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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Qué guay el verano

Para enumerar todos los motivos por los que odio el verano, emplearía más tiempo que Irene Montero en relatar las corruptelas del PP. Pero vaya, aquí van unos cuantos

Foto: Miles de personas se concentran en la playa en Valencia. (EFE)
Miles de personas se concentran en la playa en Valencia. (EFE)

El verano vuelve. Lo notamos. Lo padecemos. Nos vomita su aliento caliente en la nuca. He probado ya con helados, granizados y ducha fría. Nada salvo la queja puede ayudarme a combatir esta peste bubónica que tan contento nos anuncia Roberto Brasero. Quejándome, al menos, paso el rato. Hago como el ventilador que agoniza en el techo: doy vueltas sobre mi eje de odio mientras persigo el aire fresco. Preferiría un invierno nuclear.

Aprovecho la tribuna pública. Ruego a Donald Trump: si usted tiene pensado lanzar las ojivas atómicas contra China o contra Rusia o contra Pakistán, hágalo por favor antes del 24 de junio. Después ya no habrá nada que pueda salvarnos. Usted puede frenar en seco esta pandemia. Cubra la tierra con la negra y alegre nube radiactiva, ya que no está dispuesto a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Alguno pensará que estoy exagerando. Se equivoca. Para enumerar todos los motivos por los que odio el verano, emplearía más tiempo que Irene Montero en relatar las corruptelas del PP. Pero vaya, aquí van unos cuantos.

Por ejemplo, la playa. Hace siete años que mis pies descalzos no pisan ese potaje de sílice, colillas, cáscaras de pipa y vómito de pez loro que llamáis ingenuamente arena. Hace siete años que mi piel no se deja avasallar por la sopa del agua marina, cuya composición recordaría al chufle que te venden en la farmacia para desatascar las narices si no fuera por la concentración de urea que hay en el agua de playa. Hace siete años que mis ojos no establecen contacto con el espectáculo grotesco de los cuerpos humanos en la playa.

Solo faltaría que cobrasen por ver cómo cuelgan las ubres de todos esos clones de Felipe González. Pero el verano no es solo playa. Ojalá

Quizás eso sea lo peor. ¿A quién puede gustarle el espectáculo de una playa? Lo que yo veo es Dunkerque y Normandía. Arrojad a la playa a la mujer más hermosa de la tierra y se convertirá en un producto de charcutería. Una playa en verano: cadáveres de focas y leones marinos rebozados en crema blancucia, una rifa de cáncer de piel con premio en todas las papeletas, latas de cerveza a temperatura de sopa de ajo. Normal que sea gratis. Solo faltaría que cobrasen por ver cómo cuelgan las ubres de todos esos clones de Felipe González. Pero el verano no es solo playa. Ojalá.

No hay donde esconderse, nadie a quien recurrir en busca de auxilio. Desde las 11 de la mañana hasta las nueve de la noche, la calle es un crematorio, los adoquines se convierten en azufre incandescente. Aun así, te decides. Te aventuras.

No hay donde esconderse, nadie a quien recurrir en busca de auxilio. Desde las 11 de la mañana hasta las nueve de la noche, la calle es un crematorio

Sales a comprar un libro, el típico para leer en verano, el clásico que no vas a leer en tu vida. Saltas los charcos de vómito seco que dejaron los guiris antes de proceder al 'balconing' darwinista, subes a un bus urbano pero tienes que saltar por la ventana antes de que te cuelguen carámbanos con el dichoso aire acondicionado, vuelves al fuego, reptas, sorteas a la muchedumbre de familias invasoras que ocupan las sombras exiguas, y al fin descubres que la librería no abre hasta septiembre.

Así que enciendes la televisión con la esperanza de que el ataque nuclear haya comenzado, pero lo más parecido que encuentras, más allá de la barrera de peatones desquiciados que dicen que hace mucha caló, es el parte de los incendios forestales.

Hermosísimas estampas del verano, una delicia: llamas en mitad de la canícula, hidroaviones amarillos que mean polvo de extintor sobre cabezas de muflones, contenedores vegetales de carbono cambiando al estado gaseoso. Enternece comprobar que, año tras años, los vecinos de las fincas de la sierra siguen creyendo que se puede combatir un fuego pantagruélico con la manguera de goma de regar el seto.

La noche es envidiar a los presos de Guantánamo. Buscar un trozo fresco de sábana escurriéndote como un pez de plata. Morir, más que dormir

Por dios, ¡qué asco! Los signos más elementales de la civilización desaparecen. Cubrimos nuestras vergüenzas con versiones del taparrabos, las cabezas con gorros mojados, las piernas con pareos blancos, llamados 'ibicencos' por sus propietarias, pero que más bien parecen cortinas arrancadas de un piso patera.

La noche, que podría representar un descanso, es envidiar a los presos de Guantánamo. Buscar un trozo fresco de sábana escurriéndote como un pez de plata. Morir, más que dormir. Entrar en coma hepático. Qué guay el verano.

El verano vuelve. Lo notamos. Lo padecemos. Nos vomita su aliento caliente en la nuca. He probado ya con helados, granizados y ducha fría. Nada salvo la queja puede ayudarme a combatir esta peste bubónica que tan contento nos anuncia Roberto Brasero. Quejándome, al menos, paso el rato. Hago como el ventilador que agoniza en el techo: doy vueltas sobre mi eje de odio mientras persigo el aire fresco. Preferiría un invierno nuclear.

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