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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Política para perros nerviosos

La única forma de que Curro suelte lo que trae entre los dientes será enseñarle la otra cosa

Foto: Curro, el perro de Raquel.
Curro, el perro de Raquel.

Bien, dejemos que agosto nos idiotice un poco: la actualidad también puede leerse mirando al perro de Raquel, que juega con un palo y una pelota.

En la casa de las montañas de Asturias, donde mi amigo Manuel Astur ha encontrado un paraíso terrenal digno de profetas, es mucho más difícil implicarse con los modales de ciudad. Llega por las montañas el eco de los gallos y los tractores y Curro, el perro de Raquel, viene otra vez con la pelota para que yo se la lance lejos. Lo único que espera Curro es que la pelota corra como una liebre para perseguirla y afilarse los colmillos y el instinto en este juego de caza.

Curro vive el juego agobiado y dividido. Una vez que captura la pelota no hay quien se la arranque de los dientes, aunque lo que él quiere realmente es depositarla en el suelo para que la cojamos y la volvamos a lanzar. Curro quiere correr tras la pelota pero no es capaz de soltarla. Sin embargo, si en ese momento de obcecación le mostramos un palo, los ojos se le abren desmesuradamente y las orejas se le clavan en el cielo. De pronto quiere el palo que agitamos delante de su cara. Suelta la pelota impulsivamente y se pone de pie sobre las patas traseras para estar más cerca del palo que se agita.

Si en ese momento de obcecación le mostramos un palo, los ojos se le abren desmesuradamente y las orejas se le clavan en el cielo. De pronto quiere el palo

Si entonces, justo antes de lanzar el palo, volvemos a coger la pelota, aunque Curro corra desesperadamente tras el palo lo hace con la mente puesta en la pelota. Trae el palo a toda prisa y mira la pelota en nuestra mano sin dejar de morder el palo. ¿El palo o la pelota? Podemos añadir tantos elementos como nos dé la gana. Cada objeto en nuestras manos, cada cosa que lanzamos despierta su interés total y crea una nueva división de fuerzas en su voluntad perruna.

Puedes estar jugando así con él durante horas. Poco a poco vendrá con el palo o la pelota más cansado, con la lengua fuera y el rabo bajo, y de nuevo la única forma de que Curro suelte lo que trae entre los dientes será enseñarle la otra cosa. Así se divierte y se agobia mientras el sol cae apaciblemente sobre el hórreo asturiano, donde mi amigo cavila como un filósofo -empezó a hacerlo, el pobre, cuando dejó de fumar-. Puede que los perros nos gusten tanto porque tienen la generosidad de convertirnos en dioses.

Astur, que ahora tiene unas greñas largas y vive en la disposición pacífica a mirar a las montañas como si leyera un gran libro de saberes antiguos, decía ayer que ya no puede soportar la actualidad. Lo decía como ese judío de la novela de Fred Uhlman, el que abandona Alemania y se separa de su mejor amigo, convertido al nazismo, para encontrar su destino lejos de la poesía y de la muerte, añorándolas. Aquí lee a los autores chinos porque ha abandonado la ciudad y se esfuerza en abandonar también el espíritu de la ciudad, que le atrapaba con un magnetismo parecido al de la pelota ante los ojos de Curro.

Los periódicos no consiguen abandonar la pelota y el palo y sestear dominados en la pedantería de los becarios

Resulta difícil recordar que en la ciudad es martes, que agosto empieza raro porque los periódicos no consiguen abandonar la pelota y el palo y sestear dominados en la pedantería de los becarios, juventud deseosa de impresionar con su estilo, juventud animosa y magenta, que diría Pombo. No, este verano no: los titulares políticos se suceden como si estuviéramos en octubre.

El imposible político español octubriza las portadas. En las playas y las piscinas y los chiringuitos se habla del Congreso, sin descanso, y las conversaciones terminan con la lengua fuera. Tampoco la montaña está totalmente libre de contaminación: suben por el cerro tres excursionistas y desde la casa de Astur se les oye discutir sobre las terceras elecciones que se adivinan al otro lado del discurso vacío, que ellos reproducen a gritos.

Entonces, cuando me acerco a ellos para discutirles alguna apreciación sobre los poderes de un gobierno en funciones, vuelve Curro con la pelota entre los dientes. Quiero decirles que se equivocan si piensan que unos nuevos comicios solucionarán el rompecabezas, pero Curro me mira desesperado, impaciente. Cuando alcanzo un palo y lo pongo a la altura de sus ojos, la pelota vacila entre sus dientes. Una fuerza irresistible le abre las fauces, la pelota vuelve a rodar por el suelo, hace diez segundos era lo más importante en el universo pero ya ha regresado la Era del Palo.

Bien, dejemos que agosto nos idiotice un poco: la actualidad también puede leerse mirando al perro de Raquel, que juega con un palo y una pelota.

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