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El pescaíto y los cocodrilos
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Juan Soto Ivars

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El pescaíto y los cocodrilos

La humanidad de las redes se trastoca. Las lágrimas se evaporan. Caen las caretas y brotan las caras

Foto: Mural para Gabriel. (Agustín Rivera)
Mural para Gabriel. (Agustín Rivera)

Hechos: un niño desaparece vivo y la policía lo encuentra muerto, 12 días después, en el maletero del coche de la novia del padre. Esta es una mujer de origen dominicano. Hasta ese momento, la hemos visto compungida ante las cámaras, consolando al padre con sus besos. Durante la desaparición, las redes sociales son un hervidero de humanidad húmeda y lacrimosa. Los usuarios publican dibujos de peces hechos por niños, comparten imágenes de 'Buscando a Nemo'. Miles de tuits como plegarias, vuelve nadando a casa, pescaíto, no tengas miedo. Esas cosas. Pero, en el momento del hallazgo del cadáver y la detención de la sospechosa, las cosas cambian.

La humanidad de las redes se trastoca. Las lágrimas se evaporan. Caen las caretas y brotan las caras. Son las mismas que ve el sospechoso siempre que lo traen al juzgado. Es la marabunta humana, el buen pueblo que exige la pena máxima y no necesita que se celebren juicios porque tiene una opinión formada. Son las caras que vieron los miembros de la Manada, las que vio José Bretón antes y después del juicio, las que vieron la inocente Dolores Vázquez, acusada de matar a Rocío Wanninkhof, y también Tonny Alexander King, quien resultó ser el culpable.

Todos los indicios parecen apuntar a la acusada, que transportaba el cuerpo en el maletero, pero yo no hago crónica negra. Veo esas caras del pueblo vengativo y pienso en un libro que leí hace poco, 'La hoguera de los inocentes', de Eugenio Fuentes. Nos recuerda Fuentes por qué la presunción de inocencia es sagrada y nos explica el gran salto adelante que supuso abandonar el “ojo por ojo”. Nos ilustra con un estudio a fondo de las ordalías, que eran los juicios en los que el acusado debía demostrar su inocencia. Y recuerdo también dos películas de Sindey Lumet, 'Doce hombres sin piedad' y 'Veredicto final'. Y recuerdo por encima de todo los textos de Norberto Bobbio y su lección sobre el sentido de las penas, pero el ruido de la calle se hace demasiado fuerte y me obliga a mirar.

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Compruebo que los medios sensacionalistas estallan de gozo. Hablan de la muerte de la hija de la sospechosa en Burgos y dan por cosa demostrada que también se la cargó. Varios panfletos ultraderechistas celebran, literalmente, que la acusada sea negra y de izquierdas. Los morbosos matinales de televisión se recrean con glotonería, beben una y otra vez las lágrimas de la madre, reproducen en bucle las imágenes donde la acusada besaba al padre para consolarlo. Los reporteros husmean en las proximidades de la casa familiar, se asoman al pozo donde estuvo el cadáver, solo les falta chocar el micrófono con los barrotes de los calabozos. Pero el espectáculo no está en el circo, sino en el público.

Leo, por ejemplo, la escalofriante petición que ha publicado en Change.org un ciudadano disfrazado de fiscal y que, en 24 horas, ya han firmado casi 250.000 personas. El texto, escrito como una burda sentencia, exige para la sospechosa la condena por asesinato, la llama “la negra” y establece la pena, de 150 años. Asevera que las cárceles de nuestro país son demasiado confortables para ella, así que “la justicia española resultará ser insuficiente castigo y demasiado complaciente para con esta asesina (sic), incluso si se le impusiera la pena de 150 años de prisión o cadena perpetua, ya que se encontraría con el confort de cualquiera de las cárceles españolas”, así que ordena su extradición a la “peor cárcel” de República Dominicana.

Los matinales beben una y otra vez las lágrimas de la madre, reproducen en bucle las imágenes donde la acusada besaba al padre

En una actualización posterior, este fiscalzuelo repulsivo aclara que los firmantes no desean el asesinato de la sospechosa, pero los comentarios de los abajo firmantes desmienten este paño caliente. Tanto es así, que Change se ve obligado a bloquear los comentarios, donde corría un alud de la xenofobia y odio con mensajes como estos: “Ojalá te pudras en la cárcel, asquerosa, y habrás podido dormir tranquila, te metía en una habilitación (sic) con la madre de Gabriel y que te matara. Asesina, fuera de España ya!!!”, “PUTA NEGRA”, “Para que luego digan que las mujeres no matan y somos malos los hombres, pues tomad, podemitas, negra i de izquierdas (sic)”.

Todo esto mientras los mismos tuiterillos de izquierdas que exigieron la castración de los violadores de la Manada mucho antes del juicio, los mismos que señalan a Woody Allen como monstruo y pederasta sin otros mimbres que una acusación discutible, nos recuerdan la importancia de un proceso judicial ordinario y con todas las garantías. Todo esto, también, mientras los políticos del Gobierno y de la falsa oposición naranja aprovechan el olor de la sangre caliente y el morbazo para colar el endurecimiento de las penas que tantos juristas consideran innecesario y hasta contraproducente.

Pero entre el griterío populachero de palabras necias, interesadas y vengativas, oigo también las únicas palabras hermosas y redentoras. Son las de la madre del niño: “Pido que no se extienda la rabia”.

Hechos: un niño desaparece vivo y la policía lo encuentra muerto, 12 días después, en el maletero del coche de la novia del padre. Esta es una mujer de origen dominicano. Hasta ese momento, la hemos visto compungida ante las cámaras, consolando al padre con sus besos. Durante la desaparición, las redes sociales son un hervidero de humanidad húmeda y lacrimosa. Los usuarios publican dibujos de peces hechos por niños, comparten imágenes de 'Buscando a Nemo'. Miles de tuits como plegarias, vuelve nadando a casa, pescaíto, no tengas miedo. Esas cosas. Pero, en el momento del hallazgo del cadáver y la detención de la sospechosa, las cosas cambian.

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