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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Recomendaciones de un escritor para sobrevivir al confinamiento

En los últimos días, recibo llamadas de amigos y conocidos en busca de consejo. Saben que los escritores vivimos enclaustrados durante temporadas larguísimas

Foto: Un vecino realiza deporte durante el confinamiento. (EFE)
Un vecino realiza deporte durante el confinamiento. (EFE)

Os escribo un poco, me doy cuenta, como si fuerais amigos. El virus nos iguala y nos pone más cerca pese al arresto domiciliario. Sí, echamos de menos a la familia y los amigos, pero ¿no estamos hablando con ellos más que nunca? ¿No estamos llamando a quienes llevábamos quizá semanas o meses sin llamar? El síntoma social más poderoso del Covid-19 es la paradoja. Los vecinos, tanto tiempo alienados en sus apartamentos, separados por la forma de vida infrahumana de trabajar y ver series, salen a las ventanas, se ayudan, cantan, aplauden o juegan al veo-veo con gente a la que hace semanas ni saludaban. Vuelve una forma de vecindad más propia de nuestros abuelos precisamente porque está vetada. La mente aislada busca lazos.

Los presos que salen de la cárcel cuentan siempre la misma historia. En el presidio hacen amigos importantes, casi hermanos, pero después de salir el vínculo se evapora. Cuando se encuentran en la calle, son nuevamente desconocidos. La conversación se rompe, el calor se ha enfriado. Como pasa con los presos liberados, nos pasará a nosotros. Volveremos a pasar junto a ellos sin levantar la vista, volveremos a ensimismarnos en nuestras batallas, encontraremos enemistades insalvables en las diferencias que hoy nos parecen estúpidas y superficiales. El virus nos da guerra y tregua, esa es otra paradoja. Por ejemplo, hoy he salido un momento a tirar la basura y la ciudad, apestosa siempre, olía a campo.

Los escritores y otros profesionales de la soledad desarrollamos un sentido que nos permite orientarnos en un monasterio sin enloquecer

En los últimos días, recibo llamadas de amigos y conocidos en busca de consejo. Saben que los escritores vivimos enclaustrados durante temporadas larguísimas, como los guardabosques. Yo, durante mis procesos de escritura, he llegado a pasar cuatro meses sin bajar a la calle más que para comprar el pan (y cerveza) o tomar el aire durante cinco minutos. Como los murciélagos, los escritores y otros profesionales de la soledad desarrollamos un sentido que nos permite orientarnos en un monasterio sin enloquecer. Estas llamadas me han animado a escribir aquí algunos trucos con los que yo aligero la carga del encierro.

A mí me sirven, de mucho, cuando desespero en mitad de la escritura de un libro. Os los dejo aquí por si os fueran útiles.

1. El principal enemigo en el aislamiento es el tiempo. Tendréis la sensación de que los días pasan muy despacio, y esta sensación se intensificará, provocando una especie de fantasía de reclusión perpetua, como si no se fuera a terminar nunca. La peor expresión del tiempo es la acumulación, el cansancio. Lo que las primeras horas es exótico, con el paso de los días provoca sobrecarga. Por eso es esencial partir el tiempo en fracciones. Dedicar a cada tarea el suyo. Separar los tiempos mentalmente.

Foto: Foto: EFE.

2. El cerebro está sometido al terror de lo que pasa en el mundo, a la preocupación por la familia y el futuro. Hacen falta periodos de alienación durante el día (yo uso los videojuegos), incluso días enteros, porque esto ayuda al cerebro a tomar distancia cuando no es posible hacerlo de otra forma. Amurallarse durante un buen rato, colocar aislante a los sentimientos como si fueran cables eléctricos, a mí me resulta liberador.

3. Demasiado aislamiento es, sin embargo, peligroso. La alienación vicia, engancha, sobre todo cuando lo que hay fuera de ella es amenazante. Mi táctica es alcanzar el punto de saturación y agotamiento, hasta que el cerebro me suplica un poco de variedad, pero también se puede dedicar un tiempo limitado. Cada uno tiene que encontrar su equilibrio entre la alienación y el resto de las cosas: lo más importante es identificar el límite.

4. Celebrar rituales a lo largo del día es fundamental, en este sentido. Hasta que no se acabe el café, no se pasa a la siguiente cosa. Cuando escribo durante periodos largos, lo ritualizo casi todo. Ahora es el tiempo de leer, ahora es el tiempo de comer, ahora es el tiempo de llamar, ahora es el tiempo de lavarse los dientes, de mear, de cagar, de escribir. El confinamiento homogeniza las horas y convierte el día en un chicle que se estira, así que partirlo en rituales es esencial.

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5. Las redes sociales son un placebo peligroso para la comunicación y la información. Hablo como adicto a Twitter, sé lo que digo. Por esa ventana azul entra demasiada información, y el cacareo de la gente proporciona una compañía artificial que no llena el vacío que deja la disolución de los lazos. El teléfono, la llamada telefónica, es mucho mejor para estar en contacto directo con nuestros seres queridos. Ir directamente a la web del periódico y dedicar un buen rato a leer muchas noticias permite informarse con más profundidad y sosiego que seguir las tendencias en Twitter.

Foto: (Pixabay)

6. La principal misión del escritor en proceso creativo es luchar contra la interrupción, y esto me parece también muy importante para sobrellevar el aislamiento, esté uno encerrado en una casa llena de gente o totalmente vacía. La mente necesita su espacio para pensar, para asimilar, para almacenar en la memoria. Necesita límites a la información y al ruido que le entra. Hay que pedir a los que nos acompañan espacio y tiempo, y marcar límites al consumo de redes sociales. Hay que reservar porciones del día a salvo de la interrupción. Mejor si es por la mañana.

7. Hablar solo mientras se camina por casa no tiene por qué ser una manía de loco, al menos en estas circunstancias. Pensar en voz alta es sano. Llevar un diario del confinamiento, escribir las tareas en una lista, redactar cartas, inventarse cuentos, tocar un instrumento... Son formas de hablar solo, de dejar de estar solo en soledad.

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8. La lectura atenta de libros, la escucha entregada de música o la visión tranquila de películas son la primera víctima de la intranquilidad, pero también su mejor vacuna. Si conseguimos leer, escuchar un disco o ver una película sin hacer otra cosa, descubriremos al terminar que nos encontramos mejor. La ansiedad es un ruido blanco que impide leer, pero con disciplina se logra, y el resultado siempre es menos ansiedad cuando la película o el libro han terminado.

9. Salir a pasear está prohibido, pero se pueden aprovechar esos tres minutos que se tarda en tirar la basura, el trayecto al supermercado o la farmacia, el breve paseo con el perro. Se puede salir al balcón, se puede subir a la azotea, se puede buscar el aire en la medida del sitio donde nos haya tocado pasar los días. Y si todo es demasiado difícil, también se puede cambiar de asiento. Leer en la cama, ver series en el salón, usar Twitter en el váter. Que cada parte de la casa tenga un uso.

Foto: Uno de los huéspedes aislados en el Hotel H10 Costa Adeje de Tenerife. (Reuters)

10. Hay inquietud por lo que viene, pero esto no nos impide hacer planes como si fuéramos dueños de nuestro tiempo. Durante mis encierros de escritura, en los peores momentos, me dedico a fantasear. Hago planes concretos y aparatosos que sé que no cumpliré, planteo proyectos que no llevaré a cabo, imagino vacaciones y noches de fiesta. La imaginación es libre y los planes, por irreales que sean, proporcionan consuelo en los encierros.

11. Ducharse, afeitarse, lavarse, perfumarse, incluso maquillarse, imagino, son actividades que ayudan a sobrellevar la monotonía. No te mira igual el del espejo con el pelo grasiento y despeinado que recién salido de la ducha. Cuesta no dejarse llevar por la molicie, pero estar lo más guapo posible tiene efectos beneficiosos, porque no dejamos de ser presumidos ni encerrados.

Os escribo un poco, me doy cuenta, como si fuerais amigos. El virus nos iguala y nos pone más cerca pese al arresto domiciliario. Sí, echamos de menos a la familia y los amigos, pero ¿no estamos hablando con ellos más que nunca? ¿No estamos llamando a quienes llevábamos quizá semanas o meses sin llamar? El síntoma social más poderoso del Covid-19 es la paradoja. Los vecinos, tanto tiempo alienados en sus apartamentos, separados por la forma de vida infrahumana de trabajar y ver series, salen a las ventanas, se ayudan, cantan, aplauden o juegan al veo-veo con gente a la que hace semanas ni saludaban. Vuelve una forma de vecindad más propia de nuestros abuelos precisamente porque está vetada. La mente aislada busca lazos.