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Pablo Ibar, el prisionero de Kafka
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Juan Soto Ivars

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Pablo Ibar, el prisionero de Kafka

Está por ver si la condena es la pena de muerte o si se conmuta a cadena perpetua. Sea como sea, las sombras de este proceso ponen de manifiesto la crueldad del sistema judicial estadounidense

Foto: El hispano-estadounidense Pablo Ibar comparece ante el tribunal de Florida. (EFE)
El hispano-estadounidense Pablo Ibar comparece ante el tribunal de Florida. (EFE)

Quienes vivieron el viaje del Apolo 11 en directo, pegados a la televisión, no estaban más nerviosos que los que seguíamos el desenlace del último juicio de apelación de Pablo Ibar. El guipuzcoano lleva veinticuatro años preso, dieciséis de ellos en el corredor de la muerte, por un triple asesinato del que siempre se ha declarado inocente. Quienes seguíamos el desenlace disponíamos de un medio de comunicación más instantano que la televisión. En Twitter, actualizando la búsqueda “pablo ibar”, uno absorbía al instante la información que los corresponsales españoles en Estados Unidos iban lanzando a cuentagotas.

Foto: Pablo Ibar, durante la

Cuando finalmente llegó el veredicto, en torno a las 16:20 hora española, supimos que el hombre no iba a pisar la luna. La maquinaria estatal norteamericana, que fue capaz del prodigioso disparo de Neil Armstrong, optaba esta vez por cerrarse sobre sí misma y enviar a un posible inocente a un lugar mucho peor que la luna. Una aridez escalofriante se extiende ahora delante de Pablo Ibar y su familia, para quienes todas las esperanzas se han hecho añicos.

Nadie ha contado esta historia mejor que Nacho Carretero, autor en 2018 del minucioso reportaje 'En el corredor de la muerte' (Espasa) donde explica los vericuetos laberínticos de este proceso kafkiano y desasosegante. Para Carretero, que ha examinado todas las pruebas y empollado el infinito proceso judicial durante años, no cabe duda de que Pablo Ibar es inocente. No es el único que lo piensa. De hecho, resulta difícil entender cómo es posible que el jurado haya tomado esta decisión.

En junio de 1994, Sharon Anderson y Marie Rogers, de 25 años, y el propietario de un club de alterne, Casimir Sucharski, fueron asesinados a tiros. Los autores huyeron en el coche de Sucharski, pero el asesinato quedó grabado por una cámara instalada en el salón. La prueba en la que se ha basado esta condena a muerte es ese vídeo, además del testimonio de un testigo que años después admitió haber mentido, presionado por la policía. En el vídeo se ve a dos hombres, uno de ellos parecido a Pablo Ibar, asesinando de forma brutal dos mujeres y al proxeneta.

Los juicios contra Pablo Ibar (que van 1997 a 2016) y su presunto compinche tienen todos los elementos de una novela de Kafka

Los juicios contra Pablo Ibar y su presunto compinche tienen todos los elementos de una novela de Kafka. Se extienden desde 1997 hasta 2016. Durante una primera etapa, por falta de unanimidad del jurado ante las pruebas endebles, mantuvieron encerrado a Ibar, que seguía esperanzado por los procesos de apelación. Sin embargo, en el año 2000, otro jurado lo declaró culpable y lo condenó a la pena capital.

Hasta 2016 este hijo de un pelotari vasco que se fue a Estados Unidos en busca de trabajo ha permanecido en el pasillo de la muerte. Allí dentro se casó con Tanya, una mujer maravillosa que siempre ha sostenido su inocencia, y que piensa seguir con él hasta el final.

Para este último juicio había muchas esperanzas. La ausencia de muestras de ADN y huellas dactilares en la escena del crimen y el testimonio falaz que sirvió para condenarlo inducían a pensar que prevalecería la duda razonable y que Pablo Ibar sería liberado por fin. La familia había logrado contratar a uno de los mejores abogados del mundo con una tarifa astronómica costeada con la aportación de los gobiernos español y vasco.

En 2016, el Tribunal Supremo de Florida había anulado la condena y mandó que se celebrase un nuevo juicio: el cuarto y el definitivo. El jurado ha declarado culpable a Pablo Ibar en la mañana del sábado 19 de enero por unanimidad. Antes de la deliberación se habían negado a estudiar todas las pruebas que aportaba la defensa. Todavía está por ver si la condena sigue siendo la pena de muerte o si se conmuta a cadena perpetua. Sea como sea, las sombras de este proceso ponen de manifiesto la crueldad inhumana de aquel sistema judicial.

Se ha vuelto común en España que, ante cualquier nueva noticia atroz de las que nos deparan las secciones de sucesos, hoy convertidas en la morbosa estrella del 'prime time', aparezca una legión de ciudadanos sedientos de sangre exigiendo para nuestro país la cadena perpetua o incluso la pena capital. El caso de Pablo Ibar demuestra hasta qué punto es insensata esa opinión. Carretero recoge la respuesta de Ibar a estos ladridos rabiosos: “Si tú basas la ley en que es ilegal matar, no puedes romper tu propia ley para castigar. Tú eres el Gobierno, debes ser mejor que los criminales”.

El 25 de febrero, el juez decidirá la pena. Será la cadena perpetua o muerte por inyección letal que pide el sanguinario fiscal Chuck Morton. Sea como sea, el Estado de Florida ya ha demostrado no ser mucho mejor que un criminal.

Quienes vivieron el viaje del Apolo 11 en directo, pegados a la televisión, no estaban más nerviosos que los que seguíamos el desenlace del último juicio de apelación de Pablo Ibar. El guipuzcoano lleva veinticuatro años preso, dieciséis de ellos en el corredor de la muerte, por un triple asesinato del que siempre se ha declarado inocente. Quienes seguíamos el desenlace disponíamos de un medio de comunicación más instantano que la televisión. En Twitter, actualizando la búsqueda “pablo ibar”, uno absorbía al instante la información que los corresponsales españoles en Estados Unidos iban lanzando a cuentagotas.

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