Es noticia
Puedo dejar Facebook cuando yo quiera
  1. Sociedad
  2. España is not Spain
Juan Soto Ivars

España is not Spain

Por

Puedo dejar Facebook cuando yo quiera

La constatación de que los usuarios de Facebook no dominamos correctamente nuestra voluntad es que no nos hemos borrado en masa como protesta por el escándalo de los datos personales

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Empecé a pincharme heroína para desengancharme del 'Candy Crush'. Nah, es coña, pero lo pensé. Durante un par de meses absurdos de mi vida, cuando me iba a dormir atiborrado de JUICYs y de SWEETs, cerraba los ojos y veía bolitas estallando. Los sonidos crujientes y jugosos del juego se agarraban a mi hipotálamo como garrapatas. Intenté dejarlo tres o cuatro veces pero recaí. Sospecho que las fresas de esa tragaperras están diseñadas por Walter White.

[Relacionada: "¿Facebook? ¿eso qué es?" Musk se une al boicot y cierra las cuentas de Tesla y SpaceX​]

Ahora sé que no puedo echar una partidita nunca más. Como el alcohólico, tengo que apartar de mí este cáliz para siempre. Me pasa lo mismo con otros videojuegos. Hay semanas en que no leo un libro porque estoy buscando el nivel 99 en el 'Final Fantasy VII'. Esta historia siempre termina igual. Después de un atracón de seis o siete horas, borro el juego abrumado por mi sentimiento de culpa. Pero ahí está, al acecho, en la página de 'abandonware'. Para una personalidad tan compulsiva como la mía, internet es un campo de minas y un sumidero de tiempo.

Me pasa lo mismo con Facebook, Twitter y todas esas notificaciones tintineantes con las que nos llaman estas sirenas cibernéticas. Mi mujer y yo hacemos el 'sabbat' desde el viernes noche hasta el domingo en plan dieta 'detox' porque nos dimos cuenta de que habíamos dejado de leer con tranquilidad. Nuestro 'sabbat' nos ha demostrado que el cerebro funciona mejor sin la necesidad de revisar el correo cada dos minutos. Leemos, hablamos, paseamos, pero necesito internet para trabajar y a los tres días vuelven a activarse todas las trampas mentales.

Foto:

Este vicio es bastante terrible para mí, porque he constatado que no puedo controlarme. Pronto habrá clínicas de desintoxicación digital en todas las capitales de provincia, porque es ridículo acostarse a las tres habiendo visto todos los vídeos que te ha sugerido YouTube. Algo funciona muy mal en tu cabeza si no puedes parar, si esquivas tus bloqueos internos. Con un grado más o menos severo, creo que esto que me pasa a mí les pasa a muchos usuarios de la red.

Buscando explicaciones al enganche, he leído algunos artículos académicos. Dicen que el cerebro reacciona a las notificaciones activando los centros de placer, como pasa con la risa y con cada raya de cocaína. Según esta teoría, tú crees que estás cosechando unos cuantos 'likes' y resulta que estás poniéndote hasta el culo de droguita. Otros artículos dicen lo contrario y, como uno no es neurólogo, la pregunta sigue ahí.

Foto: Un 'like' de Facebook impreso sobre una bandera estadounidense (Dado Ruvic / Reuters)

Pero la constatación de que los usuarios de Facebook no dominamos correctamente nuestra voluntad es que no nos hemos borrado en masa como protesta por el escándalo de los datos personales. Sí, se han ido algunos miles, pero Facebook ha caído más en bolsa que en número de usuarios. Más de un amigo me ha dicho estos días: si pudiera, me iría.

Recompensa

Facebook me aporta muchas cosas. He conocido allí a gente impresionante y agradezco muchas críticas y matices que hacen a mis planteamientos. Además, me divierto razonablemente y obtengo recompensas. Pero, si dejo a un lado mi beneficio personal, creo que las redes sociales están produciendo unos efectos nefastos para la sociedad. El grado de polarización y de tribalización de las ideologías que padecemos actualmente sería difícil de explicar sin ellas. La herramienta que nos ha dado la mayor libertad de expresión ha justificado una oleada de censura propia de otros siglos. Esto, sin contar cómo obtienen su beneficio económico estas empresas opacas. Sin contar que los usuarios somos cobayas y gallinas ponedoras de datos. Da igual. El cerebro del toxicómano es un experto en encontrar objeciones y excusas.

Foto: Ilustración: Raúl Arias.

Le debo este trabajo que tengo a las redes sociales. A mí me encontraron los de El Confidencial en Facebook, cuando no era más que un desconocido que decía cosas en su muro sin oficio ni beneficio. Intuyo que el periódico agradece los lectores que derivo desde Facebook y Twitter, porque los medios digitales dependen por completo de las redes. Y también sé que tengo que mantener una actividad constante en Facebook para que mis publicaciones impacten en la audiencia, porque el algoritmo penaliza a quien se ausenta, y relega sus publicaciones al cuarto de las fregonas.

Así que: ¿podemos arrebatarles los usuarios el poder brutal que les damos con nuestra presencia? Sospecho que no, porque les dimos demasiado. Las redes sociales nos tienen agarrados por mil sitios. Pero está claro que piensan de nosotros como el camello de sus clientes. Y está demostrado que no podemos fiarnos de lo que harán con nuestros datos. Me hubiera gustado contarle todo esto a Aldous Huxley y preguntarle qué piensa de nosotros.

Empecé a pincharme heroína para desengancharme del 'Candy Crush'. Nah, es coña, pero lo pensé. Durante un par de meses absurdos de mi vida, cuando me iba a dormir atiborrado de JUICYs y de SWEETs, cerraba los ojos y veía bolitas estallando. Los sonidos crujientes y jugosos del juego se agarraban a mi hipotálamo como garrapatas. Intenté dejarlo tres o cuatro veces pero recaí. Sospecho que las fresas de esa tragaperras están diseñadas por Walter White.