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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Combatir a los neonazis dialogando

Para mí, confiar en que la fuerza soluciona los problemas políticos es tan ingenuo como poner flores en las bocas de los cañones

Foto: La marcha de Charlottesville. (Reuters)
La marcha de Charlottesville. (Reuters)

Anteayer tuve el honor de ver mi nombre entre los 'trending topics', la lista que brinda a los usuarios de Twitter una diversión disfrazada de protesta en las tardes aburridas del verano. Un montón de gente que decía ser de izquierdas me estaba tildando de equidistante y hasta de colaboracionista nazi (¿?) porque yo había publicado en Facebook un breve texto sobre la manifestación xenófoba y el asesinato en Charlottesville.

De forma esquemática, esbozaba lo que creo que podría servir de freno para el auge de la xenofobia supremacista en EEUU. Mi argumento era el mismo que utilizo, por cierto, cuando se llama a la guerra contra el islam: que no creo que los sectores radicalizados y minoritarios sean la vara justa para medir al conjunto mayor, y que la única solución que se me ocurre es la colaboración entre los musulmanes moderados y el resto de la sociedad.

Foto: Supremacistas blancos portan antorchas por la Universidad de Virginia (Reuters)

Para mí, confiar en que la fuerza soluciona los problemas políticos es tan ingenuo como poner flores en las bocas de los cañones. Hay que tener mano dura con los extremistas peligrosos, como de hecho se tiene. Muchos cabezas rapadas han pasado por la cárcel, tanto en España como en Estados Unidos, pero parece que las bandas de extrema derecha están mejor organizadas que antes y que se sienten lo bastante seguras como para manifestarse a cara descubierta. Es posible que la tolerancia hacia ellas de una parte de la sociedad esté creciendo, así que ¿cómo romper la tendencia?

Muchos quisieron interpretar que la idea que yo había propuesto era dialogar con los neonazis, pero eso es una locura y no es lo que escribí yo. Al fundamentalista del islam o al ultraderechista xenófobo se le debe plantar cara sin medias tintas, pero esto es imposible si no se hace con unanimidad. Hay que integrar en la condena a los sectores relativamente próximos a los extremos, y es aquí donde, a mi juicio, la polarización de la guerra cultural está jugando una mala pasada.

La derrota de ETA viene al pelo. Fue mérito de la acción combinada de dos fuerzas: la policía y la política, que fue capaz de dibujar un cortafuegos ideológico para reducir la expansión del fanatismo nacionalista en otros círculos de la sociedad vasca. ETA cayó gracias a la policía y la Guardia Civil, pero su fin hubiera sido difícil sin el cambio de punto de vista de los sectores de la sociedad más predispuestos a disculpar a los asesinos. Pese a que Otegi no me parece ningún Mandela, ahora me parece innegable que la izquierda 'abertzale' ha jugado un papel importante. No siempre lo he visto así, pero me convencieron de ello los mismos que ayer me estaban acusando de colaboracionista.

Así que diálogo, ¿entre quién? Entre los demócratas y los 54 millones de norteamericanos que votaron por Donald Trump. Si es cierto que hay un porcentaje de esa gente que tiene una visión racista y xenófoba, no lo es menos que no sabemos con certeza quiénes son ni dónde están. Ante la duda, podemos llamar fascistas a todos los votantes de Trump, o bien colaborar con ellos para aislar a los supremacistas, igual que colaboramos con la izquierda 'abertzale' para aislar a los terroristas, y que deberíamos hacerlo con los musulmanes moderados para aislar a los fundamentalistas.

Pero la tendencia en la guerra cultural es exactamente la contraria. Bajo ese esquema, somos víctimas propicias de nuestros sesgos de confirmación. Empaquetamos ideológicamente al grupo heterogéneo que tenemos enfrente y lo describimos tomando el todo por su extremo. De esta forma nos hemos acostumbrado en España a que se acuse de 'protoabertzales' a los votantes de Podemos y de neofranquistas a los del PP. No vamos así a ninguna parte, creo.

Foto: Supremacistas blancos se manifiestan junto a la estatua de Robert E. Lee en Charlottesville. (Reuters)

En un capítulo de 'Horace and Pete', un republicano y un demócrata se tiran los trastos a la cabeza en la barra del bar hasta que el personaje encarnado por Louis CK les propone que describan la postura política del otro. Para el demócrata, los republicanos son xenófobos, homófobos y machistas, mientras que el otro describe a sus adversarios como infantiles, arrogantes e irrespetuosos. A continuación, CK les pide que describan su propia ideología, y resulta que el republicano dice ser un hombre que respeta las tradiciones y cree en el mérito personal, mientras que el demócrata se atribuye el respeto por los diferentes y la solidaridad con los débiles.

Contemplar al otro como él mismo se ve es un ejercicio fundamental para hallar los puntos de unión que permanecen escondidos mientras insistimos en lo mucho que nos separa. Esto no es equidistancia, puesto que no se trata de renunciar a nuestras ideas ni de adoptar las de la otra parte, sino un llamamiento a romper los clichés con que nos vemos los unos a los otros. Si nos mostráramos la mitad de indulgentes con ellos de lo que lo somos con nuestros aliados, quizá no sería tan difícil identificar al enemigo común. Sea este un neonazi, un terrorista islámico o un miembro del KKK.

Anteayer tuve el honor de ver mi nombre entre los 'trending topics', la lista que brinda a los usuarios de Twitter una diversión disfrazada de protesta en las tardes aburridas del verano. Un montón de gente que decía ser de izquierdas me estaba tildando de equidistante y hasta de colaboracionista nazi (¿?) porque yo había publicado en Facebook un breve texto sobre la manifestación xenófoba y el asesinato en Charlottesville.

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