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Juan Soto Ivars

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Pedro Sánchez se entrevista a sí mismo en TVE

De las exclusivas tuvo poco mérito Franganillo. Era lo que el presidente venía a decir, y poco le importaba lo que el periodista intentara preguntarle. De hecho, pudo preguntar poco

Foto: Pedro Sánchez en un momento de la entrevista en TVE.
Pedro Sánchez en un momento de la entrevista en TVE.
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En la imitación de José Luis Moreno de 'La hora Chanante', el mafioso de los muñecos decía que no hay nada que le guste más en el mundo que las galas, y le preguntaba al espectador si no le gustaba a él decir la palabra 'gala', porque a él se le llenaba la boca. Y así, repitiendo 'gala, gala, gala' cada vez más engolosinado, el personaje acababa gorgoteando con gula en la gruta de esa 'gé' tan gustosa. Pues bien: cuando Pedro Sánchez dice “Gobierno” yo tengo la misma impresión. Gobierno, Gobierno, Gobierno, le flipa decirlo, se pone glotón. La palabra 'Gobierno' es el gorguz con que se abre paso. La palabra 'Gobierno' es su punto g.

La entrevista de Carlos Franganillo para el telediario de la pública tuvo un par de exclusivas. Dijo Sánchez que acudirá a la mesa de negociación (y que será el miércoles, que es el mejor día de la semana para ir al juzgado a divorciarse) y que las eléctricas tendrán que despedirse de algún cacho de sus beneficios abominables (y yo pensaba que los modos y maneras y el alcance de esta medida quedan, de nuevo, sin confirmar). También habló mucho de la vacunación, que es el único objetivo que sí ha cumplido Sánchez, que casi se abrieron los cielos y la tierra, cuando pasó.

Pero dado que otros compañeros desgranan sus declaraciones, y distinguidos analistas políticos las diseccionan; y también, dado que estamos hablando del Gobierno de los gestos, como diría María Blanco, pues qué me queda a mí: hablar un poco de los gestos. Que es donde los novelistas esconden los sentidos.

Hay que destacar que, de las exclusivas, tuvo poco mérito Franganillo. Era lo que el presidente venía a decir, y poco le importaba lo que el periodista intentara preguntarle. De hecho, pudo preguntar poco. En parte porque la entrevista era de solo media hora, en parte porque Pedro Sánchez estaba en su casa y en mi casa mando yo, y en parte también porque, pese a la presencia de su interlocutor, aquello era una entrevista de Pedro Sánchez a sí mismo, de modo que el periodista ejercía de mosca sobre el sabio que diserta, y este la frenaba con las manos. Conté más de seis cuestiones interrumpidas por el irrefrenable terciopelo del discurso presidencial, y vi más asentimiento de Sánchez cuando él mismo estaba hablando que cuando el periodista le decía algo.

Quizá todo se torció al inicio, nada más empezar. Franganillo empezó fuerte y vimos una sonrisa nuclear en Sánchez cuando el otro introdujo el tema de la electricidad. Le preguntó si es que ahora veía las cosas diferentes al año 2018, cuando criticaba al PP por el precio de la luz, habiéndose convertido de pronto “2018” en el objetivo supremo del Gobierno en medio de la escalada de las facturas. Por su osadía, pagó Franganillo con 30 minutos de matraca presidencial. Ya cuando el periodista intentó hacer su siguiente pregunta, algo como “¿cuánto dinero...?”, Pedro Sánchez le pasó por encima y siguió.

Foto: El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. (EFE)

Hablaban en una sala gigantesca con mucha luz: el estudio de televisión instalado en el corazón de la Moncloa, literal y metafóricamente hablando. Esta Moncloa, ya saben, gira en torno a la imagen: a la pizca de información que parece muy jugosa cuando te la anticipan en el 'teaser', pero luego no sirve para nada cuando llega el próximo golpe de efecto. Puede que la verdadera coalición de gobierno sea, de hecho, la de Sánchez con las cámaras de televisión. Y allí no había ido un periodista a preguntar, sino unas cámaras a sacarlo guapo.

Me dio por imaginármelo delante del espejo, ensayando para su cita. Estos son algunos de los estudiadísimos gestos que pude disfrutar de manera consciente: el ascendente y pausado de la mano derecha que repetía una y otra vez cuando mencionaba el precio mayorista de la electricidad; el de sus dos manos juntándose despacio, amigables, cuando hablaba de la mesa de diálogo para Cataluña, o el del rostro que se crispaba y dejaba asomar brotes de soja de simpatía cuando Franganillo lograba contradecir, con alguna pregunta a medio formular, lo que para Sánchez era la verdad esa noche. ¡Se aprende mucho de los gestos!

Sánchez se preguntaba a sí mismo, se contestaba y, en este diálogo, fue afirmando el mundo como si fuera Dios, y lo crease al nombrarlo

El caso: Sánchez se preguntaba a sí mismo, se contestaba y, en este diálogo, fue afirmando el mundo como si fuera Dios, y lo crease al nombrarlo. Habló de la recuperación económica, del control del precio de la luz, de las agresiones homófobas provocadas por "ciertos discursos", y para rematar la novela dijo que la distancia afectiva entre los catalanes y el Estado, y entre los propios catalanes, ya se está reduciendo. Esto lo dijo, recuérdelo quien lea esto dentro de un año, justo después de lo de El Prat, que ha sido el equivalente a una catástrofe aérea en las relaciones entre Madrid y Barcelona, y después de una Diada en la que, además de apedrear comisarías, hubo tanganas, pullazos y desaires entre los propios independentistas.

Dijo también que estamos recuperando una cierta racionalidad en el debate público, y afirmó que con Podemos se lleva la mar de bien, esté Iglesias, Díaz o Belarra, y que el partido morado es un poco demasiado joven e impetuoso, demasiado activista, pero que están haciendo el esfuerzo por madurar, como él. En fin, no sé si fue en ese momento particular cuando Franganillo, desesperado y con el reloj del fin de emisión en contra, quiso incidir sobre alguna cuestión. Pero Sánchez le dijo muy serio “¿me permite terminar?”. Y lo dijo, lo juro, con el tono de quien ha sido interrumpido cuando estaba en los brazos de Onán.

En la imitación de José Luis Moreno de 'La hora Chanante', el mafioso de los muñecos decía que no hay nada que le guste más en el mundo que las galas, y le preguntaba al espectador si no le gustaba a él decir la palabra 'gala', porque a él se le llenaba la boca. Y así, repitiendo 'gala, gala, gala' cada vez más engolosinado, el personaje acababa gorgoteando con gula en la gruta de esa 'gé' tan gustosa. Pues bien: cuando Pedro Sánchez dice “Gobierno” yo tengo la misma impresión. Gobierno, Gobierno, Gobierno, le flipa decirlo, se pone glotón. La palabra 'Gobierno' es el gorguz con que se abre paso. La palabra 'Gobierno' es su punto g.

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