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El próximo #MeToo será ecologista
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Juan Soto Ivars

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El próximo #MeToo será ecologista

El ecologismo será la cruzada que nos enfrente por dos motivos: el primero de orden económico y el segundo por ser un clásico movimiento nacido en el seno de la izquierda

Foto: Estudiantes piden medidas para frenar el cambio climático. (EFE)
Estudiantes piden medidas para frenar el cambio climático. (EFE)

Con el ecologismo ha empezado a canalizarse en las redes y los medios de comunicación una energía que se agitaba también en 2015, momento en que se inició el despegue del nuevo feminismo masivo, capaz de llenar calles, forzar debates electorales y copar páginas de prensa y horas de televisión. El proceso que convirtió el feminismo en una pose institucional empezó con la agitación de esa bandera por parte de los partidos de izquierdas. Recogían con bastante inteligencia táctica el runrún de unos movimientos civiles desorganizados en las redes sociales y en pequeños espacios de debate.

De las activistas académicas y digitales, de los artículos en medios diminutos y revistas dedicadas por completo al tema, como 'Píkara', surgió un discurso que utilizaban personajes más mediáticos y con una popularidad en crecimiento, como Fallarás o Barbijaputa. Si la primera había hecho de los desahucios su bandera cuando este era el tema de moda, la segunda creció desde el anonimato dedicando el 100% de su actividad a escribir sus opiniones sobre la mujer. Poco después llegaban personajes institucionales como Carmen Calvo y se iniciaba el proceso de reacción, también institucional, con Vox y Cayetana Álvarez de Toledo.

Con el ecologismo ha empezado a canalizarse en redes y en medios de comunicación una energía que ya se agitaba también en el año 2015

¿Cuándo ha tocado un movimiento civil su propio techo de cristal? Cuando las masas empiezan a manifestar su cansancio debido a la repetición y el desasosiego, por más que las bombardeen con noticias y opiniones alarmantes. ¿Quedó solucionada la precariedad cuando pasó la moda el discurso 15-M? No: se convirtió también en una pose institucional, con Podemos, Ada Colau y otros activistas en los mal llamados “ayuntamientos del cambio”. Para entonces, las masas constataron en sus propias carnes que ni siquiera el acceso al poder tiene demasiadas posibilidades de variar estructuras capitalistas muy asentadas.

Si entre 2011 y 2015 nos decían a todas horas que los jóvenes y los pobres estaban en peligro extremo por culpa de la precariedad, y si entre 2015 y 2019 han sido las mujeres quienes se han enfrentado a la alerta constante del asesinato o la violación por culpa del machismo, es previsible que este ciclo mediático feminista empiece a dar síntomas de agotamiento. Esto no significa que el feminismo vaya a desaparecer del foco, sino que su hegemonía mediática y política podrá desplazarse, como lo hizo la precariedad, dejando paso a otra causa acaparadora. Los medios necesitan siempre un movimiento generador de clic y los políticos una cruzada para venderse como el dique que separa la civilización de la barbarie.

placeholder Greta Thunberg, en un protesta en Viena. (Reuters)
Greta Thunberg, en un protesta en Viena. (Reuters)

El hecho de que, en cuestión de semanas, hayan aparecido dos libros (¡DOS!) sobre la joven activista Greta Thunberg, un personaje que hace apenas un año era completamente desconocido, da mucho que pensar. La agilidad de la industria editorial es un síntoma idóneo para establecer posibles pautas futuras. Perdonadme la admonición con voz de pitonisa Lola, pero creo que el ecologismo va a darnos el próximo 15-M y el próximo #MeToo. Los mecanismos se están moviendo en los medios de comunicación. Algunos personajes ágiles y versátiles ya están cambiando su estrategia para venderse. El ecofeminismo parece la bisagra perfecta entre el 'momentum' 2015 y el 'momentum' 2020.

Hay, sin embargo, una diferencia básica entre movimientos contra la precariedad o el machismo y este movimiento contra la destrucción climática mundial. Los dos primeros defendieron los derechos de pobres y mujeres, es decir, de segmentos de la población, mientras que el ecologismo defiende la supervivencia de nuestra especie. Sería tentador imaginar el ecologismo como una cruzada que, por fin, pueda unir a personas con distintas sensibilidades ideológicas en torno a una misma bandera sin importarnos quién capitalice el liderazgo, como ocurre en 'Independence Day' cuando aparecen los alienígenas. Pero a estas alturas sabemos suficiente sobre guerras culturales y polarización como para saber que esto no será así.

Hay una diferencia básica entre un movimiento que atenta contra la precariedad o el machismo y uno contra la destrucción climática mundial

El ecologismo será la próxima cruzada que nos enfrente entre nosotros por dos motivos esenciales que ya se han visto durante los años de la hegemonía mediática del feminismo. El primero es de orden económico y el segundo se explica con el funcionamiento clásico de todo movimiento social alumbrado en el seno de la izquierda.

El capitalismo de consumo está generando tanta basura y tanto CO2 que ha puesto el planeta en un peligro urgente y quizás irreversible. Hay suficiente material científico en este sentido como para tachar de 'magufos' o 'primos de los antivacunas' a quienes ponen en duda el peligro, pero dado que el capitalismo de consumo es una causa política, la derecha capitalista ha marcado desde el inicio una postura escéptica, caricaturizando al ecologista. Donald Trump se salta los protocolos de emisión de gases invernadero y Jair Bolsonaro considera el Amazonas un solar perfecto para la tala y el cultivo. Como grandes calamares, los líderes nacionalpopulistas tienen tentáculos y el activismo antiecologista se agita con ellos.

Pero el Apocalipsis vende periódicos, tanto si amenaza a los jóvenes precarios como si amenaza a las mujeres, así que el discurso dominante en la prensa está siendo ya ecologista. Por este motivo, la prensa tendrá que comprar las noticias a grandes corporaciones como Greenpeace y a organizaciones y agitadores profesionales como Greta Thundberg. Lo que nos lleva al segundo motivo por el que, sospecho, el ecologismo que viene no será una causa común sino un nuevo escenario para la confrontación.

placeholder Protesta de Greenpeace en Madrid. (Reuters)
Protesta de Greenpeace en Madrid. (Reuters)

Igual que hay feministas favorables a la pornografía y feministas contrarias, igual que unas ambicionan la disolución del género y otras exaltan las diferencias, existe en el ecologismo una variedad de posturas enorme y una tendencia a la lucha interna propia del Frente Popular de Judea. Tenemos a ecologistas animalistas y carnívoros, tolerantes con la energía nuclear y contrarios a ella, protransgénicos y antitransgénicos, o más concretamente: a ecologistas científicos y ecologistas culturales. La ola ecologista mediática podría fijar un programa de mínimos (basura plástica, emisión de CO2, etc...), pero habrá luchas a machetazos por colar toda clase de cruzadas personales en el discurso hegemónico.

Y como ocurrió en movimientos previos, es previsible que la versión del ecologismo que termine imponiéndose en las agendas políticas y mediáticas termine siendo de corte extremista y cultural. Es decir: un ecologismo divisorio y polarizador. Un bonito traje de 'prêt-a-porter' para vestir a los próximos héroes de cruzada, que pensarán en su beneficio personal y vivirán, como siempre, de señalar a los herejes. O igual me equivoco. Ojalá.

Con el ecologismo ha empezado a canalizarse en las redes y los medios de comunicación una energía que se agitaba también en 2015, momento en que se inició el despegue del nuevo feminismo masivo, capaz de llenar calles, forzar debates electorales y copar páginas de prensa y horas de televisión. El proceso que convirtió el feminismo en una pose institucional empezó con la agitación de esa bandera por parte de los partidos de izquierdas. Recogían con bastante inteligencia táctica el runrún de unos movimientos civiles desorganizados en las redes sociales y en pequeños espacios de debate.

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