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Algunas cosas que verá usted en Islandia y que le costará creer
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Algunas cosas que verá usted en Islandia y que le costará creer

Siempre ha sido un país raro, de hecho, es uno de los pocos estados sin territorio exactamente delimitado

Foto: Ovejas en un prado del sudeste de Islandia. (Reuters)
Ovejas en un prado del sudeste de Islandia. (Reuters)

Dos ovejas pasean por la playa desierta. En Islandia están por todas partes: en los cerros empinados de basalto, en el malpaís cubierto de líquenes como almohadas, en las carreteras de grava que serpentean entre volcanes, junto a cascadas tan numerosas que llegan a provocar indiferencia, en los valles verdes que dejaron a su paso glaciares desaparecidos, en las postales, pero no se ven corrales. Islandia es como la tierra antes de que los humanos construyéramos las ciudades.

Los dos borregos de la playa parecen un par de jubiladas con sendos jerséis de lana blanca. Se han tumbado en la arena y se relajan mirando al mar tranquilo, que les contagia su temperamento. Ellas no saben los nombres de lo que están viendo. De entrada, el islandés es ininteligible, hasta cuesta leer las palabras, como si el frío les hubiera contagiado un poco de cirílico. Pues bien: al sur del fiordo Breiðafjörður, las ovejas ven la península de Snæfellsnes, con el volcán Snæfellsjökull coronado de nieve y brillando como un Olimpo.

De pronto me pongo a gritar y las persigo; ellas se levantan alarmadas y echan a correr como balones, y así conozco la gloria, que hoy consiste en ver trotar delante de mí dos pelotas de lana con patas. Cuando me quedo sin aliento, ellas se paran y me miran, entre extrañadas y escandalizadas. Deben pensar que los españoles somos unos bárbaros estas hijas de los vikingos.

Ahora podría quedarme cojo, sordo y ciego, pero por haber visitado Islandia dos veces ya me consideraría un ser extremadamente afortunado

Ahora podría quedarme cojo, sordo y ciego, pero por haber visitado Islandia dos veces ya me consideraría un ser extremadamente afortunado. Este país vacío de gentes (no hay más que 300.000 islandeses en una isla del tamaño de Andalucía, y 600.000 ovejas) está abigarrado de rarezas y de aberraciones paisajísticas: la más grande, la ausencia de chalés en cientos de kilómetros de litoral sin una sola sombrilla.

Siempre ha sido un país raro; de hecho, es uno de los pocos estados sin territorio exactamente delimitado, porque cuando menos te lo esperas te amplía un volcán una parcela. Pero los islandeses no iban a esperar a que el magma fuera construyéndoles una pasarela: en una ciudad del este, hay un museo que asegura que llegaron a Norteamérica 300 años antes que nosotros.

Dicen haber sido el primer país democrático del mundo, pues su parlamento funciona desde el siglo X. Será por eso que dimiten los gobiernos mediocres

Fueron ellos quienes bautizaron Groenlandia como 'Tierra verde', y también dicen haber sido el primer país democrático del mundo, pues su parlamento funciona desde el siglo X. Será por eso que aquí dimiten los gobiernos mediocres y que su población decidió, por referéndum, que los bancos tenían que pagar sus deudas y sus pufos.

Y es que no es fácil engañar a un islandés. El 100% de la población sabe leer y escribir, y además muestra una preferencia por esta actividad antigua: ostentan el récord mundial de lectura de libros per cápita. Prueba de que el vicio de leer es enemigo de los dogmatismos, está el dato de que el 100% de los menores de 30 años es ateo, aunque estos jóvenes tendrán mucho tiempo para replantearse sus creencias, porque también son el país con mayor longevidad del mundo.

Sin embargo, en ninguna de mis dos expediciones a la isla vi jubilados. Trabajan los viejos y trabajan los jóvenes, de hecho, los chicos empiezan a trabajar los veranos con 12 o 13 años, prueba de que el protestantismo sigue arraigado bajo el ateísmo y de que el paro, aquí, es una cosa que dejan para las ovejas.

Aislados y tendentes al ensimismamiento, los islandeses tienen el único banco genético público del mundo, pero hoy, en este país sin ejército, solo queda de la raza de guerreros vikingos una estirpe de hombres altos con barbas de color amarillo y mujeres brutales que desconfían de los extranjeros. Una experiencia interesante para un español en Islandia es sentirse como un ecuatoriano en nuestra patria. Un fino velo de desprecio se anticipa a las presentaciones obsequiosas y sonrientes de guiri murciano que entra en un restaurante donde no se entiende una palabra de la carta.

Yo le animo a alejarse de los infiernos tropicales y acercarse a conocer este barco varado de piedra con los motores al rojo y sembrado de chimeneas

Son el país más feliz del mundo, según estudios ante los que levanto la ceja si pienso que durante medio año los días son tan cortos. Para compensar el frío invierno, el Estado provee de agua caliente gratis a toda su población, pero anteayer pude comprobar que no hay tras este regalo una generosidad excesiva: junto a una gasolinera en medio de un prado, detecté una humareda blanca y me acerqué a ver si había alguien quemando rastrojos. No encontré fuego, sino agua: brotaba hirviendo de entre las matas y burbujeaba, se abría paso hacia la superficie y se derramaba abrasando las plantas que encontraba en su reguero. Delante de mí brotaba un manantial de aguas sulfurosas ante la indiferencia de los nativos. De ahí que una ducha caliente es gratis, pero deje en el pelo olor a huevos podridos.

Si usted puede permitirse un viaje, yo le animo a alejarse de los infiernos tropicales y acercarse a conocer este barco varado de piedra con los motores al rojo y sembrado de chimeneas. Lo único que me pesa es no haber visto una aurora boreal, pero un camarero valenciano que conocí ayer cerca de Eyja-og Miklaholtshreppur (dígase con acento de Oliva), y que recibió una oferta de trabajo para él y su mujer, dice que en invierno son frecuentes.

Siempre hay motivos para volver aquí.

Dos ovejas pasean por la playa desierta. En Islandia están por todas partes: en los cerros empinados de basalto, en el malpaís cubierto de líquenes como almohadas, en las carreteras de grava que serpentean entre volcanes, junto a cascadas tan numerosas que llegan a provocar indiferencia, en los valles verdes que dejaron a su paso glaciares desaparecidos, en las postales, pero no se ven corrales. Islandia es como la tierra antes de que los humanos construyéramos las ciudades.

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