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Viniste a la playa en burkini y me pusiste dura la tolerancia
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Juan Soto Ivars

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Viniste a la playa en burkini y me pusiste dura la tolerancia

Si solo se persiguen estas manías de la vestimenta femenina islámica, es posible que la minoría musulmana se vuelva más susceptible y que piensen que la defensa del laicismo busca marginarlos

Foto: Una mujer vestida con un burkini en una playa de Marsella, en Francia. (Reuters)
Una mujer vestida con un burkini en una playa de Marsella, en Francia. (Reuters)

Las aguas de Francia andan revueltas desde que varios ayuntamientos han prohibido el burkini en sus playas. La medida demuestra que, tras la ola de atentados islamistas que sacudió el país, la socialdemocracia francesa se ha puesto en posición erecta y dura, no sé si con el fin de frenar el radicalismo religioso o el auge de la extrema derecha lepenista. Las presiones son altas en el Elíseo. Casi podrían considerarse un anticiclón político. Ayer salió Manuel Valls a justificar la decisión: el burkini, dijo, “no es compatible con los valores de Francia y de la República”.

Bien: no es la primera vez que los valores de una sociedad y la vestimenta de la mujer protagonizan una disputa. En Francia ya hubo polémicas con la prohibición del burka, pero aquello se vio con buenos ojos porque es un lío que en las calles haya mujeres disfrazadas de buzón de Correos.

En el ramo de polémicas por la indumentaria femenina playera, algo sabemos en España: en la llaya de la Concha de San Sebastián, apareció una pintada a finales de los sesenta, recogida por Carandell, que decía “Destruiré la vida si no se usa más decoro en el vestir”. Quien la hizo, estaba sin duda en sintonía con los valores que hoy defiende cierto segmento del mundo moruno, que parece haber sacado sus teorías de una carta pastoral del arzobispo de Toledo de los años cuarenta, el Dr. Pla y Deniel, que ordenaba: “Los vestidos no deben ser tan ceñidos que señalen las formas del cuerpo provocativamente, ni ser tan cortos que no cubran la mayor parte de las piernas; no es tolerable que lleguen solo a la rodilla. Es contra la modestia el escote, y los hay tan atrevidos que pudieran ser gravemente pecaminosos por la deshonesta intención que revelan o por el escándalo que producen”.

Foto: Mujeres musulmanas caminan por la playa. (Reuters)

Al oír a Valls hablando de valores y vestimenta femenina, se echan en falta estas cartas pastorales tan claras y concisas. Viene a la cabeza 'La libertad guiando al pueblo' de Delacroix, donde este valor supremo de la República va pintado de señora con las mamellas al aire, y me acuerdo también de los divertidísimos diarios revolucionarios de Retiff de la Bretonne, en los que el sátiro nos cuenta que, entre guillotinamiento e incendio de propiedades, también había tiempo para galantear a muchachas descocadas.

Me llama la atención que, tanto cuando soplan vientos de libertad como cuando son de represión, el cuerpo de la mujer y su vestimenta sea la manzana de la discordia. Valls ha declarado que el Gobierno va a luchar por la libertad y el laicismo del Estado francés. El burkini, ha dicho, no es un asunto de moda femenina, sino una imposición de los maridos musulmanes.

Si solo se persiguen estas manías de la vestimenta femenina islámica, es posible que la minoría musulmana se vuelva más susceptible todavía

Esto se llama guiarse por las suposiciones. ¿Ha preguntado Valls a las musulmanas con burkini por qué no se deciden por el bikini, o incluso por el, atendiendo a Delacroix, mucho más republicano 'topless'? Seguramente encontraría división de testimonios. Habría mujeres disfrazadas de buzo por imposición de su marido, pero también mucha musulmana pudorosa y recatada, que le explicaría que ella misma ha decidido ponérselo.

La lógica indica que estamos ante una perversión del término 'libertad'. Si se prohíbe la prenda, el marido autoritario impedirá que su mujer se acerque a la playa. Por otra parte, la mujer recatada también dejará de ir, esta vez por decisión propia. De modo que los franceses no verán burkinis, pero tampoco verán a muchas de las mujeres que solían llevarlo.

Foto: Un grupo de musulmanes reza en el interior de la mezquita de la M-30 en Madrid. (EFE)

Tengo la impresión de que, más que en defensa de las libertades, el señor Valls hace sus declaraciones acuciado por el choque cultural que se está produciendo en su país. Un choque cultural en el que la colisión entre el laicismo y el islam no es menos importante que el que se da entre la socialdemocracia y el populismo de extrema derecha.

Aproximadamente un 7% de los franceses profesa culto a Mahoma, según los datos de Pew Research Center, que endilga a España algo menos del 3% de la población. Si Francia se ha propuesto perseguir la exhibición ostentosa de todos los símbolos religiosos, dentro de poco las monjas católicas y los hare-krishnas habrán desaparecido de las calles. En cambio, si solo se persiguen estas manías de la vestimenta femenina islámica, es posible que la minoría musulmana se vuelva más susceptible todavía, y que piensen que la supuesta defensa del laicismo está ideada para marginarlos.

Y como todo el mundo sabe, la marginación es muy buena para combatir el radicalismo.

Las aguas de Francia andan revueltas desde que varios ayuntamientos han prohibido el burkini en sus playas. La medida demuestra que, tras la ola de atentados islamistas que sacudió el país, la socialdemocracia francesa se ha puesto en posición erecta y dura, no sé si con el fin de frenar el radicalismo religioso o el auge de la extrema derecha lepenista. Las presiones son altas en el Elíseo. Casi podrían considerarse un anticiclón político. Ayer salió Manuel Valls a justificar la decisión: el burkini, dijo, “no es compatible con los valores de Francia y de la República”.

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