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La camiseta del Barça es peor que el burkini
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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La camiseta del Barça es peor que el burkini

No es una costumbre mía cuidarme, y tampoco seguir los dictados del culto al cuerpo. No es mi costumbre ir a misa, aunque sé que ir a misa podría formar parte de 'nuestras costumbres'

Foto: Movilización a favor del uso del burkini. (Reuters)
Movilización a favor del uso del burkini. (Reuters)

Difícil decidir qué atenta más contra los valores occidentales, si el burkini o cuatro policías obligando a una mujer a quitarse la ropa. Este ejercicio de liberalización a palos ya lo ejercieron nuestros dirigentes en Irak: nuestros ejércitos les quitaron de encima a un sátrapa, pero los dejaron en manos del fundamentalismo y la miseria. Ahora, en suelo europeo, el Estado obliga a unas mujeres a ser libres arrancándoles una prenda que simboliza la sumisión, como explicó Ilya U Topper en estas páginas. ¿Cómo calcular las consecuencias?

Tenemos un buen berenjenal conceptual montado. Sergio del Molino lo expresa con elocuencia: “Quién nos iba a decir que una prenda de baño iba a agrietar los cimientos de varios siglos de pensamiento laico y liberal. Es un dilema que me desborda, entra en la paradoja. En nombre de la libertad, se la coarta. Pienses lo que pienses, plantees lo que plantees, caes en la incongruencia. Si promueves la libertad a palos, has renunciado de hecho a esa misma libertad. Si aceptas la libertad ajena, estás transigiendo con la sumisión. Es un callejón argumental sin salida”.

Lo es. Hace unos días, me mostré tajante contra la prohibición y hoy lo vuelvo a hacer: vetar el burkini es como intentar curar una gripe prohibiendo los estornudos. Quiero decir con esto que el burkini va por dentro, que responde a una situación perversa donde la mujer representa una propiedad de su marido y el clérigo, para quien un bikini es promoción del pecado, como pasaba con la curia española a principios de los setenta.

Foto: Una mujer vestida con un burkini en una playa de Marsella, en Francia. (Reuters) Opinión

Si el Estado reprende a la que se pone ese horror o la obliga a quitárselo, no soluciona su problema de inadaptación. Ni el suyo, ni el de su comunidad. Su comunidad, por cierto, no es otra que la francesa. En Francia hay musulmanes, cristianos, budistas, agnósticos, volterianos, ateos y 'pastafaris'. Está bien recordarlo cuando alguien esgrime la prohibición del burkini para decir que, si vienen, tienen que aceptar nuestras costumbres. ¿Cuáles son 'nuestras costumbres'?

Yo tengo la costumbre de fumar y beber whisky y en mi casa friego los platos, pero conozco abstemios que no friegan y a otros que sí. Mi costumbre es leer libros e ir al cine. No es una costumbre mía cuidarme, y tampoco seguir los dictados del culto al cuerpo. No es mi costumbre ir a misa, aunque sé que ir a misa podría formar parte de 'nuestras costumbres'. Forma parte de nuestras costumbres tomar la comunión y no tomarla. Votar al PP y a Podemos. No votar. Todas las conductas están en nuestra sociedad.

Si presumimos de que nuestra costumbre es la igualdad de género, supongo que las feministas nos pondrán algunas pegas. En España, las mujeres cobran menos que los hombres desempeñando los mismos puestos. ¿Es así en virtud de nuestras costumbres? ¿Esas costumbres que los musulmanes tienen que aceptar?

Lo que hay aquí es un intento de apropiación de los valores y las costumbres occidentales por parte de grupos en confrontación. Todos aspiran a ser el molde a imagen del cual han de ser todos los demás. Por este motivo yo, que no quiero convencer a nadie, trato de cultivar la costumbre de la tolerancia. No la tolerancia estúpida y perrofláutica que critica Zizek, sino la tolerancia basada en que no puedo borrar del mapa a quien no piense como yo. Ese cretino va a seguir ahí. Sus costumbres, por tanto, son también las mías, las de mi comunidad.

Las costumbres de los musulmanes, desde el momento en que echan raíces entre los franceses, son también las costumbres de Francia

Los franceses musulmanes viven, tributan y trabajan en el territorio que los franceses organizan políticamente. Son allí una minoría, pero tienen la puerta abierta a participar de la organización política de su país. Sus costumbres, desde el momento en que echan raíces entre los franceses, son también las costumbres de Francia. Y es ahí donde Francia debe meter mano.

Tenemos la oportunidad de empaparnos de los buenos valores que traen las personas de otros países que se quedan a vivir aquí, y tenemos también la obligación moral de ayudarles a extirpar los malos hábitos, las malas 'costumbres'. ¿Es el wahabismo una costumbre de los musulmanes venidos de países tan dispares como Marruecos o Pakistán? En su artículo, Ilya U. Topper es tajante: no.

Tras el choque mediático de costumbres, hay todo un mecanismo político y económico que ningún Estado parece dispuesto a cambiar. Lo pensaba ayer, cuando oí en la calle a un hombre que decía que está bien prohibir el burkini. Llevaba puesta una camiseta del Barça. Ya saben, la de Qatar Airways.

El 'burkini' también se lleva en la 'playa' de Londres

Difícil decidir qué atenta más contra los valores occidentales, si el burkini o cuatro policías obligando a una mujer a quitarse la ropa. Este ejercicio de liberalización a palos ya lo ejercieron nuestros dirigentes en Irak: nuestros ejércitos les quitaron de encima a un sátrapa, pero los dejaron en manos del fundamentalismo y la miseria. Ahora, en suelo europeo, el Estado obliga a unas mujeres a ser libres arrancándoles una prenda que simboliza la sumisión, como explicó Ilya U Topper en estas páginas. ¿Cómo calcular las consecuencias?