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Dracma en tres actos
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Dracma en tres actos

Está claro que Grecia es un barco habitado por gente que lo desguaza y vende las piezas en el resto del continente, y está claro que ese país, ese barco, ya no pertenece a sus habitantes

Foto: Imagen aérea de las manifestaciones en la plaza Syntagma de Atenas, Grecia. (Reuters)
Imagen aérea de las manifestaciones en la plaza Syntagma de Atenas, Grecia. (Reuters)

El señor Tsipras va a sacar la cabeza por el balcón pero duda un instante. Tiene delante la plaza Syntagma abarrotada de gente. ¿Estos son los que dicen sí o los que dicen no? ¿Qué balan, qué borregos me habéis traído? Yo lo miro largamente y me quedo callado, no puedo ayudarle porque no sé nada de griego, así que me encojo de hombros. Al instante, Tsipras se conmueve. Su rostro, lleno de redondeces de caricatura derechista, se pone encarnado. Acto seguido sale al balcón y levanta los brazos. A veces los políticos recuerdan a esos tipos con linternas que hay en las pistas del aeropuerto.

La multitud le aclama gritando que no. Mañana irán los otros y el señor Tsipras se quedará dentro de su casa. Son días trágicos para el país donde se inventaron las tragedias, pero se nota el orden germánico en las protestas, bien repartidas por los días del calendario. Unos días sí y otros días no, y por eso, cuando salen los griegos de la calle hablando por la tele, más de uno admite que no tiene ni puta idea de lo que va a votar.

Es natural. De entrada, nadie sabe quién va a traer mañana el dinero a casa. El dinero se vuelve más abstracto a medida que aumenta la incertidumbre. En cuanto al referéndum, las opciones iban a ser dos: pagar las deudas rápido (en cincuenta años) a costa de más austeridad, o seguir con el cerco numantino. Pero, ¡ah fatalidad!, en el momento de enunciar la pregunta vimos desaparecer al otro lado de la mesa a los tecnócratas de Bruselas.

Por encima de su tinte rojo, el partido de Tsipras defiende la soberanía en contra de la burocracia invasiva de Europa, exactamente igual que Podemos

Nadie sabe lo que se está votando en Grecia, pero alguien va a tener que ponerse de rodillas y dejar que le corten la cabeza. ¿Será Tsipras, será el pueblo, será Europa? Trato de informarme sobre las consecuencias ciertas de estas cosas, pero el dueño de La Razón produce monstruos y el de eldiario.es más de lo mismo.

Será porque Grecia es la cuna de la civilización mediterránea que las dudas metafísicas se han implantado en España. Tenemos el país colgando de los andamios y Rajoy celebra que Pablo Iglesias haya metido el pie en un cubo de pintura que había por el suelo. Iglesias, que va de digno por la vida, saca el pie del cubo, se pone muy serio delante de la cámara y sigue defiendo el gobierno de Syriza.

Toda Europa se pregunta dónde irá a parar todo esto. Nos hemos vuelto expertos en macroeconomía, y ayer me decía un amigo que los premios Nobel que abogan por una salida griega del euro no tienen ni puta idea de nada. Nadie como un español para estos juegos de saber más que nadie. Pero no hablan de economía, sino de política. De aquí al derribo de la izquierda radical hay un dracma, y todos sabemos que esa moneda va a tener un valor bien escaso.

En medio de esta discusión enloquecida sobre quitas, deudas, bonos y demás formas de decir te quiero, sólo me extraña que se oiga tan poco en las cantinas la palabra nacionalismo. Porque por encima de su tinte rojo, el partido de Tsipras defiende la soberanía nacional en contra de la burocracia invasiva de Europa, exactamente igual que Podemos. Tal como yo veo las cosas, a lo que estamos asistiendo es una lucha por el poder. Tsipras quiere que decidan los griegos, que es una forma de decir que no quiere que decidan los alemanes. Muchos piensan que en Europa se ha producido un auge de las izquierdas, pero esto es la mitad de la verdad. Muchos votantes están hartos de que los extranjeros se metan en los asuntos de su patria.

De entrada, en Grecia nadie sabe quién va a traer mañana el dinero a casa. El dinero se vuelve más abstracto a medida que aumenta la incertidumbre

Si cae Syriza, subirán otra clase de nacionalistas. Y créanme los podemófobos: los hay peores.

El caso es que todo esto me recuerda a una película. Les presento al protagonista, el capitán Nemat, un viejo simpático pero traicionero, dueño de un barco decrépito frente en las costas de Irán donde ha dado casa y trabajo a los que no tienen nada. Los habitantes desguazan el barco y venden la chatarra en tierra firme. Nemat se lleva las ganancias. Si los habitantes enferman, Nemat les entrega personalmente las medicinas. Si quieren rezar, Nemat les habilita la mezquita según esté orientado el barco. Pero puesto que todos trabajan desmontando el barco, se preguntan qué pasará cuando hayan desaparecido el suelo metálico que tienen bajo los pies.

Es fácil encontrar las analogías con la obra maestra del cineasta iraní Mohammad Rasoulof. Está claro que Grecia es un barco habitado por gente que lo desguaza y vende las piezas en el resto del continente, y está claro que ese país, ese barco, ya no pertenece a sus habitantes. Pero me pregunto: ¿quién está interesado en que el barco desaparezca? ¿Es Nemat, o los ávidos compradores de chatarra del continente? Y cuando el barco quede completamente hundido, ¿dónde van a vivir sus habitantes?

El señor Tsipras va a sacar la cabeza por el balcón pero duda un instante. Tiene delante la plaza Syntagma abarrotada de gente. ¿Estos son los que dicen sí o los que dicen no? ¿Qué balan, qué borregos me habéis traído? Yo lo miro largamente y me quedo callado, no puedo ayudarle porque no sé nada de griego, así que me encojo de hombros. Al instante, Tsipras se conmueve. Su rostro, lleno de redondeces de caricatura derechista, se pone encarnado. Acto seguido sale al balcón y levanta los brazos. A veces los políticos recuerdan a esos tipos con linternas que hay en las pistas del aeropuerto.