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Por qué poner y quitar lazos no es libertad de expresión
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Por qué poner y quitar lazos no es libertad de expresión

La libertad de expresión no existe si no la disfrutamos todos, y la mayor parte de la gente no puede permitirse el lujo de vandalizar la ciudad con su simbología

Foto: El presidente de Cs y su líder en Cataluña, Albert Rivera (d) e Inés Arrimadas (i), retiran lazos amarillos. (EFE)
El presidente de Cs y su líder en Cataluña, Albert Rivera (d) e Inés Arrimadas (i), retiran lazos amarillos. (EFE)

Lazos sí, lazos no. Llevo leídos unos cuantos artículos que defienden que poner plástico en la calle es libertad de expresión, otros que dicen que la libertad de expresión es arrancarlos, y un tercer grupo de textos que dictamina que libertad de expresión es tanto una cosa como la otra. Y la verdad, yo creo que no, que ninguna de las tres.

Primero, porque la libertad de expresión no existe si no la disfrutamos todos, y la mayor parte de la gente no puede permitirse el lujo de vandalizar la ciudad con su simbología. Segundo, porque el lazo amarillo no siempre significa lo mismo: es distinto si está en la solapa de una chaqueta, en todas las farolas de tu calle o en la balconada del ayuntamiento. Tercero, porque la calle y el mobiliario urbano no son un ámbito donde se discutan ideas, sino un terreno en el que, en todo caso, se pelea por imponer o erradicar una representación particular.

Foto: Un hombre coloca lazos amarillos en la verja del Parc de la Ciutadella en Barcelona. (EFE) Opinión
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Y esto es precisamente lo que hay tras la batalla de los lazos en la calle: una lucha por el espacio y por la representación. La libertad de expresión no se aplica a lo que escribimos en las paredes, ni a lo que colgamos o descolgamos de los semáforos, sencillamente porque no hace falta. Para expresar nuestra solidaridad con los presos o nuestro amor por España disponemos, además de las redes sociales, de la solapa de las chaquetas, las pulseritas, los llaveros, las fundas de móvil, las de las muelas y un sinfín de superficies más.

La calle es otra cosa, y hay una diferencia abismal entre lucir un lazo en la solapa o colocarlo en todas partes, como la hay entre escribir un poema mediocre y obligar a todos tus vecinos a que lo lean. No puede hablarse de libertad de expresión cuando la superficie es el mobiliario urbano, los monumentos, las rotondas o el pavimento de las aceras, porque no son ámbitos aptos para el discurso, sino en todo caso para la descortesía.

Lo que servía para manifestar el malestar por los políticos presos se convirtió en una forma de mostrarse ante los demás como independentista

Por otra parte, el lazo o su ausencia no son 'mensajes', sino más bien distintivos sociales, formas de identificarse, y ni siquiera con un sentido claro y definido. Lo que servía para manifestar el malestar por los políticos presos se convirtió en una forma de mostrarse ante los demás como independentista, y de ahí que muchos catalanes no independentistas que comparten el malestar por la prisión preventiva hayan pasado mil de utilizarlo.

Foto: Un miembro de los grupos de defensa y resistencia (GDR) retira lazos en Barcelona. (EFE)

De la misma forma que el lazo azul contra ETA empezó siendo una cosa para acabar convertida en otra (en 1996 fue un distintivo contra la violencia etarra y en 2011 se lo apropió el PP para protestar contra la política antiterrorista de Zapatero), el sentido del lazo amarillo se ha deslizado de su sentido original para entrar en el terreno de la guerra partidista de toda la vida. De ahí que hoy, en Twitter, Cristina Fallarás y otros por el estilo tirasen fotos de lazos amarillos con el 'haghstag' #RiveraQuítameEste. Y de ahí que arrancarlos tampoco sea libertad de expresión, sino un acto de propaganda más.

Que se confunda la guerra de los lazos con la libertad de expresión es una muestra de hasta qué punto estamos carcomidos por la propaganda política, y hasta qué punto confundimos la imagen con el mensaje. Que se piense que es lo mismo lucirlos en la solapa y tiranizar con ellos hasta los timbres de las casas es una prueba más. Y que unos crean que están expresándose cuando los quitan nos da la pauta del nivel de intransigencia al que hemos llegado en Cataluña.

Confundir la guerra de los lazos con la libertad de expresión es una muestra de hasta qué punto estamos carcomidos por la propaganda política

Es muy sencillo. Los partidos políticos tienen prohibido cubrir la ciudad de carteles fuera del tiempo de campaña electoral porque la calle es un espacio neutral e inevitable, por el que todos, independientemente de nuestra ideología, estamos obligados a transitar. Y algunos políticos se están saltando las normas con la coartada de la ciudadanía, siempre encantada de hacerles gratis la propaganda.

Así que todo este lío poco tiene que ver con la pobre libertad de expresión, que bastante tiene ya con lo que tiene.

Lazos sí, lazos no. Llevo leídos unos cuantos artículos que defienden que poner plástico en la calle es libertad de expresión, otros que dicen que la libertad de expresión es arrancarlos, y un tercer grupo de textos que dictamina que libertad de expresión es tanto una cosa como la otra. Y la verdad, yo creo que no, que ninguna de las tres.