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¡Muera la verdad histórica! ¡Viva la mentira!
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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¡Muera la verdad histórica! ¡Viva la mentira!

¿Merece Millán Astray una calle? Yo creo que es uno de los villanos más fascinantes de nuestra historia moderna, y eso ya me sugiere cierto respeto histórico

Foto: Fotografía de archivo del monumento levantado en A Coruña en honor a José Millán Astray, fundador de la Legión. (EFE)
Fotografía de archivo del monumento levantado en A Coruña en honor a José Millán Astray, fundador de la Legión. (EFE)

Los legionarios, en una carta que marcha como el Tercio al Ayuntamiento de Madrid, pintan a Millán Astray como un humanista heroico, un poquitín apasionado de más si se quiere, y rechazan la versión histórica ampliamente difundida de que el creador de la Legión, aquel fantoche con pinta de bucanero, cojo y manco, fue un fanático genocida, enemigo de los intelectuales y cómplice del levantamiento militar que quebró la legalidad constitucional. Legalidad precaria y amenazada, no está de más recordarlo hoy, desde la derecha caciquil, que remató la República sanguinariamente, pero también desde una izquierda prosoviética que aspiraba a aprovechar la guerra para convertir España en un satélite de la dictadura del proletariado.

Vuelve así la Guerra Civil en forma de pelea de fantasmas a cara de perro. Dos bandos que se agarran a una versión propia y excluyente de la realidad, como en aquellos años terroríficos, y se lanzan al ladrido y al fusilamiento de la verdad, esa cosa gris y contradictoria, ese dolor que le niega la razón a casi todas las pancartas. El choque, ya lo saben ustedes, viene por la decisión de Manuela Carmena de cumplir con rigor la Ley de la Memoria Histórica, levantando la placa de Millán Astray para que la calle se llame Inteligencia. Es un guiño a Unamuno, pero a mí me parece que la palabra 'chaladura' sería más respetuosa con la historia de España y más representativa de lo que fue nuestra guerra.

Ya escribí sobre la decisión de renombrar las calles. En el artículo pedía a un taxista imaginario que me llevase, precisamente, a la calle Millán Astray, esquina con Miguel de Unamuno, que protagonizaron un rifirrafe dialéctico que parece sacado del teatro de Valle Inclán. Como no se pierde nada por soñar, proponía que se convirtiera la ciudad de Madrid en un mapa fidedigno, donde las calles se cruzaran como las vidas sus protagonistas, y explicaran con placas a los ciudadanos quién había sido el pieza y por qué se ganó el paso a la historia, que tiene, como se sabe, una puerta de honor y otra puerta de la vergüenza.

Foto: La plaza 'Arriba España', en Madrid. (Google Maps) Opinión

¿Merece Millán Astray una calle? Yo creo que es uno de los villanos más fascinantes de nuestra historia moderna, y eso ya me sugiere cierto respeto histórico. ¿Es una calle un homenaje? Posiblemente, aunque dudo mucho que la mayor parte de los españoles que viven en las calles dedicadas a Severo Ochoa sepan lo que hizo ese señor, y que se tuvo que ir de España porque apareció otro más severo, como decía José Luis Coll. A veces una calle es un homenaje al estilo de Mariano Rajoy. Un homenaje "al señor ese del que usted me habla". Piquen a 100 telefonillos de la calle Floridablanca a ver cuántos vecinos aciertan a dar algún dato biográfico.

Bien, es posible que Millán Astray, más que una calle, merezca una serie de la HBO. Giménez Caballero y Arturo Barea cuentan en sus memorias sendas anécdotas del novio de la muerte, vividas en sus propias carnes, que harían palidecer a Tony Soprano, al señor White y al Pablo Escobar de la popular 'Narcos'.

Cuando Barea hizo el servicio militar, que en aquel entonces significaba donar sus carnes al cañón monstruoso de la guerra de Marruecos, corrió el rumor de que venía a ayudarles, tras derrotas horrendas como la de la carnicería a las puertas de Melilla, un comandante y héroe militar al que le rebotaban las balas. Era Millán Astray, pequeño, vivo, ya por aquel entonces mutilado. Barea lo vio pasar revista a los recién llegados al Tercio de la Legión, integrado por asesinos encarcelados y proscritos. Se paró ante uno de esos criminales, un coloso negro, y le dijo:

—¿De dónde vienes tú, muchacho?

A lo que el gigante respondió con brutalidad:

—¿Y a usted qué diablos le importa?

—Tú crees que eres muy bravo, ¿no? Mira, aquí, el jefe soy yo. Cuando uno como tú me habla, se cuadra y dice: "A sus órdenes, mi teniente coronel. No quiero decir de dónde vengo". Y está bien. Tú tienes perfecto derecho a no mentar tu país, pero no tienes derecho a hablarme como si yo fuera un igual tuyo.

—¿Y qué tienes tú, más que yo?

Narra Barea hasta el final: "Hay veces que los hombres pueden rugir. A veces pueden saltar como si sus músculos fueran de caucho y sus huesos varillas de acero.

—¿Yo?... —rugió el comandante— ¡yo soy más que tú, mucho más hombre que tú!

Dicho esto, saltó sobre el otro y le cogió por el cuello de la camisa. Le levantó del suelo, le lanzó en el centro del círculo y le abofeteó horriblemente con ambas manos. Fue cosa de dos o tres segundos. Se golpearon uno a otro como los hombres de las selvas debieron hacerlo antes de que fuera fabricada la primera hacha. El mulato quedó en el suelo casi sin conocimiento, chorreando sangre.

Millán Astray, más rígido, más horrorífico que nunca, epiléptico, en una locura homicida, aulló: "¡Firmes!".

Los 800 legionarios y yo respondimos como autómatas. El mulato se levantó, arañando la tierra con las manos y las rodillas. La nariz chorreaba sangre mezclada con polvo como la de un muchacho sucio chorrea mocos. El labio reventado era más grueso que nunca; deforme. Juntó los talones y saludó. Millán Astray le golpeó las espaldas macizas.

—Mañana necesito los valientes a mi lado. Supongo que te veré cerca de mí.

—A sus órdenes, mi teniente coronel. —Los ojos más sangrientos que nunca, más amarillentos de ictericia, flameaban fanáticos".

Le habían recomendado no contradecir jamás a Millán Astray, que tenía fama de fusilar por cualquier cosa

Hasta aquí la anécdota de Barea. La de Giménez Caballero es posterior, ocurrió en Burgos, si no recuerdo mal, cerca del fin de la guerra. A Giménez Caballero le había ordenado Franco que se pusiera a las órdenes de Millán Astray en el primer órgano de propaganda del Movimiento, un desastre cutre y absurdo al que más tarde pondría orden el poeta Dionisio Ridruejo. No había más que un viejo aparato de difusión de radio, y Millán Astray era un orador apasionante a la manera oscura de ciertos dictadores histriónicos, nada desprovisto de poesía.

Giménez Caballero tenía que dejar a punto la emisora, pero Millán Astray entró al estudio como un rayo y le obligó a cuadrarse.

—Escucha lo que voy a decir, será un discurso para nuestros colaboradores directos, voy a enseñarles a hacer propaganda, ¡firmes! —bramó plantándose frente al micrófono.

Uno se pregunta si en el Valle de los Caídos no estará enterrado Franco sino el concepto de la verdad, esa cosa cruel y desabrida que nos negamos a soportar

Había un pequeño problema: el aparato no funcionaba. Giménez Caballero lo sabía, pero le habían recomendado no contradecir jamás a Millán Astray, que tenía fama de fusilar por cualquier cosa. Así que el general peroró durante más de una hora. El discurso fue, según Giménez Caballero, inolvidable. Puesto el punto y final del 'vivaespaña', Millán Astray salió por donde había venido. Giménez Caballero se quedó mirando ese aparato traidor, seguro de que por su culpa iba a acabar él fusilado. Se libró con un golpe de ingenio, que era el arma más importante de ese otro chalado fascinante. Lo cuenta en 'Memorias de un dictador'.

Nuestra historia es una tragedia que se mira con frecuencia en los espejos del callejón del gato. Hay entre nuestros 'malos' personajes tan fascinantes como Millán Astray, al que ahora algunos herederos quieren pintar con una finura que no tuvo, de la misma forma que hay entre nuestros 'buenos' numerosos antihéroes endomingados por versiones de la historia edulcoradas. Ante polémicas como esta, uno se pregunta si en el Valle de los Caídos no estará enterrado Franco, sino el concepto de la verdad, esa cosa cruel y desabrida que con tanta frecuencia nos negamos a soportar.

Los legionarios, en una carta que marcha como el Tercio al Ayuntamiento de Madrid, pintan a Millán Astray como un humanista heroico, un poquitín apasionado de más si se quiere, y rechazan la versión histórica ampliamente difundida de que el creador de la Legión, aquel fantoche con pinta de bucanero, cojo y manco, fue un fanático genocida, enemigo de los intelectuales y cómplice del levantamiento militar que quebró la legalidad constitucional. Legalidad precaria y amenazada, no está de más recordarlo hoy, desde la derecha caciquil, que remató la República sanguinariamente, pero también desde una izquierda prosoviética que aspiraba a aprovechar la guerra para convertir España en un satélite de la dictadura del proletariado.

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