España is not Spain
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Cataluña: la república del gatillazo
Todavía hay esperanza para el independentismo catalán. Hasta después de un gatillazo deprimente puede regresar la excitación
Estamos todos estupefactos. Por fin, juntos en un sentimiento. Catalanes que se sienten españoles, independentistas, madrileños, americanos, panfletarios de izquierdas y derechas, unionistas de bandera y de apelación al diálogo, demócratas y bolcheviques, perros y gatos, personas, ciudadanos. Haré en voz alta la pregunta que todos se han hecho este martes: ¿qué ha pasado aquí? ¿Qué ha sido esto?
No ha habido, desde luego, una declaración solemne de independencia. Por partes: declaración sí, porque algo se ha declarado, aunque la teosofía tardará 500 años en interpretar las palabras de Puigdemont y algunas de las réplicas. Pero la solemnidad, que se la esperaba, ha brillado por su ausencia. Y en cuanto a la independencia de Cataluña, miren ustedes: quien más se ha aproximado a declararla ha sido Inés Arrimadas, porque se había traído el discurso de casa y no ha tenido reflejos para comérselo.
Cuando Schrödinger ha echado un ojo al gato, el gato seguía igual. Ni sí ni no. A ver si es que en vez de catalanes son gallegos
La entiendo. Ha sido todo tan rápido. Los electrones viajan a la velocidad de la luz. Yo he dicho por activa y por pasiva que Cataluña es una república cuántica, pero no me hacía caso nadie. Con una ley alternativa y unos parámetros totalmente ajenos a la realidad española, hoy la república cuántica tenía la oportunidad de ser observada y cobrar carta de realidad. Los ojos del mundo miraban a través de los periodistas extranjeros acreditados en el Parlament, pero cuando Schrödinger ha echado un ojo al gato, el gato seguía igual. Ni sí ni no. A ver si es que en vez de catalanes son gallegos.
Sí que hay cierto consenso en una cosa: Puigdemont ha declarado la independencia, el público congregado fuera ha cantado gol, y de inmediato ha dicho que esto se suspendía y se ha terminado el vuelo del vencejo. Las caras del público han sido dignas del World Press Photo. Ha sido como si el Barça hubiera marcado en el minuto 90 de una final de copa de Europa y el mismísimo Messi se hubiera pitado a sí mismo el fuera de juego. Decepción, alucinaciones, locura.
Mi amigo Daniel Arjona está suscrito a 'Investigación y Ciencia', con que doy por hecho que se le dan bien los cálculos. Dice que la primera república catalana, la de 1934, duró 11 horas, mientras que la segunda ha tenido una vida de 11 segundos. Pues bien, la Wikipedia le racanea tres segundos más: en la página sobre estados de vida más corta, la república catalana aparece con una duración de ocho segundos. Mirémoslo por el lado bueno: las empresas se van despavoridas pero los del récord Guinness nos regalarán una placa conmemorativa.
Ahora me va a perdonar el lector meapilas, viene un poco de pornografía. No se me ocurre otra forma de contarlo. Qué leche: no la hay. Lo que le ha hecho Puigdemont hoy a esa novia sentimental, impaciente y soñadora —el votante independentista— solo se le puede calificar de gatillazo. Durante meses la ha calentado y le ha metido mano sin sonrojo, le ha prometido el oro y el moro, que me caso, que te doy un hijo, y al final se la ha llevado al huerto y 'eyaculatio' precoz.
Estas dos fotos van a quedar para la historia. Y van a ser carne de meme hasta el fin de los tiempos. pic.twitter.com/vaL3drFhKi
— Cristian Campos (@crpandemonium) 10 de octubre de 2017
A última hora, cuando las masas se dispersaban sumidas en el desconsuelo, el grupo 'indepe' ha salido a mendigarle una foto a los medios internacionales, y los 70 parlamentarios del sí es sí, es decir, los 70 del gatillazo, han escenificado la firma de —atención— DOS PUTOS FOLIOS DIN A4 impresos un rato antes. Sospecho que con la impresora que trajo Rufián.
Nos han dicho que esa birria de dos folios era la declaración de independencia. Debería ser la carta de dimisión de Puigdemont
Esos folios cutres —ni una mala carpeta de piel se han procurado— llevaban el logo de la Generalitat como toda referencia a lo solemne. Nos han dicho que esa birria era la declaración de independencia. Debería ser la carta de dimisión de Puigdemont.
Pero no, no tan rápido, todavía hay esperanza para el independentismo catalán. Hasta después de un gatillazo deprimente puede regresar la excitación. Todo depende ahora de la respuesta del Gobierno. No se ha declarado ninguna independencia, pero una respuesta dura podría dar la apariencia de que sí.
Rajoy, su consejo de ministros y el resto de partidos constitucionalistas tienen dos opciones. La primera es reírse en la cara de este circo y dejar que los jueces hagan lo que tengan que hacer con quien se ha saltado la ley. La segunda, tomar cartas en el asunto y echar el leño del 155 a la caldera.
Así somos los españoles. A un ridículo pantagruélico nos gusta echarle un ridículo aún mayor.
Estamos todos estupefactos. Por fin, juntos en un sentimiento. Catalanes que se sienten españoles, independentistas, madrileños, americanos, panfletarios de izquierdas y derechas, unionistas de bandera y de apelación al diálogo, demócratas y bolcheviques, perros y gatos, personas, ciudadanos. Haré en voz alta la pregunta que todos se han hecho este martes: ¿qué ha pasado aquí? ¿Qué ha sido esto?