria. La carretera nos gustará cuando leamos a Kerouac, pero no en la niñez. Nos recibía en el pueblo el silencio de las calles. Hacía pensar que el pueblo se hubiera quedado dormido mientras nos esperaba. Eso sí era cansancio. Eso, y lo de mi yayo Juan aquella tarde en el cementerio.

Yo he aprendido algunas cosas de los libros y muchas más de mis abuelos. Sé que el reto de la vida es conservar la perspectiva

-Hace diecisiete días que está aquí -dijo el yayo Juan ante la tumba de su mujer.

El puro colgaba de su boca. Meses atrás me había sentado con él e hicimos un cálculo para averiguar qué distancia cubrirían todos los puros que ha fumado. No fue por entretenernos. Mi yayo Juan Ivars ha conducido jaurías de coches que luego reventaban de tanto viajar, y siempre lo hacía fumando. Tiene casi noventa años. Empezó a fumar a los catorce. A lo largo de su vida ha quemado diez kilómetros de puros.

-Menos que de aquí a Caudete -dijo decepcionado.

Yo he aprendido algunas cosas de los libros y muchas más de mis abuelos. Sé que el reto de la vida es conservar la perspectiva. Para ayudarnos tenemos la capacidad de recordar. Para recordar tenemos la noche de San Juan.

Aunque el viaje en busca del porvenir sigue siendo duro, nos hemos acostumbrado a las comodidades de los vuelos lowcost

Pienso en mi yayo y veo cómo se ha transformado el viaje. Los primeros trayectos de mi yayo Juan los recorrió en bicicleta. Atravesó pedaleando una distancia asombrosa: la que separa Valencia de Cádiz. Aunque el viaje en busca del porvenir sigue siendo duro, nos hemos acostumbrado a las comodidades de los vuelos lowcost. Nos parecen de otro mundo las penurias de Los viajes de Anatalia de Eloy Tizón, El viaje a ninguna parte de Fernán Gómez o La ruta de Barea. Pegotes de tela y cansancio que avanzan por caminos de tierra con las maletas colgadas del brazo.

Así viajó el yayo Juan antes de costearse su primer coche, un biscuter. Colgaba una maleta del manillar de una bicicleta prestada y emprendía la marcha de pueblo en pueblo para vender ropa a comerciantes. Una vez lo adelantó un pelotón de la Vuelta Ciclista España. Mi yayo tenía quince años, vestía pantalón de pinza y camisa. Apretó la marcha y se metió en el pelotón. Se saltó varios pueblos de su ruta y alcanzó la línea de meta perseguido por los rezagados. Los promotores de aquella carrera querían colgarle medallas y él se revolvió:

-¡Pero qué dicen ustedes, si yo tenía que haberme parado cinco pueblos más allá para vender género!

Cuenta relatos de viaje en una España sin ciudades, una España hecha de pueblos y caminos, y es capaz de recordarlos todos puestos en fila a ambos lados de la carretera. El humo del puro dibuja pensiones deshabitadas, plazas convertidas en centro comercial, cuarteles derruidos de la Guardia Civil que tuvieron ventanucos enrejados, iglesias mudas, cuadras y carros, Caudete, la Encina, Fuente la Higuera, Mogente, Játiva, no hubo aldea que se le resistiera.

Este mundo se muestra tan pornográficamente que el viaje necesita la emoción de lo inesperado, una decisión de última hora o la pura necesidad

Después de aquella visita al cementerio en marzo, notaba en mi yayo el cansancio de todos sus viajes. Pensaba que no iba a viajar más. Nada le gustaba más que conducir, y cuando la edad le quitó el carné cogió un buen rebote. El coche le había permitido trabajar sin pedales, abrigado de las lluvias, y le dio buenos momentos a su vida. Hace años llevó a mi yaya desde Yecla a Valladolid para la boda del hijo de unos amigos. A la vuelta, vieron un cartel que informaba sobre la distancia a la que estaba Portugal. Mi yaya dijo:

-Pues no he estado yo en Portugal.

Una semana después, mis padres y mis tíos se subían por las paredes. Yo era pequeño. Recuerdo que bisbiseaban que los yayos se habían matado en un accidente, no hubo cartas ni llamadas, en los hospitales no sabían nada. Poco después, el yayo y la yaya aparecieron en casa. Traían gallos de cerámica y así es como la familia se enteró de que no estaban muertos, sino de parranda. Habían pasado una semana en Portugal. Todo por un cartel en la carretera y un comentario de mi yaya.

A la vuelta del cementerio cada cual recordaba lo que le venía en gana gracias a la melancolía. Yo pensaba en los viajes de la infancia, tan aburridos, tan pesados. Y creía que mi yayo ya no viajaría más.

Pero hoy está en Bruselas con mis padres. Ha subido en avión y se ha ido a visitarlos.

-He montado en tranvía después de 75 años -me dice por teléfono.

Este mundo nuestro se muestra tan pornográficamente que el viaje necesita tres cosas para ser auténtico: la emoción de lo inesperado, una decisión de última hora o la pura necesidad. Cosas que es imposible planificar, como el amor por nuestros viejos, tan grande que no cabe en ninguna maleta, tan portátil que siempre lo llevamos con nosotros. Y ahora me voy a las hogueras. Siempre quemo lo que sobra en el año escolar que se termina.

Hoy quemaré el derrotismo. Quemaré el dar a los demás por vencidos. Y mañana llamaré a mi yayo Juan y nos felicitaremos el santo. Él en Bruselas, yo en el pueblo, oliendo a hoguera.

Somos hombres con la cara tiznada de carbón de lápiz desde que salimos de la forja del colegio. El colegio nos impuso su calendario. La noche de San Juan es el fin de año verdadero. En días como hoy, me tomo un rato para recordar.

Hogueras de San Juan Portugal