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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Tenemos que hablar de Infancia Libre

El caso pone al descubierto algunas de las fallas más tangibles del sistema de pensamiento contemporáneo, provocadas por el tabú social de que una cosa como esta acabe ocurriendo

Foto: Manifestante en una marcha contra la violencia de género. (EFE)
Manifestante en una marcha contra la violencia de género. (EFE)

Las noticias sobre la organización Infancia Libre parecen sacadas de una de esas gacetillas de sucesos de principios del siglo XX que narraban, con gusto escabroso por el detalle y pulso literario novelesco, las andanzas de los descuartizadores callejeros y las envenenadoras de maridos. Pero detrás de esta gacetilla hay algo más serio y pertinente.

Según parece, siempre a falta de sentencias concluyentes, un grupo de madres empleó las denuncias falsas contra sus exmaridos para extorsionarlos y destruirlos. La capo del escuadrón era una fanática religiosa que tenía a sus hijos escondidos y aislados del mundo, como en la película 'Canino'. Esto, que no pasaría de crónica 'noir', adquiere desde el punto de vista político y sociológico actual una relevancia mucho mayor.

Foto: Investigación de la Policía Nacional sobre la asociación Infancia Libre (Policía Nacional)

El caso de Infancia Libre pone al descubierto algunas de las fallas más tangibles del sistema de pensamiento contemporáneo. Fallas provocadas por el tabú social sobre la posibilidad de que una cosa como esta acabe ocurriendo. Fallas relativas a nuestra incapacidad para reflexionar en público sobre la noción de responsabilidad derivada de un sistema legal. Fallas, por tanto, relacionadas con un sistema legal y de propaganda que intenta, con un éxito más que relativo, poner fin al pestilente fenómeno del maltrato en el hogar. Fenómeno que, por más que se quiera vender lo contrario desde posturas conspiranoicas, sufren de manera abrumadora las mujeres. Y me refiero a nuestras amigas, parientes y compañeras.

Podemos se ha lavado las manos, pero aquí pasó algo de una importancia enorme: invitaron a la presidenta de Infancia libre, María Sevilla, al Congreso y escucharon auténticas locuras sin rechistar. La vergüenza es comprensible. En el silencio de algunos medios de izquierdas puede leerse una evidente pesadumbre pudorosa. En Podemos no podían saber, tienen razón al argüir esto, que estaban metiendo al zorro en el corral de las gallinas. Pero están disponibles los vídeos de la conferencia que pronunció Sevilla en el Congreso y es deprimente que su discurso no provocase la más mínima reacción crítica en quienes la escuchaban.

Podemos se ha lavado las manos, pero invitó a la presidenta de Infancia Libre al Congreso y escucharon auténticas locuras sin rechistar

Lo que soltó Sevilla en el Congreso era un galimatías victimista y delirante repleto de manipulación sentimental y teoría de la conspiración. Dijo, mientras nuestros representantes políticos escuchaban compasivamente y tomaban notas, que los equipos psicológicos de los juzgados han de ser erradicados porque no creen a las mujeres. Dijo, mientras nuestros políticos asentían, que en su asociación tenían a los niños drogados con antidepresivos que les habían proporcionado “psicólogos independientes”. Dijo, y llegaron a apreciarse lágrimas los ojos de algunos de los presentes, que los juzgados de violencia de género son instituciones negligentes.

Y dijo todo esto sin que nadie, ni en el Congreso ni en los medios, osara discutir. Aquella sesión del Congreso me recuerda a la 'party' del Senado donde se celebró un juicio carnavalesco y se invitó a Juana Rivas. Allí se condenó simbólicamente como machista a la prensa y la política sin que hubiera discusión ni, por supuesto, abogado defensor.

Un montón de mujeres influyentes se pusieron una toga para denunciar que la Justicia es patriarcal: Cristina Almeida hizo de juez y la periodista Ana García Triviño de fiscal. Lo grave del asunto fue que, mientras tanto, Juana Rivas estaba siendo asesorada por una activista impresentable y apoyada por un sinfín de personas hipnotizadas por el dogma del 'yo sí te creo'. La animaron a cometer un delito de sustracción de menores y sabemos cómo termina la historia.

Hay dos temas capitales que no deberían confundirse en este debate. La vida de una mujer maltratada es el infierno en la tierra, este es el primero de estos dos temas y el más sangrante. Una mujer maltratada no lo tiene fácil para salvarse, como sugieren los enemigos frontales de la Ley Integral de Violencia de Género. Se siente sola y estúpida, está abrumada por un manipulador experto y esto explica, en parte, que la mayor parte de las asesinadas ni siquiera hubieran dado el paso de denunciar.

Para comprender que esto es cierto basta con llamar por teléfono a un centro de acogida, hablar con personas del gremio judicial e incluso, me atrevo a decirlo, con husmear entre la familia y los amigos. Las maltratadas están mucho más cerca de nosotros de lo que creemos. Existe un tabú aterrador que les impide contarlo a sus seres queridos.

La Ley Integral contra la Violencia de Género es un arma de doble filo, que puede ser empleada por individuos buenos o por individuos maliciosos

Pero este no es el único tabú. Aquí viene el segundo tema capital. Se diga lo que se diga desde el activismo, la Ley Integral contra la Violencia de Género es un arma de doble filo. Como toda arma de doble filo, puede ser empleada por individuos buenos o por individuos maliciosos. Todos los partidos políticos, salvo Vox, han aceptado que el hombre debe ser tratado de manera distinta a la mujer en los juzgados de violencia de género. Se ha aceptado esto porque nuestra sociedad está desesperada por erradicar el maltrato y nadie tiene una idea precisa de cómo conseguirlo sin meter cámaras en cada hogar.

El pánico ante las abominaciones de la violencia de género, donde las muertes son solo una punta del iceberg, es suficientemente poderoso para impedirnos pensar en público sobre los efectos adversos que puede provocar esta excepción a la igualdad de todos ante la ley. Creo que el pánico es el motivo por el que se niega la existencia de las denuncias falsas. Creo que es este pánico el que acusa a quien menciona el tema de cómplice del maltratador.

Es como si nos quedáramos dormidos, como si habláramos en sueños. Murmuramos el dato de la Fiscalía (el 0,001%) para convencernos a nosotros mismos de que algo así no puede ocurrir, pero las madres de Infancia Libre, que aparentemente denunciaron en falso, no figuran en esa estadística que se ofrece en los titulares.

Murmuramos el dato de denuncias falsas aportado por la Fiscalía, ese 0,001%, para convencernos a nosotros mismos de que algo así no puede ocurrir

Creo que hay una diferencia clave entre la responsabilidad del maltrato y la responsabilidad de la denuncia falsa. Una diferencia que marca dos sendas para proponer soluciones a los dos problemas. En el primer caso, pese a que existe una responsabilidad subsidiaria en el entorno familiar y una estructura social que todavía es machista, la responsabilidad final es del hombre maltratador. Poco se puede hacer actualmente salvo castigarlo y separarlo de su víctima ante la primera sospecha de que puede hacerle daño. En la denuncia falsa, sin embargo, la responsabilidad principal es de la mujer que la impone, pero la responsabilidad final es del legislador. Un reformismo cuidadoso podría minimizar este mal.

Todo medicamento tiene efectos adversos. Horribles vómitos y jaquecas vienen anunciados en todos los prospectos farmacéuticos sin que esto nos impida tomarnos la pastilla cuando tenemos dolor de espalda o martirio menstrual. Los laboratorios, sin embargo, experimentan y tratan de minimizar estos efectos adversos. El sistema legal también funciona de esta forma. Las leyes se prueban y se reforman sin traicionar su finalidad moral. Pero esto es algo que, sencillamente, no se quiere ni pensar con este asunto en particular.

Los procesos de divorcio pueden ser pacíficos y civilizados, pero buena parte de ellos se terminan convirtiendo en guerras a machetazos, con abogados de por medio deseosos de sacar la mayor tajada para su cliente y para ellos mismos. Dos personas que se aman con pasión pueden terminar odiándose con la misma pasión: creo que este axioma explica también algo sobre el maltrato a la mujer. Pero seríamos deshonestos si pensáramos que el odio no nubla el juicio moral de hombres y mujeres. Estaríamos dormidos si creyéramos que el odio no arrasa con la buena voluntad de los buenos y no incentiva la mala voluntad de los malvados, de forma transversal.

Foto: Acusan a Patricia G.A, en libertad con cargos, de sustracción de menores y maltrato infantil (iStock)

El caso de Infancia libre puede ser anecdótico, pero también paradigmático de nuestro momento social. Al menos una parte de esas madres aprovecharon la corriente de opinión favorable, llena de tabúes, para hacer el máximo daño posible a sus exmaridos. Se aprovecharon del talón de Aquiles de una ley que no puede ser cuestionada desde un punto de vista reformista y de un momento social en que poner en duda ciertos dogmas, como el 'yo te creo', conlleva la acusación inmediata de complicidad con el maltratador.

El tema es complicado y espinoso: hay muchos otros asuntos tan complejos como este, pero aquí hay demasiadas cosas que nadie se atreve a sugerir. Que María Sevilla pudiera asistir al Congreso para contar su experiencia es normal. Que su discurso delirante fuera aceptado por un grupo de responsables políticos con el juicio crítico desactivado, y reproducido por una prensa mayoritariamente acrítica es, sin embargo, algo que da mucho que pensar.

Las noticias sobre la organización Infancia Libre parecen sacadas de una de esas gacetillas de sucesos de principios del siglo XX que narraban, con gusto escabroso por el detalle y pulso literario novelesco, las andanzas de los descuartizadores callejeros y las envenenadoras de maridos. Pero detrás de esta gacetilla hay algo más serio y pertinente.

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