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#VotaréSinMiedoPero... miedo me dan algunos votantes
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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#VotaréSinMiedoPero... miedo me dan algunos votantes

La vulgaridad de la disputa política en España hace tiempo que hiere la sensibilidad, pero el constante “ellos o nosotros” ha traspirado a los sobacos de muchos cabestros con DNI

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Hablemos claro: los españoles no hemos vivido una campaña electoral sino un brote de apasionamiento colectivo. Los síntomas van del cabreo matinal a la ira contra quien manifiesta su preferencia por el partido detestado. El foco de contagio según la OMS (Observatorio de Mosqueos y Sarpullidos) han sido cuatro partidos políticos que se disputaban el poder con agresividad porque intuían que les iban a caer, más o menos, las mismas cartas que en diciembre.

Podemos y el PP se daban por ganadores pírricos pero esta vez no proponían casi nada, sino que sembraban el pánico entre una ciudadanía que a veces parece encantada de que la manipulen. Los dos partidos con mayores posibilidades no pedían el voto: advertían de las catástrofes que vendrán si votamos a sus rivales. No insistían en sus programas ni profundizaban en sus propuestas: gastaron su turno de palabra en vaticinar el fin de España tal como la conocemos si la balanza se inclina a favor de sus enemigos políticos.

No es casualidad que se haya abusado tanto de las banderas este mes. En el esquema discursivo de “La Dignidad Soy Yo” hemos visto candidatos agarrados a los trapos por todas partes, querían hacer suyo el símbolo para decirnos que los demás no son España sino enemigos de los españoles. En medio del ruido, se ha escuchado muchas veces la palabra “radical”, adjetivo que se adapta como un preservativo a todos los partidos: todos han apelado directamente a la raíz, a la esencia, a lo sentimental. De ahí la palabra radical. Ahí anida el fundamentalismo.

Dirigiéndose a las tripas en lugar de a la razón, han azuzado la pasión más nefasta de los españoles con este cuadro guerracivilista de colores marrones que recuerda tanto al duelo a garrotazos de Goya.

El miedo auténtico de los partidos no tiene que ver con la destrucción de España, sino con la posibilidad de ser arrojados lejos del poder

Hasta aquí, sin embargo, todo normal. La vulgaridad de la disputa política en España hace tiempo que hiere la sensibilidad, pero el constante “ellos o nosotros” ha traspirado a los sobacos de muchos cabestros con DNI, y de ahí que hayamos visto episodios tan ridículos como el ataque a las mesas de propaganda electoral, los rifirrafes violentos entre forofos de tal o cual partido, o el machaque constante de insultos, amenazas, diatribas y descalificaciones en las redes sociales y en los comentarios de los periódicos online.

Me dirán que esto sólo es una prueba más de que una ardilla puede cruzar España saltando de cafre en cafre sin tocar el suelo en ningún momento, pero yo no consigo acostumbrarme a que tantos ciudadanos se muestren tan dispuestos a darse hostias cuando tienen, en realidad, tan poco que ganar o que perder.

Resulta que, alguien tendrá que decirlo, España va a seguir siendo España gane quien gane y pierda quien pierda. Desde que terminó el bipartidismo, ni siquiera es posible que gobierne una opción verdaderamente radical, porque en un parlamento fragmentado el extremo necesita el concurso de la opción más moderada. El miedo auténtico de los partidos no tiene que ver con la destrucción de España, sino con la posibilidad de ser arrojados lejos del poder.

A nosotros, a los votantes, a los mindundis, este miedo ni nos concierne ni nos afecta. Una opción de izquierdas o una opción de derechas no va a ser en la práctica más que un cambio de matiz. ¿Puede un partido enterrar la democracia con menos de un 30% de representación parlamentaria? ¿Pueden convertir España en un estado comunista o dejarlo indefenso ante el huracán neoliberal estando bajo la vigilancia constante de una oposición de tres cabezas?

El peligro son los grupos de españoles recalcitrantes, intolerantes y fanatizados que creen que tienen que defender España de irreales amenazas internas

Pues no, señora, ni de coña. Una mayoría pírrica de zurdos sólo transformará a Podemos en una versión izquierdosa del PSOE, y una mayoría de derechas convertirá al PP en una versión católica de Ciudadanos. Salga el gobierno que salga del juego de los pactos, tendrá que resignarse a que lo moderen sus aliados y sus rivales de la oposición.

Para mí, el peligro son esos grupos cada vez más grandes de españoles recalcitrantes, intolerantes y fanatizados que creen que tienen que defender España de irreales amenazas internas. ¿A quién me refiero? A usted, por ejemplo, que me está leyendo: pregúntese mañana quién es el compatriota al que insulta en Twitter porque no le ha gustado su opinión. Recapacite antes de llamarle hijo de puta y habrá hecho usted más por España que con el ejercicio de votar.

Yo tengo mi propia opinión sobre la tendencia de política que más le conviene a España pero en esto me puedo equivocar. De lo que no tengo dudas es de que necesitamos tolerancia. Vamos a vivir en un país gobernado por concurso mientras el fantasma del fanatismo recorre Europa. Si nuestros políticos no empiezan a emitir un poco de tolerancia y de empatía después de esta segunda vuelta, España no va a ser Venezuela ni Detroit, sino una tediosa reunión de vecinos incapaces de acordar quién es el responsable de la contabilidad. Y en estas, algún cabestro llegará a las manos.

Hablemos claro: los españoles no hemos vivido una campaña electoral sino un brote de apasionamiento colectivo. Los síntomas van del cabreo matinal a la ira contra quien manifiesta su preferencia por el partido detestado. El foco de contagio según la OMS (Observatorio de Mosqueos y Sarpullidos) han sido cuatro partidos políticos que se disputaban el poder con agresividad porque intuían que les iban a caer, más o menos, las mismas cartas que en diciembre.

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