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Se acabó: estamos cayendo por el precipicio con la independencia de Cataluña
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Se acabó: estamos cayendo por el precipicio con la independencia de Cataluña

Culpo a mi generación de este desastre, y a la generación de mis padres. Vivíamos juntos en un país con problemas reales, pero ahora caemos en una fantasía de himnos y banderas

Foto: Protesta el día después del referéndum en Barcelona. (Reuters)
Protesta el día después del referéndum en Barcelona. (Reuters)

¿Tenéis miedo? Es natural, ya no estamos pisando tierra firme. Ese precipicio que anunciaban, al que nos dirigíamos empujados por la piara de los políticos y el enjambre de las pasiones, se abrió bajo nuestros pies el día 1 de octubre. Hasta entonces había una mínima posibilidad de variar el rumbo, de evitar el despeñe, pero desde aquel día no hay más que caída. Será muy larga y acabará muy mal. Ningún bombero pondrá un colchón para mitigar el impacto. Se dedican, como en la novela de Bradbury, a incendiar.

Algunos no son conscientes de la caída y la niegan. El planeta también cae alrededor de su órbita, pero hacen falta puntos fijos de referencia para constatarlo. Pasa igual con Cataluña. Fijo la vista en Gerard Piqué, que llora como un valiente y al día siguiente es abucheado en Las Rozas por fanáticos de la unidad de España. Miro a los policías expulsados de los hoteles de Pineda después de que el ayuntamiento independentista mande una carta a los hoteleros para amenazarles con cinco años de cierre. Oigo hablar a Puigdemont de su declaración unilateral. Oigo hablar a Rajoy, que aquí no pasa nada.

La caída se caracteriza porque nadie puede moverse de su sitio. Donde uno puso el pie antes de despeñarse, por esa vertical bajará hasta el suelo sin desplazarse un centímetro a la izquierda o la derecha. Por eso seguimos hablando igual, por eso miramos con resentimiento a un lado y a otro, y culpamos al enemigo de habernos empujado aunque todos somos responsables de la caída. Nosotros decimos que nos empujaron y ellos dicen que les empujamos. La única realidad es que caemos todos juntos, y en el suelo nos estrellaremos todos juntos.

El que se tiró a la sima por la unidad de España se ve obligado a defender la represión brutal del Estado o pedirá otra ronda de palos más

Cuando nos hayamos estrellado, dejará de haber enemigos. Estaremos todos con las tripas por fuera. ¿Tremendo? Pues sí. El optimismo no tiene lugar en esta caída, sintió vértigo, fue listo, se quedó en el borde del barranco.

Con nosotros baja el pesimismo melancólico de las buenas personas y el triunfalismo ciego de los fanáticos. El que se tiró a la sima por la unidad de España se ve obligado a defender la represión brutal del Estado o a ningunearla, o pedirá otra ronda de palos más, ¡mano dura! El que perdió pie con la independencia de Cataluña también se despeña feliz y victorioso, cree que avanza en línea recta y el más loco ve al final de la caída una arcadia, el paraíso.

Ningún fanático cree en el fracaso. En la Unión Europea sí huelen el fracaso. Primero fue el Brexit y ahora han empezado a buscar con la punta del pie el borde de nuestro precipicio. Saben que los estamos arrastrando hacia allí. Saben adónde los estamos empujando.

Los medios internacionales siguen asombrados de que un país democrático haya herido a centenares de personas que iban a votar pacíficamente en un referéndum cuya validez era nula, así que los líderes del mundo libre empiezan a alinearse. Pero es muy tarde para buscar sitio. Ofrecen su mediación cuando ninguna de las partes está dispuesta a negociar nada. El Estado quiere disolver la autonomía catalana. La Generalitat solo negociará los plazos de la secesión.

Puigdemont y Rajoy viven en burbujas donde se les ovaciona, ya se han quedado sordos de tanto vítor. Tomarán sus decisiones en la sordera y la ceguera

Culpo a mi generación de este desastre, y a la generación de mis padres. Vivíamos juntos en un país con problemas reales, sufríamos los mismos recortes, éramos víctimas de los mismos crímenes globales, pero ahora caemos gritando en una fantasía de himnos y banderas. Culpo a mi generación, seducida por las banderas que pusieron nuestros padres como capotes de torero. Culpo a la generación de mis padres, dispuesta a vender la paz de nuestros abuelos a cambio de un enemigo humillado.

¿Qué es lo que va a pasar a partir de ahora? Puigdemont y Rajoy viven en burbujas donde se les ovaciona, ya se han quedado sordos de tanto vítor. Tomarán sus decisiones en la sordera y la ceguera, como si sus burbujas fueran el mundo real. Seguirán diciendo que avanzamos hacia la victoria. Lo repetirán cuando nos queden tres metros para estrellarnos en el suelo. Y después no oiremos nada.

¿Existe una posibilidad de evitar el gran batacazo final? Lo único que puede salvarnos es la sociedad civil. No queréis la violencia. No queremos esto. Ninguna patria vale un ojo morado, un rasguño. Dejad vuestras banderas a un lado. Pisadlas. No nos representan. Si quieres que el otro suelte su bandera, deja de enseñarle la tuya.

¿Tenéis miedo? Es natural, ya no estamos pisando tierra firme. Ese precipicio que anunciaban, al que nos dirigíamos empujados por la piara de los políticos y el enjambre de las pasiones, se abrió bajo nuestros pies el día 1 de octubre. Hasta entonces había una mínima posibilidad de variar el rumbo, de evitar el despeñe, pero desde aquel día no hay más que caída. Será muy larga y acabará muy mal. Ningún bombero pondrá un colchón para mitigar el impacto. Se dedican, como en la novela de Bradbury, a incendiar.

Carles Puigdemont Mariano Rajoy