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¿A quién destrozamos la vida en change.org esta mañana?
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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¿A quién destrozamos la vida en change.org esta mañana?

En esa basura de red social piden que se expulse de la enseñanza a un supuesto profesor de Alicante que dijo que se iba a mear en los ramos de flores que pusieran a Víctor Barrio

Foto: El abogado de la Fundación Toro de Lidia (2d) explica las acciones legales que van seguir por los mensajes ofensivos vertidos en las redes que celebran la muerte de Víctor Barrio. (EFE)
El abogado de la Fundación Toro de Lidia (2d) explica las acciones legales que van seguir por los mensajes ofensivos vertidos en las redes que celebran la muerte de Víctor Barrio. (EFE)

No piense usted, señora, que voy a defender al protagonista de este artículo. No lo hago, no tengo por qué hacerlo, pero es que cada día que pasa me siento más como Henry Fonda en 'Doce hombres sin piedad'. Me ocurre cada vez que algún amigo me invita a firmar una petición de change.org contra una persona que ni conozco yo, ni conoce quien me invita a firmar la lapidación.

En esa basura de red social, basada en la fantasía loca de hacer justicia con un clic, piden que se expulse de la enseñanza a un supuesto profesor de Alicante que dijo que se iba a mear en los ramos de flores que pusieran al torero Víctor Barrio. Cuando el toro mató al torero, sentí lástima y luego asco por el aliento a perro viejo que emanaban muchas publicaciones en Twitter. Había mucha gente celebrando la muerte del hombre. Pedían a gritos sus dos orejas y su rabo.

El movimiento animalista a veces parece más bien bestialista. Yo entiendo que hay quien sufre mucho por la matanza de los animales y siente un asco visceral por la tauromaquia, así que no me extraña que el tema saque lo peor de mucha gente. Sin embargo, dudo mucho que esos brutos digitales que jalean al toro por su asesinato en defensa propia, si se vieran frente a la viuda de Barrio, si conocieran a los banderilleros y toreros a los que dicen odiar, siguieran siendo tan radicales como en sus tuits.

La distancia de seguridad que proporciona internet nos permite insultar a gente que no conocemos de nada y nos inhibe de comprender sus motivaciones

En los enfrentamientos, internet nos convierte en psicópatas. Nos arranca la empatía. La distancia de seguridad que proporciona nos permite insultar a gente que no conocemos de nada y nos inhibe de comprender sus motivaciones. Yo recibo insultos cada semana por los artículos que publico en este periódico. En mis hilos de Facebook, gente que no se conoce de nada se insulta con violencia solo porque están en desacuerdo. Lo mismo pasa cada día en los comentarios de este diario. Y no me importa: sospecho que muchos de esos energúmenos, a la cara, se mostrarían mucho más educados.

Sé que usted, que hoy me va a llamar desgraciado, me daría los buenos días si fuéramos vecinos porque ya he aprendido que internet es un espejo deformante. Cuando manejamos el móvil, la tableta o el ordenador, somos más canallas que cuando metemos el coche en un atasco. Yo también he sido agresivo, tozudo y maleducado con gente cuyas opiniones me resultaban molestas. Lo peor de todo es que internet nos traiciona, y el exabrupto, soltado en caliente, se queda ahí.

Bien: el supuesto profesor de Alicante dijo en Facebook auténticas canalladas sobre el torero. A leerlas sentí asco y pensé que el tipo estaba chalado, pero luego me pregunté si no habría tenido un mal día, y a continuación caí en la cuenta de que su estado de Facebook me había llegado en forma de pantallazo, de manera que no era un mensaje de dominio público. Alguien había hecho una captura de pantalla y lo había compartido, sin duda, para hacer daño al autor del mensaje. La interpretación de los hechos se complicaba más y más a partir de ahí.

A continuación, alguien, movido por un engañoso sentimiento de justicia, elevó una petición en change.org para que al supuesto profesor se le apartase de la enseñanza. Lleva 150.000 firmas, algunas acompañadas de comentarios que no son mucho más humanos que el que hizo el supuesto profesor. ¿La diferencia? Las palabras del supuesto profesor eran insultantes y hacían daño al corazón; las de los firmantes de change.org podrían destruir la vida laboral de una persona de la que no sabemos casi nada.

Pero muchos firmantes parecen convencidos de que quien suelta una opinión como esa no está capacitado para educar a nadie. Yo me pregunto: ¿cómo podemos estar tan seguros? ¿Qué dicen los alumnos de ese supuesto profesor? ¿Qué dicen sus compañeros del claustro? Yo tuve profesores buenos y malos, pero desconozco qué clase de opiniones tenían sobre las cosas del mundo. ¿Quién me asegura que mi querido profe de mates no sería uno de esos tuiteros que se cagan en la madre de quien no piensa como ellos?

Antes de firmar una petición para hundir a un canalla, pregúntese si es un canalla. De las burradas que decimos en internet a los actos, suele haber un trecho

La grandeza de 'Doce hombres sin piedad' radica en que no sabemos si el acusado es culpable o no. Al inicio, todas las pruebas parecen afirmarlo y el jurado está inclinado a exigir para él la pena capital. Sin embargo, el personaje de Henry Fonda duda. No niega que el acusado sea culpable: simplemente no está convencido de la solidez de las pruebas. Como la condena es irreversible, quiere sembrar la duda razonable en el resto de miembros del jurado. Si el acusado fuera inocente, de esa reunión tan legal saldría un crimen de verdad.

Atengámonos a las pruebas ahora. Ni siquiera podemos estar seguros de que el tipo al que queremos apartar de la enseñanza sea realmente un profesor. Tampoco sabemos si es bueno o malo dando clases, y mucho menos si mantiene sus opiniones personales a un lado ante sus alumnos. Que pongamos en cuestión su ética por ese comentario parece razonable hasta cierto punto, pero ¿quién puede hablar de su profesionalidad?

Antes de firmar una petición para hundir a un canalla en la miseria, pregúntese si realmente es un canalla. De las chorradas y las burradas que decimos en internet a los actos, por fortuna, suele haber un buen trecho.

No piense usted, señora, que voy a defender al protagonista de este artículo. No lo hago, no tengo por qué hacerlo, pero es que cada día que pasa me siento más como Henry Fonda en 'Doce hombres sin piedad'. Me ocurre cada vez que algún amigo me invita a firmar una petición de change.org contra una persona que ni conozco yo, ni conoce quien me invita a firmar la lapidación.

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