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Prepárense: viene una ola de independentismo no nacionalista
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Juan Soto Ivars

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Prepárense: viene una ola de independentismo no nacionalista

Si el Gobierno no cambia su estrategia, este independentismo no nacionalista acabará por tener una expresión política, y entonces el lío será todavía más difícil de solucionar

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, junto con Pablo Iglesias. (Reuters)
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, junto con Pablo Iglesias. (Reuters)

En España estamos acostumbrados a que los ciclones del independentismo soplen desde los sentimientos de unos ciudadanos que, en Cataluña, Euskadi y Galicia, se ensimisman con sus símbolos, su folclore y su lengua. Un independentismo nacionalista. Un independentismo de gente que rechaza la cultura española y exige su derecho a la autodeterminación. Es el independentismo que muchos españoles perciben como un dolor de muelas, porque de algún modo los rechaza y los insulta.

Pero este es un esquema propio de la Transición, y por lo tanto empieza a fallar según para qué cosas. Durante buena parte del tiempo que lleva Franco criando malvas, en Cataluña y Euskadi han gobernado unos partidos cuya existencia quedaba justificada solo por el sentimiento nacional de sus votantes. ¿Por qué el PP era pequeño en esas dos regiones? Porque Pujol y los sucesivos lendakaris acapararon al electorado de centro-derecha gracias a los desprecios que el Franquismo había mostrado hacia sus pueblos. Cuando el PP dio por perdidos estos territorios, especialmente Cataluña, se colocó progresivamente en esa postura que sus adversarios llaman “fábrica de independentistas”. Episodios como la recogida de firmas contra el Estatut o la ley Wert de educación son solo algunos ejemplos.

Manipulación mediática e inmersión lingüística son otros conceptos imprecisos pero muy populares entre los críticos del independentismo

El aumento de las movilizaciones por la independencia de Cataluña entre 2008 y 2015 ha sido consecuencia de muchas cosas. Hay quien cree que es por el adoctrinamiento de un par de generaciones bajo el sistema educativo catalán, quien supone que todo se debe al egoísmo económico exacerbado por la crisis, y quien aventura una huida hacia adelante de los líderes de CDC para echar una cortina de humo sobre sus casos de corrupción. Manipulación mediática e inmersión lingüística son otros conceptos imprecisos pero muy populares entre los críticos del independentismo, a los que les parece imposible que una parte de los ciudadanos de Cataluña haya tomado cabal y reflexivamente la decisión de irse.

Desde luego que en todo eso puede haber una parte de verdad, pero no se puede explicar este repunte del independentismo, que en las últimas autonómicas alcanzó un 50%, sin tener en cuenta la política de confrontación del nacionalismo español contra los sentimientos catalanes. Me refiero, sí, a la postura del PP en el resto de España, pero también a la pifia monumental de Zapatero con el Estatut y a los exabruptos del PSOE cañí de Susana Díaz.

Sin embargo, en los últimos años, ha aparecido un partido nacional que enfoca el tema de otra forma: Podemos. Según el analista Jaime Miquel, España dejó de ser oficialmente un estado uninacional y se convirtió, de facto, en plurinacional, cuando 5,2 millones de votantes españoles (sin contar con los catalanes de En Comú Podem y demás) dieron su apoyo a un partido que traía el referéndum en su programa electoral.

Se había abierto un camino nuevo para replantear el pacto de convivencia, y los resultados de Podemos en Cataluña y el País Vasco son la prueba

El crecimiento de Podemos significa que una parte nada desdeñable de los españoles no solo reconoce las diversas naciones que componen nuestro Estado, sino que está dispuesta a dar permiso a los habitantes de esas naciones si quieren votar su secesión. Pero al mismo tiempo, tiende puentes entre ciudadanos de izquierdas. Durante los actos de los alcaldes del cambio, vimos a Ada Colau decir en Madrid que es española y a Manuela Carmena proclamando su amor por Cataluña en Barcelona.

Se había abierto un camino nuevo para replantear el pacto de convivencia, y los resultados de Podemos en Cataluña y el País Vasco son la prueba de que ese camino puede transitarse. De hecho, el PSC empieza a inclinarse por alguna clase de consulta o referéndum, opción que también ha empapado al PSOE de Valencia y a la parte más joven de la dirección federal, mientras el PSOE andaluz y los barones canosos se encastillan en el inmovilismo. Por otro lado, Francesc Homs, que vino a decirnos algo sobre independencia unilateral, regresa ahora al Congreso de los Diputados con un perfil más negociador. No le queda otra, porque el desastre político en Cataluña tras la explosión con metralla de la CUP ha desgastado los sentimientos independentistas de su población.

Podríamos pensar que el suflé está bajando, pero no es así. Bajaba hasta que se conocieron los resultados del 26-J. Hoy basta un vistazo al mapa de color político por regiones para comprobar que toda España aparece azul, a excepción de Cataluña y el País Vasco, teñidas de morado podemita. ¿Qué significa esto? Que pese al último viraje patriótico de Iglesias en su desastrosa campaña, buena parte del electorado de esas dos regiones cree que el PP tiene que salir de La Moncloa ya.

Multitud de ciudadanos de izquierdas sienten asco por esta España que, aun después de la corrupción y los recortes, vuelve a votar masivamente al PP

Testimonios así brotan de multitud de ciudadanos de izquierdas que sienten asco por esta España que, aun después de la corrupción y los recortes, vuelve a votar masivamente al PP. Se oyen en los bares, en la calle, en el mercado. No tiene nada que ver con el hecho de ser catalán o vasco, sino que ven en esa contingencia una oportunidad para salir por patas y empezar de nuevo.

Puede que sea flor de un día, o puede que arraigue. Ya en la consulta del 9-N hubo muchos testimonios de personas no nacionalistas que habían votado sí-sí soólo porque el PP no les quería permitir votar. Si el Gobierno no cambia su estrategia, este independentismo no nacionalista acabará por tener una expresión política, y entonces el lío será todavía más difícil de solucionar.

En España estamos acostumbrados a que los ciclones del independentismo soplen desde los sentimientos de unos ciudadanos que, en Cataluña, Euskadi y Galicia, se ensimisman con sus símbolos, su folclore y su lengua. Un independentismo nacionalista. Un independentismo de gente que rechaza la cultura española y exige su derecho a la autodeterminación. Es el independentismo que muchos españoles perciben como un dolor de muelas, porque de algún modo los rechaza y los insulta.

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