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Las semanas más difíciles de nuestra vida: hablemos de deberes, no de derechos
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Juan Soto Ivars

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Las semanas más difíciles de nuestra vida: hablemos de deberes, no de derechos

Mientras el cuerpo aguante, será la hora del deber. Ya habrá tiempo de hablar de nuestros derechos cuando la situación haya pasado

Foto: El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón (d), asiste a la reunión del Comité de Evaluación y Seguimiento del Coronavirus, presidida por Pedro Sánchez. (EFE)
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón (d), asiste a la reunión del Comité de Evaluación y Seguimiento del Coronavirus, presidida por Pedro Sánchez. (EFE)

He tardado muchos días en tomarme en serio el coronavirus, como le ha pasado a mucha otra gente en España. El cuento de 'Pedro y el lobo' adquiere una relevancia enorme en una sociedad tan histérica y sobreinformada como la nuestra, proclive además al alarmismo apocalíptico. Cuando se canceló el Mobile World Congress escribí riéndome, cuando las mascarillas empezaron a desaparecer de los hospitales me indignó la histeria, cuando la portera de mi edificio me decía que estaba asustada le quité hierro al asunto y alardeé de tener la información buena (“es una gripe”). Ayer, sin embargo, escribí en Twitter que mi actitud había sido equivocada. Quise dejarlo por escrito, explícitamente, porque desde el fin de semana he ido cayéndome del guindo. Me parece que le habrá pasado lo mismo a más de uno.

Llevo unos días pensando. En mis trayectos obligatorios entre las tiendas, los trabajos y la casa, doy paseos entre los síntomas de un terror que tratamos de ocultarnos los unos a otros. En Twitter, lo que hasta hace poco eran chistes empieza a teñirse de histeria. Supongo que hemos reído tanto para exorcizar la intranquilidad y acallar la duda pertinaz que nos devoraba en silencio: ¿y si esta vez está pasando de verdad? Ahora, cuando no cabe duda de que está pasando de verdad, la sociedad se enfrenta a un problema de una magnitud enorme. Quienes compran todo el papel higiénico que pueden y se preparan para el encierro, quienes siguen tuiteando cínicamente, quienes aprovechan para hacer política, poco a poco llegan a la misma conclusión: sea como sea, estamos juntos en esto.

Las torpezas y errores del Gobierno, como no haber cancelado las manifestaciones masivas del 8 de marzo, vamos a pagarlas juntos, sea cual sea nuestro género, opinión política u orientación sexual. Los líderes políticos lo pagarán como nosotros, independientemente de que sean los que han cometido errores o los que los han criticado. Si nos miramos en el espejo de Italia, podemos prever que nos esperan las semanas más difíciles de nuestras acomodadas vidas. El tiempo que empleamos en culparnos los unos a otros se pierde en combatir la situación. Ningún sistema sanitario del mundo está preparado para una epidemia tan contagiosa y nueva como esta, y hemos de tener claro que, si los contagios siguen multiplicándose, no todo el mundo va a recibir la atención médica necesaria.

Foto: Pedro Sánchez, este 10 de marzo, durante su rueda de prensa ante los medios en la Moncloa. (EFE)

A muchos enfermos les va a tocar (nos va a tocar, quién sabe) aguantar lo que nos venga con estoicismo. El sálvese quien pueda es nuestro mayor enemigo. Tendremos que pensar en la gente con enfermedades crónicas, en los que esperaban operaciones, en los que reciben tratamientos por cáncer, en los ancianos, etcétera. Durante las epidemias, los enfermos crónicos no se curan pero desaparecen del discurso público. Cuando todo el mundo necesita ir al hospital al mismo tiempo, nadie piensa en los que estaban haciendo cola ya. Pero existen: y es responsabilidad de todos contribuir a que el sistema no colapse.

La mayor parte de las recomendaciones pasan por lo individual. Lavarse las manos a conciencia, evitar cualquier aglomeración y no tocarse la cara pueden ser normas extraordinariamente difíciles de cumplir, fastidiosas, puesto que estamos traspasados de tics y gestos que escapan a nuestro control. También es difícil cancelar viajes previstos, quedarse en una ciudad donde los contagios se multiplican, suspender reuniones importantes para el negocio o evitar cualquier trayecto que no sea estrictamente necesario: pero no se cansan de repetirnos que cualquiera de nuestros actos puede empeorar la situación general. El coronavirus nos obliga, por tanto, a comportarnos del modo contrario al que estamos acostumbrados.

Vamos a tener que combatir nuestro dogma asumido de que la sociedad está ahí para hacernos la vida más fácil. No es cierto: la sociedad está ahí para que cuidemos de ella, y esto implica dejar de comportarnos como si nos hubieran estafado. Tanto el Gobierno como la oposición han llegado hasta aquí en una inercia de polarización y propaganda que van a tener que contrarrestar ya mismo, porque las disputas carecen de sentido ante un problema de esta magnitud. Pero la humildad y honradez que exigimos a los líderes tenemos que ponerla en práctica todos. Los colapsos se producen en algo mal gestionado, pero también cuando miles de decisiones individuales convergen.

Cuando las cosas se pongan realmente difíciles, tendremos que tomar decisiones responsables, conscientes de que los recursos son limitados

Estamos acostumbrados a discursos que inciden siempre en nuestros derechos y nunca en nuestros deberes. Estamos abotargados por los cánticos de la autorrealización y la autonomía personal. Sin embargo, ante el reto del coronavirus, todo eso no funciona. Cuando las cosas se pongan realmente difíciles, tendremos que tomar decisiones responsables, pensando en cuidar de lo colectivo, conscientes de que los recursos son limitados pese a que el consumismo nos haya querido hacer ver que no es así. Lo que nos llevamos hoy de un supermercado de forma egoísta, movidos por la histeria, no está disponible si alguien lo necesita más que nosotros.

Tendremos que pensar en los enfermos crónicos, los ancianos y el personal sanitario. Incluso si el virus nos contagia a nosotros, tenemos la responsabilidad social de cuidar de ellos. La población de riesgo debería estar presente en todas nuestras decisiones individuales. Parecía que el siglo XXI sería el del individualismo ensimismado, pero el coronavirus nos va a poner los pies en la tierra. Mientras el cuerpo aguante, será la hora del deber. Ya habrá tiempo de hablar de nuestros derechos cuando la situación haya pasado. Y de ajustar cuentas.

He tardado muchos días en tomarme en serio el coronavirus, como le ha pasado a mucha otra gente en España. El cuento de 'Pedro y el lobo' adquiere una relevancia enorme en una sociedad tan histérica y sobreinformada como la nuestra, proclive además al alarmismo apocalíptico. Cuando se canceló el Mobile World Congress escribí riéndome, cuando las mascarillas empezaron a desaparecer de los hospitales me indignó la histeria, cuando la portera de mi edificio me decía que estaba asustada le quité hierro al asunto y alardeé de tener la información buena (“es una gripe”). Ayer, sin embargo, escribí en Twitter que mi actitud había sido equivocada. Quise dejarlo por escrito, explícitamente, porque desde el fin de semana he ido cayéndome del guindo. Me parece que le habrá pasado lo mismo a más de uno.