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Juan Soto Ivars

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Sesión de porros, confianza y referéndum en el Parlament

En el discurso de Puigdemont hay un equilibrio tan difícil de sostener como el que separa el subidón de la bajona

Foto: El presidente catalán, Carles Puigdemont, se dirige a la tribuna para su intervención en el debate de la cuestión de confianza. (EFE)
El presidente catalán, Carles Puigdemont, se dirige a la tribuna para su intervención en el debate de la cuestión de confianza. (EFE)

El miércoles por la tarde arrancó en el hemiciclo del Parlament el debate en el que Carles Puigdemont se sometía a la confianza del resto de los grupos. Por la mañana, en la sala 9 del edificio, se habían reunido dirigentes de todos los partidos para debatir una propuesta de ley sobre las asociaciones de cannabis. Fue esta una reunión a puerta cerrada, lo que en el lenguaje 'porrístico' llamaríamos una reunión-submarino. Todavía flotaba sobre las moquetas un cierto verde a las cuatro menos 10 de la tarde.

El caso: a las cuatro en punto, Puigdemont se sube remolonamente a la tribuna. Tiene el pelo ligeramente revuelto y el discurso apuntado en unos folios. Dice que sin mayoría no se aprueban Presupuestos y sin Presupuestos no se puede gobernar. Añade que no estamos aquí hablando ahora mismo de la independencia, sino de medidas sociales que el pueblo necesita y que están bloqueadas. Asegura que quien lo frene a él bloquea las necesidades del pueblo de Cataluña.

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Yo me pregunto si entre esas medidas urgentes hay algo relacionado con las asociaciones de cannabis. El tema me ronda en la cabeza desde que he entrado por la puerta. Le pregunto a Alsina, jefe de comunicación de la ANC, si ha salido algo firme de esa reunión. Me dice que no lo sabe y deja muy claro que la ANC no tiene relación alguna con el mundo del cannabis. Son tantas las cosas que nos separan.

Pero que no se me vaya la pinza, que Puigdemont sigue hablando. Es muy hábil cuando toca sortear el tema negro que pesa sobre su legislatura: Cataluña ha perdido su autonomía porque está intervenida económicamente por el Estado. Si quiere pillar algo por ahí, ni que sea un porrillo culero, tiene que pedirle pasta a Rajoy, y como Fernández Díaz averigüe para qué es el dinero, se monta la de Dios es Cristo.

Junqueras se abanica con una libreta. Romeva tiene perlitas de sudor en la calva. Hace un calor de padre y muy señoría mía, ¿que no? ¿Alguien puede abrir la ventana? No, primero, porque no hay ventanas en la Cámara (qué paranoia); segundo, porque entonces se le volarán los papeles a Puigdemont y sería el descojone.

La relación de Cataluña y el Gobierno es como la relación de un porrero con el moro, un “me das lo que me gusta y por eso te detesto”

En el discurso de Puigdemont hay un equilibrio tan difícil de sostener como el que separa el subidón de la bajona. Por una parte, hay que dejar claro que ha sido un 'president' de puta madre, colega, que ha hecho mogollón de movidas. Por otra, hay que echar la culpa al Estat de asfixiar a Cataluña. Creo que la relación de Cataluña y el Gobierno es como la relación de un porrero con el moro, un “me das lo que me gusta y por eso te detesto”. Se lo quiero comentar a Alsina, pero al ver que me acerco sale disparado con el teléfono en la oreja.

La mayor parte de sus señorías dormita en los escaños con los ojos entornados. Solo Inés Arrimadas (C's) toma notas vigorosamente, tan joven e impetuosa, tan sana. Miquel Iceta (PSE) solo tiene ojos para el móvil. Se lo ha puesto encima de las piernas para que no cante mucho y parece un padre primerizo esperando noticias en la sala de visitas del paritorio. Albiol (PP) está muy serio y tiene la mirada perdida. Yo creo que se ha rayado, colega.

Y no me extraña. Puigdemont sigue hablando. Se refiere al Constitucional como “la policía del Estado”. Al oír la palabra policía, alguno se sobresalta. ¡Policía! Iceta, tira eso que tienes escondido debajo de la tribuna. Qué móvil ni qué móvil, qué Sánchez ni qué González, tíralo, tío, luego volvemos para recogerlo. Junqueras permanece impasible como si le hubiera dado un amarillo. Se oyen toses. El 'president' levanta el tono, más inspirado que una canción del 'Sargent Peppers':

“¡O referéndum, o referéndum!”

Al final de la sesión, salgo mareado del edificio. En el parque de la Ciudadela hay un grupo de jóvenes sentados en la hierba. Tienen rastas, percuten bongos, están envueltos en una niebla verde. Yo no sé qué les dan en este barrio, pero quiero saber dónde lo compran.

El miércoles por la tarde arrancó en el hemiciclo del Parlament el debate en el que Carles Puigdemont se sometía a la confianza del resto de los grupos. Por la mañana, en la sala 9 del edificio, se habían reunido dirigentes de todos los partidos para debatir una propuesta de ley sobre las asociaciones de cannabis. Fue esta una reunión a puerta cerrada, lo que en el lenguaje 'porrístico' llamaríamos una reunión-submarino. Todavía flotaba sobre las moquetas un cierto verde a las cuatro menos 10 de la tarde.

Carles Puigdemont