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Defendiendo a la profesora de Fuerteventura, 'round' 2
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Juan Soto Ivars

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Defendiendo a la profesora de Fuerteventura, 'round' 2

Por qué considero que el nombre de la profesora de Fuerteventura que animaba a “castrar” a los hombres no debió trascender. El motivo está en esta distinción entre los fines y los medios

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Me preocupa que, en nuestra guerra cultural, las malas tretas (los medios ilegítimos para lograr un fin) sean aceptadas por personas perfectamente razonables. No me resisto a explicar aquí, reposadamente, por qué considero que el nombre de la profesora de Fuerteventura que supuestamente animaba a “castrar” a los hombres no debió trascender jamás. El motivo está en esta distinción entre los fines y los medios. Lo que trataré de explicar es que unos medios ilegítimos jamás pueden conducir a unos fines justos.

La semana pasada publiqué en este periódico un artículo sobre el tema que puso a muchos de mis seguidores en mi contra: defendí, quizá torpemente, a la profesora de Fuerteventura a la que un alumno grabó a traición y que terminó en el centro de un linchamiento digital promocionado por los adversarios políticos de esta profesora, a la sazón concejal del PSOE. Lo que hice para escribir aquel artículo fue hablar con gente de Fuerteventura que me pudiera ofrecer una impresión distinta a la que esas grabaciones me habían producido.

Las palabras de la profesora en el aula me escandalizaron, pero el psicólogo Jonathan Haidt describe cómo funciona el pánico moral y, desde que leí su libro, trato de poner en práctica la prudencia si mi reacción instintiva es demasiado rápida y coherente. Mi primera reacción lo era: esa profesora está lavando el cerebro de los alumnos con lo peor y más delirante del feminismo posmoderno, rama misándrica. La claridad de mi reacción moral me hizo parar el carro. ¿Tenía derecho yo a utilizar una grabación realizada de forma ilegítima en un artículo? ¿Tenía, además, suficiente información sobre la profesora en cuestión?

El motivo por el que decidí que valía la pena defender a esa profesora fue que los métodos que se emplearon contra ella eran ilegítimos

Pregunté en Fuerteventura por una razón fundamental: la persona que se ve en el centro de una difamación ritual tiene en contra una fuerza irresistible. Se la describe ante la opinión pública con las palabras de sus detractores, que lo hacen con una información sesgada. En este caso, la información sesgada eran dos grabaciones tomadas a traición en sus clases. Eran sus propias palabras, sí, pero lanzaban un mensaje de apariencia concreta, negativo para su reputación. Ese mensaje era: una persona que dice estas cosas en clase está perjudicando a sus alumnos.

Es algo que merece la pena poner en duda. La trayectoria y el trabajo de un profesor no dependen de una de sus clases, ni tampoco de unas declaraciones que ese profesor pueda hacer sobre su trabajo en una entrevista, sino del conocimiento que transmite a sus alumnos y de su forma de valorarlos. Hubiera entendido que se criticara a una profesora de literatura que obliga a sus alumnos a decir en un examen que la castración selectiva de varones es un paso necesario para alcanzar un matriarcado perfecto, pero esto no es lo que pasó.

De la misma forma, podría criticar la postura de esta profesora en ese debate, pero creo que para esto tendría que ser uno de sus alumnos y no un tipo que pasaba por ahí y oyó una grabación. Considero que es sano que los alumnos se escandalicen: los adolescentes son rígidos y están llenos de certidumbres equivocadas. Estoy en contra de ese concepto políticamente correcto que plantea la necesidad de crear 'espacios seguros' en la educación. Hasta en el caso de que un profesor sea malo, en un instituto existen contrapesos suficientes para desactivar su influencia. Suficientes ateos salen de los colegios católicos como para relativizar los efectos de un profesor.

Se la grabó en clase y se trató de armar el retrato de una pirada tres días antes de su toma de posesión como concejal de un partido político

Pero el motivo fundamental por el que decidí que valía la pena defender a esa profesora fue que los métodos que se emplearon contra ella eran objetivamente ilegítimos. Se la grabó en clase y se trató de armar el retrato de una pirada tres días antes de su toma de posesión como concejal de un partido político. Desestimé la idea de participar en su linchamiento aunque el contenido de las grabaciones me espeluznara. El motivo de fondo: los fines y los medios. Creo que solo en un caso extremo, como el del profesor que insultaba constantemente a sus alumnos de cinco años, podría llegar a ser comprensible un método como este. Y aun en ese caso: lo que necesitamos son mejores inspecciones laborales, no que los alumnos o los padres se tomen la justicia por su mano y participen de una justicia paralela.

No deberíamos aceptar como algo normal que los alumnos ejerzan una vigilancia ideológica sobre sus profesores. Sigo creyendo que la autoridad del profesor, incluso si el profesor es objetivamente malo, es un precio razonable para la supervivencia de la educación. El adoctrinamiento ideológico es un problema social que adquiere muchas formas, pero siempre será sistémico, no puntual. Por eso puedo defender a esta profesora mientras critico el Plan Skolae de Navarra. He tenido profesores que han intentado adoctrinarme y se han encontrado con mi resistencia tozuda. Mi padre, cuando le iba con estas quejas, siempre defendía al profesor.

Mi postura en este caso es la misma que ante otros linchamientos, como el que suscitaron los tuits de Guillermo Zapata, el supuesto abuelo franquista de Inés Arrimadas, el exabrupto de la mujer anónima que deseó que violaran a esta diputada, la pensión alimenticia que no pasó Eduardo Inda a su exmujer o la vida sentimental de Marta Flich. No me gustan. Considero que siempre es ilegítimo tratar de destruir la reputación de un individuo utilizando detalles aislados de su discurso o de su biografía. Más todavía con una grabación hecha así.

Considero que siempre es ilegítimo tratar de destruir la reputación de un individuo utilizando detalles aislados de su discurso o de su biografía

Aldous Huxley dice en 'El fin y los medios', publicado por Página Indómita, que poniendo en práctica unos medios injustos, sucios, salvajes o brutales jamás se podrán alcanzar unos fines justos, limpios, pacíficos o democráticos. Basta con pensar en la justicia paralela asociada al movimiento MeToo para entenderlo: lo que provocan sus medios ilegítimos (la decapitación social sin derecho a la defensa de los acusados) no es la igualdad o la paz entre los sexos, sino una reacción especular: una misoginia militante.

No podemos aceptar el contenido de unas grabaciones hechas a traición en un aula por el mismo motivo por el que no podemos aceptar las escuchas policiales como algo normal: grabar a profesores y difundir estas grabaciones no conduce a que se despolitice la educación, sino a un estado de pánico y de vigilancia. Son métodos ilegítimos y quienes los utilizan o los aceptan como algo normal han caído en una trampa de la que resulta muy difícil escapar.

Me preocupa que, en nuestra guerra cultural, las malas tretas (los medios ilegítimos para lograr un fin) sean aceptadas por personas perfectamente razonables. No me resisto a explicar aquí, reposadamente, por qué considero que el nombre de la profesora de Fuerteventura que supuestamente animaba a “castrar” a los hombres no debió trascender jamás. El motivo está en esta distinción entre los fines y los medios. Lo que trataré de explicar es que unos medios ilegítimos jamás pueden conducir a unos fines justos.

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