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A mí me llaman ñordo (y a mi vecino, separrata)
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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A mí me llaman ñordo (y a mi vecino, separrata)

En una comunidad tan podrida de identitarismo como la catalana, en lugar de proliferar los eufemismos están proliferando los disfemismos

Foto: Foto: Reuters.
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Por debajo de las algaradas callejeras y las algaradas de los políticos, en la calle, en la escalera y en la tahona del pan, la situación social en Cataluña se enrarece progresivamente y podemos verlo si atendemos a los cambios del lenguaje popular. Yo estoy en contra de la corrección política, porque entiendo que el habla permite hacer diagnósticos sociales, y que estos se vuelven mucho más complicados si el poder mediático o el poder político restringen las palabras y nos imponen una fría educación indiferente.

La lengua coloquial informa sobre el estado de la convivencia mejor que las encuestas del INE. Ningún cambio léxico ejercido desde arriba ha logrado modular los sentimientos de solidaridad, repulsa o xenofobia de una sociedad. La lengua coloquial es un espejo de la convivencia, aunque a veces, como los del callejón del gato, nos devuelva una imagen deformada. Viktor Klemperer reflexionó sobre todo esto en su libro 'LTI', fundamental para quien desee conocer las intrincadas relaciones entre el lenguaje y el totalitarismo.

La lengua coloquial es un espejo de la convivencia, aunque a veces devuelva una imagen deformada

En España, por ejemplo, está la paradoja de que llegamos a la plena aceptación del matrimonio homosexual antes que el resto de Europa por un camino de chistes de mariquitas. Como dice Slavoj Zizek, en la antigua Yugoslavia desaparecieron los chistes xenófobos entre los distintos pueblos unos meses antes de que apareciera la violencia. En Estados Unidos, en cambio, llegaron a la presidencia de Trump por un pasillo desinfectado con la lejía de los eufemismos y el lenguaje respetuoso.

Esto significa que la relación entre la convivencia y el diccionario no es unidireccional. A veces el léxico se ensucia para aligerar tensiones, y otras se emponzoña al mismo ritmo que la sociedad. Ahora mismo, en Cataluña, la relación entre los catalanes es cada vez más tensa, y también entre Cataluña y el Estado. Podemos observar cómo nuevas palabras se popularizan en las dos partes. En este caso, la tensión lingüística y la social van de la mano.

La relación entre la convivencia y el diccionario no es unidireccional. A veces el léxico se ensucia para aligerar tensiones, y otras se emponzoña

Desde este verano, he notado que me llaman 'ñordo', y desde hace un par de años tildan de 'separratas' a mis vecinos independentistas. A todos nos llaman fascistas alguna vez, según la ocasión, con lo que está claro que unos términos aparecen mientras otros se vacían de contenido. En una comunidad tan podrida de identitarismo como la catalana, en lugar de proliferar los eufemismos están proliferando los disfemismos.

'Polaco', la vieja forma despectiva de llamar a los catalanoparlantes, fue acogida por esta comunidad de la misma forma que los homosexuales se apropiaron del término 'marica'. Hoy, 'Polonia' se relaciona antes con el programa de humor de TV3 que con los que hablan otra lengua. Los españolistas radicales prefieren hoy el término 'catalufo', que fonéticamente remite a cutrez y abandono, y el disfeísmo 'separrata', que animaliza a sus rivales y les atribuye suciedad moral, carácter astuto e intenciones traicioneras.

Los independentistas, por su parte, llaman desde hace años a sus oponentes 'unionistas', que remite a la guerra de secesión norteamericana y al conflicto territorial de Irlanda del Norte. Los españoles de Cataluña siempre han sido 'charnegos', término despectivo que se originó para referirse a los borbónicos, y desde la izquierda nacionalista también se nos llama 'botiflers' (del francés 'flor de lis'), que hoy se emplea también para los sospechosos de traición o de herejía hacia la causa independentista, como Gabriel Rufián.

La aparición de 'ñordo' es más reciente y va un paso más allá en el desprecio y la deshumanización. Es un apelativo identitario

La aparición de 'ñordo' es más reciente y va un paso más allá en el desprecio y la deshumanización. Mientras 'unionista' es un apelativo político, como 'fatxa', 'ñordo' es uno identitario. Significa plasta de excrementos y los independentistas radicales lo emplean para referirse a los españoles, en principio de derechas, pero por extensión cualquier constitucionalista, incluidos los del PSC. Se usa también 'españordo', y se refieren a España como 'Ñordistán'. Un país de mierda poblado por mierdas humanas. Basta buscar en Twitter el término para constatar que este es el uso popular.

De esta manera, ñordos y separratas vivimos progresivamente más enfrentados, incapaces de ver la parte humana o razonable del otro. El lenguaje callejero y tuitero nos redefine a los ojos de nuestros contrarios, y nos coloca en posiciones en las que a nadie le gustaría estar. Sospecho que, mientras estas expresiones sigan popularizándose, cualquier intento de los políticos más moderados de coser las heridas va a caer en saco roto. Y lo único que no entiendo es que, a la vista del envilecimiento del lenguaje popular, los líderes políticos sigan jugando a aumentar la tensión. El léxico avisa de que esto puede acabar muy mal.

Por debajo de las algaradas callejeras y las algaradas de los políticos, en la calle, en la escalera y en la tahona del pan, la situación social en Cataluña se enrarece progresivamente y podemos verlo si atendemos a los cambios del lenguaje popular. Yo estoy en contra de la corrección política, porque entiendo que el habla permite hacer diagnósticos sociales, y que estos se vuelven mucho más complicados si el poder mediático o el poder político restringen las palabras y nos imponen una fría educación indiferente.

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