Pablo Casado en el koljós de Palencia

Se cumplieron los deseos de mi padre. Lo recuerdo hace unas semanas sentado ante el noticiario de la uno, donde la presentadora le iba dosificando la última hora sobre los pactos de investidura. “Me cago en ellos, Juan, hijo mío”, murmuraba mi padre con esa franqueza de la digestión opípara y el café con hielo, “¿tú has visto? Yo a estos vagos de los cojones los mandaba a todos al campo a cavar zanjas y a apalear estiércol”.

Pues padre, ¡padre! Cuidado con lo que deseas porque podría cumplirse. Aquí tenemos a Pablo Casado trabajando con los labriegos con su camisa blanca restallando al sol. Estaba siendo un verano raro: los diputados buscan fórmulas de combinar vacaciones y propaganda, que es el único trabajo que les queda en este país sin gobiernos posibles. Eso, o que el PP ha mandado al niño Casado a las colonias en una granja escuela.

Pero no, nada de eso. Es laFiesta de la Trilla de Castrillo de Villavega, donde se recuerdan los viejos métodos de trabajo del campo, ayer esclavitud feudal y hoy folclore para pasar un día de verano haciéndose selfis al lado de una mula. Hasta allí se ha ido Pablo Casado caminando por la frontera que distingue el ocio del trabajo y, en un ejercicio mañanero de semántica, ha decidido arrimar el hombro en la representación.

Las fotos son sensacionales. Sobre todo porque se han cuidado de no sacar a Casado erguido mientras un campesino le enseña cómo se hace el trabajo. Una imagen como esa habría echado por tierra toda la carga propagandística, al representar algo mucho más cercano a la realidad: el señorito supervisando al Azarías.

La primera muestra a Casado prestando su ayuda a un hombre con boina que trata de encaminar el arado de tiro en el caballón. La camisa blanca del diputado, sus tejanos impolutos, dan cuenta de que la jornada no ha hecho más que empezar, de manera que restan 10 horas de faena bajo el sol, un día largo como el camino que va del sí de Rivera al no de Sánchez.

En otra foto vemos a Casado en lo alto de un carro de mulas cargado de forraje señalando al horizonte y al porvenir de los campesinos, en una representación perfecta de los mejores carteles de la Unión Soviética. O quizá, desde lo alto del carro, Pablo Casado ha visto el tractor con remolque y por eso se ríe, en plan: ¡cabrones, tenéis ahí un John Deere nuevecito y me ponéis aquí a hacer el indio!

En una tercera foto vemos a Casado participando en algún tipo de rito ceremonial rítmico mientras sostiene una cuerda con la mano derecha. La rodilla derecha ligeramente flexionada produce una sensación de grácil movimiento que nos retrotrae a tiempos antiguos de boina y bota de vino, de mayorías absolutas en el Parlamento.

Me encanta el álbum populista que nos ha regalado Pablo Casado. Dirán los críticos malignos que resulta tan artificial como esas novelas rurales que escribimos a veces los escritorzuelos urbanitas que no hemos levantado un azadón en nuestra puta vida, pero yo digo que hay mucho más. Las fotos tienen algo de profecía, como si Casado, bajo el sol de agosto palentino, hubiera tenido una revelación y supiera exactamente lo que nos espera.