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Nochevieja es el horror, pero feliz año a todos
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Nochevieja es el horror, pero feliz año a todos

En Nochevieja es como si la sociedad acordara acelerar su proceso de descomposición. Todo empieza a torcerse a media tarde, cuando descubres que la ciudad contiene el aliento: está atemorizada

Foto: Dos personas en el día previo a la Nochevieja en la Puerta del Sol de Madrid. (EFE)
Dos personas en el día previo a la Nochevieja en la Puerta del Sol de Madrid. (EFE)

En Nochevieja es como si toda la sociedad se pusiera de acuerdo para acelerar su proceso de descomposición. Empresarios, trabajadores, parados, jubilados y escolares dejan una noche sus disputas y meten todos a un tiempo el pie el quinta, es decir, la cabeza en el retrete.

Todo empieza a torcerse a media tarde, cuando te das cuenta de que la ciudad contiene el aliento porque está atemorizada. La piedra sabe lo que le espera como si pudiera consultar el calendario. Presiente el bombardeo de metralla de cotillón, esa mezcla de vómito, orines y partículas de papel pisoteado y cristal de vaso de tubo con que hordas de palurdos de corbata en cabeza compondrán su felicitación de año nuevo para los barrenderos.

Los centros comerciales y los supermercados se convierten en campos de batalla. No trates de coger un 'pack' miserable de latas de uvas en conserva porque puedes perder los dos brazos. Ni te acerques a la sección de congelados: es más fácil encontrar entre los restos despedazados de espinacas a Jack Torrance que una ración aceptable de gambón.

El supermercado se convierte en un campo de batalla. No trates de coger un 'pack' miserable de latas de uvas en conserva porque puedes perder los dos brazos

La televisión, fiel a su alma de servicio público, nos advierte del desastre mostrando los escombros de Ramonchu García y Ana Obregón -a la que Pedro Vera describe como la mujer a la que le cabe una terminal de aeropuerto entre los pechos-, y se suceden los gags cómicos de Mota como una parábola de la clase de humor que encontraremos a lo largo de la cena.

Cuando suenan las campanadas y familiares y amigos se transforman en hámsteres con las cavidades faciales desbordadas de uva, es hora de marchar. Y al fin nos abriremos paso entre locales purulentos con entrada a 15 euros, donde los dueños, súbitamente endemoniados, decidirán cuadrar el balance del año llenando vasos de garrafón a precio de tinta de impresora. Todo esto, rodeados por la piara humana de chavales con la americana del padre, que les viene grande, rápidamente degradados en el arco que va de Fred Astaire en sus últimos años a Antonio Pajares el día de hoy.

Y sin embargo, ¿cómo evitarlo? Hay en Nochevieja una alegría por haber sobrevivido mal que bien a un nuevo dígito en el calendario universal. Nos besamos, nos saludamos y decimos tonterías, e incluso hacemos propósitos para encarrilar un poco mejor el nuevo año que comienza. Porque si Nochevieja es el momento más espeluznante del año, no es menos cierto que representa una oportunidad para mejorar.

Así que espero que todos ustedes pierdan los papeles esta noche y contribuyan a hacer de la Nochevieja un Vietnam pachanguero insufrible, porque todo lo que hagamos a partir de mañana será mejor.

En Nochevieja es como si toda la sociedad se pusiera de acuerdo para acelerar su proceso de descomposición. Empresarios, trabajadores, parados, jubilados y escolares dejan una noche sus disputas y meten todos a un tiempo el pie el quinta, es decir, la cabeza en el retrete.

Ana Obregón Campanadas fin de año