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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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No violo niños de forma habitual

Esta suerte de cultura de la obviedad supone el fastidio de tener que perder un tiempo precioso aclarando que uno no viola niños de forma habitual

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE)
La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE)

En un programa de entretenimiento sale un cómico, hace unos chistes como de párroco joven y dinámico de la catequesis y, antes de terminar, proclama que tiene que decir algo muy serio: pegar a los gais está mal. El público, en vez de responder “bueno, ya, ¿y qué?”, estalla de júbilo como si se le hubiera revelado un arcano. Los hay que aplauden con ímpetu maquinal, no vaya alguien a pensar que tienen los nudillos despellejados.

Días antes, el vídeo de un cantante se hace viral porque en un directo de Instagram suelta, clavando los ojos a cámara con la intensidad de quien se dispone a iniciar un 'cunnilingus', que todos tenemos que grabarnos a fuego que el consentimiento sexual es importante. De nuevo, la gente estalla en aplausos (ahora 'likes') ante la sublime luz moral. El cantante recibe por la vía de la obviedad el éxito que supongo se le escapa cuando canta.

Foto: La directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, durante el acto de toma de posesión de su cargo. (EFE) Opinión

En otra ocasión, lo vemos en la entrega de unos premios cinematográficos. Después de dar las gracias a un montón de gente, la actriz de moda, blanca y resplandeciente, se encara con el micrófono como si fuera un policía que la quiere multar y grita que las vidas de los negros importan. El auditorio se viene abajo entre rugidos. Un tío pálido palmotea como si le faltara oxígeno y quisiera agarrarlo con las manos.

En fin. Si me hubieran dicho hace 10 años que alguien obtendría prestigio por afirmar levedades como las que mantienen a Irene Montero en su cargo, yo hubiera canturreado con Krahe, quien iniciaba 'Abajo el alzhéimer' vanagloriándose de estar contra la enfermedad. Como ahora hay que explicar los chistes, lo explico: la gracia de Krahe estaba en que casi todo el mundo detesta el alzhéimer, con lo que proclamarlo a título personal tiene poco mérito. Entonces solo un penoso petulante hubiera tratado de colgarse un laurel de semejante clavo.

Algunos se han autoconvencido de que la gente común no sabe que está mal pegar a las mujeres o escupir a los transexuales

Pero caen las hojas amarillas y, con la muerte Krahe, se apagó un fuego encendido de ironía y se rompió otro escudo contra las proclamas bobaliconas. Hoy día, la gente desconfía tanto del prójimo, de sus intenciones y de sus sentimientos, que algunos se han autoconvencido de que la gente común no sabe que está mal pegar a las mujeres o escupir a los transexuales. Vas tan tranquilo por la calle y te para un tío, como los testigos de Jehová, para darte la buena nueva de que los nazis fueron malísimos y Franco un dictador. Por si no lo sabías.

Tema aparte: hay que ver lo presumido que hay que ser para andar recalcando todo el día lo mucho que amas los derechos humanos. Solo en un ambiente disparatado, como de novela de Toole, puede usar el peatón medio un método de adornamiento solo al alcance de Lola Flores, nuestro primer rapero negro. Así, te las puedes ver con cualquier calco de James Rhodes que vaya cantando por ahí que odia la xenofobia, el machismo y el racismo como si tal cosa tuviera algo de particular, y a una caterva de deslumbrados que aplauden y le dicen ¡valiente!

Que alguien me explique qué valentía hace falta para detestar algo que casi todo el mundo entiende como malo. ¿Acaso temen que comandos de nazis aparezcan con la pija fuera y armas automáticas buscando represalia? Repudiar el racismo, la homofobia o el machismo supone tanto riesgo como decir que el cáncer de estómago es un horror. Dicho de otra forma, el peligro es levemente más bajo que por arrancarse el velo en el centro de Teherán.

Repudiar el racismo, la homofobia o el machismo supone tanto riesgo como decir que el cáncer de estómago es un horror

Anécdota personal: un tipo se pone a gritarme que él espera consentimiento de las mujeres antes de acostarse con ellas. ¡Enhorabuena! Le hubiera dado una medalla por su civilización básica y deseado suerte en el apareamiento de no ser porque esta obviedad me la estaba ¡reprochando! Yo había criticado a una feminista, concretamente a la ministra de las feministas, la del Monasterio de Igualdad, y el tipo me daba a entender con su confesión que sospechaba que, por lo tanto, violo mujeres en descampados.

Es ridículo. Pero, claro, la epidemia de párrocos te obliga a ir dando explicaciones, “no soy nazi, lo que intentaba decir es que...”. Ocurre lo mismo que cuando la gente empieza a colgar banderas de su balcón: pasas a ser tú, que no la colgaste por el motivo que fuera, el sospechoso de antipatriotismo. Pues bien: es lo que hay cuando un montón de indocumentados hacen bandera con lo más básico. ¡Se creen que es suya!

Hay una diferencia entre criticar un argumento falaz sobre el maltrato y ponerte a pegarle hachazos a tu esposa si la cena está fría

Queridos, hay una diferencia entre criticar un argumento falaz sobre el maltrato y ponerte a pegarle hachazos a tu esposa si la cena está demasiado fría, ¿en alguna cabeza cabe lo contrario? En muchas, pregunta retórica, y de ahí que florezcan fortunas al sol de la perogrullada. Ahí tenéis a Miguel Lorente y compañía, dando cursos en la Universidad de Granada sobre la necesidad de que los hombres intentemos ser lo menos desalmados que podamos con las mujeres, escuchándolas cuando hablan y todo. Si no es por ti, Lorente, ¡ni se me ocurre pensarlo! (En realidad, ya lo había aprendido en 1986 leyendo la revista 'Telva').

De cualquier forma, lo que más me molesta es el efecto acumulado. Esta suerte de cultura de la obviedad no solo trae una plaga de tópicos de parvulario ('Nos queremos vivas', 'Black Lives Matter', 'No es no', etc.); no solo fomenta la barahúnda de santos que creen ser los únicos que tratan bien al prójimo (¡y lo creen realmente!), sino que además supone el fastidio de tener que perder un tiempo precioso, que podríamos dedicar en placeres sensacionales como la declaración de la renta, aclarando que uno no viola niños de forma habitual.

En un programa de entretenimiento sale un cómico, hace unos chistes como de párroco joven y dinámico de la catequesis y, antes de terminar, proclama que tiene que decir algo muy serio: pegar a los gais está mal. El público, en vez de responder “bueno, ya, ¿y qué?”, estalla de júbilo como si se le hubiera revelado un arcano. Los hay que aplauden con ímpetu maquinal, no vaya alguien a pensar que tienen los nudillos despellejados.

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