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El ataque de los pajilleros de la indignación
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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El ataque de los pajilleros de la indignación

El pajillero de la indignación solo sigue a gente que piensa como él. Lo que menos desea en este mundo es que alguien le convenza de que está equivocado

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

El pajillero de la indignación se conecta a internet en cuanto se despierta. Tiene el móvil en la mesilla de noche, encima del libro que empezó a leer el año pasado, según dijo en Facebook, y que ahora acumula polvo junto al vaso de agua y las pastillas para el ardor de estómago. Lo primero que hace es abrir Twitter, herramienta que le infunde la sensación gozosa de quien está más informado que nadie y lo sabe todo antes que nadie. El pajillero se jacta de tuitear una muerte célebre antes de que salga en los medios de comunicación.

Antes de “echarle un pulso a la actualidad”, como le gusta decir para sus adentros, el pajillero se hace la primera pajichuela mañanera. Las notificaciones pendientes (+20) acarician su amor propio atrofiado. Encuentra el eco de las peleas que mantuvo el día anterior: cruces de insultos, calificativos políticos (facha o podemita, cuñado o socialisto, todo dependerá de la causa que defienda el pajillero) que ahora, a la luz del día nuevo, han perdido todo su interés. Porque al pajillero de la indignación, siempre tan alerta, no le importa un martes lo que el lunes le obligaba a tuitear y tuitear.

Al pajillero de la indignación, siempre tan alerta, no le importa un martes lo que el lunes le obligaba a tuitear y tuitear

Entre las notificaciones de la madrugada encuentra al redactor de un artículo, a quien puso a caldo sin haber leído el texto hasta el final. El periodista respondió a su enésima grosería pasadas las cuatro de la mañana. Al verlo, el pajillero se siente importante. Se siente capaz de atravesar las barreras del viejo mundo, de encaramarse a la torre de marfil para tocar los cojones a un señor tan poderoso, tan influyente, que ha llegado a redactor de un diario digital.

Entre las notificaciones están también los comentarios y menciones de sus amigos, militantes pajilleros, camaradas queridos. No los conoce personalmente, pero qué más da: cuando impreca a un famoso, ellos le ríen la gracia; cuando insulta a una presentadora, ellos lo cubren de 'megustas' y retuits. Con ellos se siente acompañado desde que la novia le puso los cuernos. Con ellos se siente vigoroso aunque ya no se le empine. Todos se expresan, como él, con 'memes' y consignas.

Con ellos se siente acompañado desde que la novia le puso los cuernos. Con ellos se siente vigoroso aunque ya no se le empine

El pajillero de la indignación solo sigue a gente que piensa como él. Lo que menos desea en este mundo es que alguien le convenza de que está equivocado. Cualquier opinión que no comparta, cualquier idea que amenace su visión del mundo, le parece una ofensa o una estupidez. Si uno de sus blogueros de cabecera traiciona por un momento la causa que él defiende, la respuesta es rápida: imprecación y te dejo de seguir.

Bien. Cuando el pajillero tiene el ego lo bastante acorazado, abandona las notificaciones y se lanza ávido sobre el 'time line'. Ahí encuentra titulares que explican las cosas como él quiere entenderlas, siempre de medios afines. Desliza el dedo por la pantalla como si masturbase a la chica del curro que siempre lo mira con cara de asco. De pronto, topa con la primera llamada de auxilio.

Cuando el pajillero tiene el ego acorazado, se lanza ávido sobre el 'time line'. Ahí encuentra titulares que explican las cosas como él quiere entenderlas

Un día más, el mundo necesita desesperadamente al pajillero. Hay que salvar al perrito que necesita adopción urgente y ha desaparecido esta chica en Fuengirola; hay que firmar esta petición para que no prohíban los toros en Salamanca, para que quiten este programa machista, para que liberen a este preso político, para que dimita este ministro o ilegalicen un partido de la oposición.

No deja escapar una oportunidad de demostrar que está más comprometido que nadie. Nunca ha puesto un duro en una ONG ni se acerca al cepillo de la iglesia; no da propinas ni limosnas; descarga música pirata pero dice que va a conciertos; ve todas las series antes de que las estrenen en España; no trabajaría de voluntario ni cobrando, y cerró la boquita cuando la empresa hizo el ERE y despidieron a 40. Pero nunca dejará de apoyar la huelga cuando la hagan los demás.

Por fin, a media mañana, el pajillero detecta gracias a los 'trending topics' y los retuits de sus camaradas la primera polémica del día. Resulta que alguien ha escrito algo sumamente ofensivo. Resulta que alguien ha emitido una opinión intolerable. Resulta que alguien se ha manifestado por algo que el pajillero detesta, o se ha burlado de los obreros, o de los gais, o de los católicos, o de los toreros, o de los musulmanes, o de los negros, o de las víctimas de ETA, de Cristo, del Che.

Dará la brasa sin descanso, increpará al culpable y a quienes lo defiendan. ¡Hay tanta gente a la que poner en su sitio!

Como un azor, el pajillero se lanzará junto a sus camaradas pajilleros. Dará la brasa sin descanso, increpará al culpable y a quienes lo defiendan. ¡Hay tanta gente a la que poner en su sitio! Y en la cruzada, que es un viaje, habrá momentos para reír y para llorar. Y su avatar vomitará fuego. Y su seudónimo hará justicia, y repartirá sentencias con severidad, y al final del día habrá expandido insultos y 'memes' hasta donde alcanza la vista.

Por fin, pasadas las tres de la madrugada, luego de mucho porno, mucha frustración desfogada, mucho videojuego y mucha serie, el pajillero de la indignación se irá a dormir. Y el mundo estará un poco más cerca de la victoria final.

El pajillero de la indignación se conecta a internet en cuanto se despierta. Tiene el móvil en la mesilla de noche, encima del libro que empezó a leer el año pasado, según dijo en Facebook, y que ahora acumula polvo junto al vaso de agua y las pastillas para el ardor de estómago. Lo primero que hace es abrir Twitter, herramienta que le infunde la sensación gozosa de quien está más informado que nadie y lo sabe todo antes que nadie. El pajillero se jacta de tuitear una muerte célebre antes de que salga en los medios de comunicación.