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Lléveme a la calle Millán Astray esquina Miguel de Unamuno
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Lléveme a la calle Millán Astray esquina Miguel de Unamuno

Según la Ley de Memoria Histórica, se exalta el franquismo si una calle tiene nombre de general Mola; según la Ley de Seguridad Ciudadana, se exalta el terrorismo si uno hace bromas con etarras

Foto: La plaza 'Arriba España', en Madrid. (Google Maps)
La plaza 'Arriba España', en Madrid. (Google Maps)

Entre sus muchas paradojas y contradicciones, la ley de la memoria histórica provoca amnesia urbana. Desaparecen estatuas ecuestres de los parques y políticos franquistas de las placas de las calles. Pero aunque la ley lleva en vigor casi diez años, muchos generales se atrincheran y resisten. Ahora dice Carmena que quiere expulsar a los últimos franquistas de Madrid y propone rebautizar sus calles con nombres de mujeres luchadoras, entre ellas la Pasionaria, oradora inolvidable y estalinista convencida.

No es que me escandalice. Los nombres de las calles siempre responden a las simpatías ideológicas de los alcaldes, pero a mí estas cosas me llenan la cabeza de pasado compuesto y de matizaciones. Por ejemplo, he leído que cambiará de nombre Arriba España, lo que demuestra cierto desconocimiento de los símbolos. “Queremos una España española” no fue un lema franquista, sino de la Pasionaria, que también gritaba arriba España en sus mítines antes de que Franco llenase a la izquierda de complejos nacionales.

De hecho, estos nombres rimbombantes tienen bastante gracia si uno se quita las anteojeras y mira con ojos nuevos la ciudad. Yo viví en la calle de la Grandeza Española de Madrid. Aquella cuesta angosta, retorcida y empinada tenía en la punta de arriba la cruz inmensa de un colegio religioso, y luego bajaba del Alto de Extremadura flanqueada por casas de protección oficial y toldos descoloridos. Así, la calle se despeñaba largamente hasta Caramuel, donde jugaban al baloncesto los hijos de los emigrantes colombianos.

Yo viví en la calle de la Grandeza Española de Madrid. La España de aquella calle era grande solamente por el nombre, pero era simpática

Uno intenta huir de las metáforas y fracasa. Bajando del Alto de Extremadura hasta las pistas llenas de colombianos me sentía como un conquistador atravesando el océano proceloso, y al mismo tiempo como un español recorriendo la historia de su país. La España de aquella calle era grande solamente por el nombre, pero era simpática: aquí y allá salían las cabezas de las vecinas que se chillaban de una ventana a otra o pasaban los trabajadores con el mono sucio de pintura camino del bar donde te daban menú del día a cuatro euros en 2007, y si pedías cocacola te traían vino con casera y te miraban como a un snob.

¿Quitar Grandeza Española para poner, pongamos por caso, Pilar Bardem? Tampoco pasaría nada. Sobre todo, daría para nuevas metáforas, aunque algunas pudieran resultar ofensivas para la beneficiada. Si digo que no pasaría nada es porque todas las calles cambian de nombre de vez en cuando. En la guerra, por mucho que la Gran Vía de Madrid se llamase Avenida de la CNT y luego de la Unión Soviética, los castizos seguían diciendo Avenida de los Obuses por las bombas de 15/5 que rebotaban contra el frontón de la Telefónica. Más tarde, Franco le puso Avenida de José Antonio, prueba de que el dictador elegía para las calles los nombres de aquellos a quienes quería olvidar.

Yo respeto que se busquen las fosas de los desaparecidos y los asesinados, pero me molesta una parte sustancial de la Ley de la Memoria Histórica: pone la señal de prohibido en el concepto tan impreciso de la exaltación. Le pasa como a la Ley de Seguridad Ciudadana: según la primera, se exalta el franquismo si una calle tiene nombre de general Mola; según la segunda, se exalta el terrorismo si uno hace bromas con etarras o quema una bandera de España en un arrebato de furia. Yo debo ser poco exaltado, porque nunca grité el “vivan las cadenas” cuando pasaba por la calle de Fernando VII.

Los nombres de las calles, lejos de exaltar, sirven para orientarse. Y perderse en la historia de España es más grave que extraviarse cuando uno va a comprar el pan

Pero claro, hay almas atribuladas que se cambian a la acera de enfrente para no cruzarse con una calle facha o roja. Recuerdo a una viejecita que se santiguaba al pasar por Manuel Besteiro y a un taxista que se negó a llevarme a Manuel Azaña y me dejó a unos metros de distancia.

Sin embargo, nunca me han gustado las leyes que intentan defender a los demás de las susceptibilidades de los legisladores. Si hay que cambiar los nombres de las calles yo hago pública mi humilde propuesta. Sería hermoso que la calle de Millán Astray se cruzase con la de Miguel de Unamuno frente al campus universitario, y que allí nos explicaran con una placa el diálogo maravilloso que se estableció entre ellos en Salamanca, digno de su propio monumento. Y sería valioso también que el General Mola tuviera una calle paralela a la de Franco pero se cortase de manera abrupta justo donde Franco se ensancha. Y que la calle Manuel Azaña cruzara con las calles de las provincias de España y luego, en proximidad de la plazoleta de Serrano Súñer, girase hacia la avenida de Inglaterra.

En fin: sería hermoso que las calles dejaran de considerarse una exaltación y se buscase su esencia educativa. Si hiciéramos una encuesta a los habitantes de Martínez Campos, sería tan difícil encontrar a un vecino exaltado por su figura como a uno que conozca a grandes rasgos su biografía. Los nombres de las calles, lejos de exaltar, sirven para orientarse. Y perderse en la historia de España es más grave que extraviarse cuando uno va a comprar el pan.

Entre sus muchas paradojas y contradicciones, la ley de la memoria histórica provoca amnesia urbana. Desaparecen estatuas ecuestres de los parques y políticos franquistas de las placas de las calles. Pero aunque la ley lleva en vigor casi diez años, muchos generales se atrincheran y resisten. Ahora dice Carmena que quiere expulsar a los últimos franquistas de Madrid y propone rebautizar sus calles con nombres de mujeres luchadoras, entre ellas la Pasionaria, oradora inolvidable y estalinista convencida.

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