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¡Muerte a Camilo!
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Juan Soto Ivars

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¡Muerte a Camilo!

¿Qué importancia tiene lo que diga un personaje minoritario que usa las redes como un cuaderno de poesía o una barra de bar?

Foto: Foto: iStock.
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Camilo es un poeta malagueño que ronda los 50 años. Nada le jode más que la publicación de este dato, así que lo publico. Lo sigo desde los tiempos salvajes de Facebook y Twitter, antes de que la moralina se filtrase en ese vaso de agua y desatase tormentas cada vez que sopla el huracán de la sensibilidad herida. Íbamos por aquel entonces a esas cloacas a decir lo que no hubiéramos permitido que oyeran nuestras madres. Pero resulta que, mientras escribo esto, muchos años después, grupos de fascistas de verdad, con sus yugos, sus flechas y demás en las fotos de perfil, hablan de organizarse para buscarlo y darle una paliza.

El motivo podría parecer este: Camilo es un auténtico cabrón. Pero resulta que no lo es, y además está en las antípodas de serlo. Para orientaros, os diré que estos son algunos de los ejemplos de sus ingenios: “Deberían buscar a Lorca en el hoyo de la barbilla de Kirk Douglas. Las fechas encajan”. “En casa de los pobres, cada noche hay pelea por ver a quién le toca subir la basura”. “¿Cómo va a sentirse español Trueba si tiene trabajo?”. “Quiero ser ciudadano del mundo para ponerme histérico cuando ofendan a cualquier bandera”. “¿Qué es España? Un país formado por las cosas que no boicoteamos”. “Hoy se cumplen 25 años de la muerte de Freddie Mercury, el primer artista pop que se hizo viral”.

Durante un caso mediático, hizo lo que acostumbra: buscar el reverso humorístico para poner la hipocresía de la audiencia delante del espejo

Ninguno alcanzó la más mínima repercusión, más allá de las risas o las ofensas de su pequeña audiencia, pero ha pasado que en la última semana uno de sus ingenios se ha hecho viral. Durante un caso muy mediático, él se dedicó a hacer en las redes sociales lo que acostumbra siempre que algo está de actualidad: buscar el reverso humorístico para poner la hipocresía de la audiencia delante del espejo.

De repente, un montón de personas para las que la compasión parece ser la cara amable de una moneda que tiene la rabia en el reverso se lanzó contra él. Durante las horas siguientes a su chascarrillo, la piedad de las redes enseñaba los dientes. Por las reacciones, parecía que Camilo fuera el culpable de la catástrofe de turno. Lo amenazaban de muerte, le decían que lo iban a buscar para hacerle tragar sus ojos, intentaban difundir su dirección y el nombre de sus familiares y amigos. Sin darse cuenta, los defensores de la dignidad hacían algo más peligroso: estaban dando a sus chistes una repercusión que jamás habían tenido.

La actividad de Camilo se justifica, en parte, en que su audiencia ha sido siempre reducida. Vive en la miseria y pierde seguidores siempre que sus brotes de crudeza caen sobre los temas preferidos de algunas personas. Un día dejan de seguirlo con un portazo los machistas y al otro las feministas. Un día se marchan podemitas enfurruñados y al siguiente peperos heridos. Camilo le da a Cristo y a Mahoma, al Papa y a las putas, al trabajador honrado, al ricachón avaricioso, al currito miserable y al millonario filántropo. A todos. A todas. Sin parar.

En las redes hay enfados que parecen eternos solo porque quedan escritos, pero el rencor vive menos tiempo que la información que dejamos flotando

Los hay que se enfadan con él una semana y vuelven luego a seguirlo, porque el ingenio es algo que un día te hiere y al siguiente te falta, y en las redes hay enfados que parecen eternos solo porque quedan escritos, pero el rencor vive menos tiempo que la información que dejamos flotando por ahí. Reconciliarse con Camilo es algo que se hace en privado, sin decírselo. Más de una vez me ha hecho sentir mal. A veces por su brutalidad. Otras, por despertarme una risa improcedente e indebida. Por poner mi propia sensibilidad ante el espejo.

Pero la cosa nunca había pasado de ahí. Una vez le pregunté qué pasaría si uno de sus dardos terminaba clavado en la persona que estaba usando inocentemente para la sátira, y me respondió que vivía confiado y que en 10 años de actividad rara vez le había pasado. Me pareció ingenuo porque conozco muy bien el funcionamiento de las redes, en las que no falta gente dispuesta a ir con un mensaje cruel a la última persona que debería recibirlo.

Antes de difundir algo que nos ha herido, deberíamos pensar siempre a cuántos más puede herir después de nuestro clic

Hasta la semana pasada, hubiera creído que Camilo tenía razón y que esto no le iba a pasar. Pero entonces sopló el viento. Durante su linchamiento, y me refiero a un linchamiento real y no figurado, porque algunos internautas juran que irán a machacarlo en cuanto se filtre su dirección, ha ocurrido algo más grave. Medios digitales dedicados en exclusiva a la basura, la desinformación y la viralidad han reproducido sus últimas gracietas hirientes.

Siempre pienso lo mismo en estos casos. ¿Por qué nadie hace oídos sordos a lo que le disgusta? ¿Qué consigue un medio difundiendo un comentario hiriente de alguien que no tiene la más mínima notoriedad? ¿Qué importancia tiene lo que diga un personaje minoritario que usa las redes como un cuaderno de poesía o una barra de bar? Antes de difundir algo que nos ha herido, deberíamos pensar siempre a cuántos más puede herir después de nuestro clic. Y preguntarnos si será nuestra difusión la que haga llegar el mensaje donde no tendría que llegar jamás. Si la respuesta es positiva, la estrategia más sensible no es mostrarse herido, sino callar.

Camilo es un poeta malagueño que ronda los 50 años. Nada le jode más que la publicación de este dato, así que lo publico. Lo sigo desde los tiempos salvajes de Facebook y Twitter, antes de que la moralina se filtrase en ese vaso de agua y desatase tormentas cada vez que sopla el huracán de la sensibilidad herida. Íbamos por aquel entonces a esas cloacas a decir lo que no hubiéramos permitido que oyeran nuestras madres. Pero resulta que, mientras escribo esto, muchos años después, grupos de fascistas de verdad, con sus yugos, sus flechas y demás en las fotos de perfil, hablan de organizarse para buscarlo y darle una paliza.

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